con una lógica y un sentido a los cuales no estamos acostumbrados: la destrucción de las armas para poder dormir tranquilo (2.20). Esta realidad nos resulta inimaginable, pues va contra la doctrina común hasta nuestros días de que la seguridad de una nación está en un gran ejército, y también contra la idea de que es mejor dormir con un arma debajo de la almohada. El libro de Oseas pone esa mentalidad en tela de juicio. Está demostrado que las armas pueden servir de protección sólo en algunos casos; nunca protegen del todo, de tal manera que, a fin de cuentas, se halla tan (des)protegido el que tiene armas como el que no las tiene. Esto, obviamente, es muy discutible, pero en realidad no es el punto. El mensaje para Israel es otro y doble. Por un lado, es una invitación a confiar en Dios, no en los ejércitos y sus armas. Por otro, lo conmina a preguntarse de qué le sirve un ejército si las armas que portan terminan siendo usadas contra su propio pueblo.
La cuarta estrategia retórica que reconocemos en Oseas en relación con este tema tiene que ver con la agricultura. La noble tarea de producir alimento se invierte para dejarnos con el “agricultor” perverso que ara maldad, cosecha delitos y come alevosía (Os 10.13–15). De esta manera, denuncia Oseas la corrupción de las Fuerzas Armadas de Israel.
Ley, historia y oración
El problema con Jehú es relativamente sencillo, pero tiene varios componentes. En síntesis, su falta fue no haberse apartado de la idolatría y la injusticia a las que supuestamente estaba combatiendo. No cumplió la ley de Dios, terminó cometiendo los mismos males de los peores reyes de Israel (Jeroboam), perdió una buena parte del territorio de Israel a manos de los sirios (2R 10.25–33) y (un detalle que no registra la Biblia) le pagó tributo a los asirios, como consta en el Obelisco Negro que hoy reposa en el Museo Británico en Londres.
De la muerte de Jehú hasta los tiempos de Oseas han pasado no menos de sesenta años. Es decir, su mensaje sobre Jehú es para una generación que no conoció a éste. Ocurre que, si bien a Jehú no pueden condenarlo en persona por sus delitos, se le hace un juicio histórico y político. Se revive el caso por su importancia histórica, teológica y cultural. Dios y su profeta no han olvidado los delitos de Jehú, quien, por cierto, tenía dos credenciales fuertes a su favor: era comisionado por Dios y la tarea que le encomendaron fue contrarrestar males graves. Pero, según el profeta de Dios, ni lo uno ni lo otro le daba a Jehú licencia para abusar del poder de las armas. Se excedió y quiso mostrar más resultados de los que le habían pedido. En pocas palabras, usó la unción para ensuciarse de sangre.
En la perspectiva bíblica, la comisión legítima de erradicar un mal le impone al militar una ética muy sencilla: abstenerse de cometer el delito que le mandaron a erradicar. Sin embargo, como suele ocurrir, Jehú hizo lo contrario, terminó masacrando otra cantidad de gente que nada tenía que ver en el asunto. Quizá le encontró gusto a eso de matar o pensó que un mayor número de muertos se interpretaría como señal de eficacia y mayor celo por cumplir la ley Dios, sin importarle quiénes fueran las víctimas.
El libro de Deuteronomio contiene algunas instrucciones puntuales en lo relacionado con el tamaño y los propósitos del ejército. Aunque breves, estas directrices tienen una gran utilidad en cuanto a la forma como se concibe la existencia y la necesidad de un ejército para Israel. En primer lugar, al rey se le imponen unos límites en lo referido al poderío militar, el cual en la antigüedad lo representaba el caballo: el rey no deberá adquirir gran cantidad de caballos porque es símbolo del poder opresor que Israel sufrió en Egipto (Dt 17.16). Ése es un camino que Israel no debe tomar: el de imponer el orden por la fuerza de las armas. Se podría pensar en dos razones para esta norma: primero, invertir en justicia social hace que no sean tan necesarias las Fuerzas Armadas para usarlas contra los ciudadanos propios, y, en segundo lugar, un ejército poderoso termina convirtiéndose en ídolo, puesto que se convierten en la fuente de seguridad. Sabemos que una fuente de seguridad distinta de Dios se define en la Biblia como idolatría.
A veces la preocupación por los asuntos morales del matrimonio de Oseas con una prostituta distrae al lector a tal punto que no le deja ver el mensaje del profeta contra la corrupción de la nación, lo cual es precisamente el objetivo de este matrimonio, mostrar la corrupción: “Dios convierte la vida del profeta en una alegoría suya”. Lo que para Dios es una metáfora, para el profeta es una realidad. ¿Por qué?, pregunta Landy: “Quizá en este trance un público percibirá, más allá de las palabras, una imagen de sí mismo y un indicio de lo que es ser Dios”. Oseas es único entre los profetas en cuanto a que le toca hacer el papel de Dios (Landy, 2011: 15), lo cual mete a Dios en un lío, pues resulta casado con una prostituta y ha tenido hijos de la prostitución. Una muestra de estos hijos es el general Jehú y el ejército que comandó.
Una de las marcas de la Sagrada Escritura es contar y preservar la historia de Israel de manera autocrítica. Jehú no solamente combatió la idolatría, sino también la injusticia, pues vengó la muerte de Nabot y sus hijos, a quienes Acab y Jezabel habían asesinado para quitarles sus tierras (2R 9.26). El lector de 2 Reyes quizá se alegre de ver que Dios hace justicia y que la muerte de Nabot no ha quedado impune. Jehú tranquilamente pudo haber pasado a la historia como el paladín del culto al Señor, pero no fue así, pues se excedió, se extralimitó y Dios ni los profetas lo olvidaron. Jehú cruzó la raya de las labores militares legítimas y pasó al asesinato. Ésta es la corrupción de las Fuerzas Armadas y del corazón de quienes abusan del uniforme y las armas, y encuentran en ellos la fuente de seguridad y la solución a los problemas sociales.
La conclusión de Arias Trujillo con respecto a la importancia de la historia en el caso colombiano es que
hay una marcada tendencia a olvidar ciertas memorias, ciertos recuerdos: la de los vencidos, la de las víctimas. Pero si el duelo no tiene oportunidad de realizarse, si se oculta la verdad, si los culpables no reciben sanción alguna, es difícil pensar en una verdadera reconciliación. En otras palabras, si la memoria oficial no es una memoria común, colectiva, nacional, en la que las víctimas puedan reconocerse, las cuentas con el pasado constituyen un pesado lastre para encarar el presente y el futuro. (Arias, 2011: 198)
Habiendo visto ya la denuncia del profeta Oseas contra la corrupción en las Fuerzas Armadas, dedicaremos un espacio breve para notar cómo aparece el tema de la corrupción de estas en la oración. Normalmente pensamos en los salmos como hermosas alabanzas a Dios, que está en el cielo entre querubines. Pero, cuando los leemos todos, nos damos cuenta de cuánto y cuántos se ocupan de los temas de la tierra, como la corrupción. Es decir, la piedad bíblica tiene los pies sobre la tierra porque a Dios le interesan esos temas, y mucho. Podríamos decir que algunos salmos promueven una adoración en tono profético.
Parte de lo que dice el texto de Oseas con respecto al tema militar está expresado en forma de oración en el Salmo 147. De éste resaltamos solamente tres aspectos: 1) el Señor sustenta a los humildes, y humilla hasta el polvo a los malvados; sustenta la creación, las plantas y los animales (v. 6); 2) a Dios no le impresiona el brío de los caballos ni estima la agilidad del hombre (v. 10); y 3) Dios tiene en alta estima a quienes le son fieles y confían en su lealtad (v. 11). De esta manera, se pone en evidencia la tentación que tenemos los seres humanos de confiar en el poder engañoso de las armas.
El Salmo 147 interpela al lector de una manera contundente y lo invita a preguntarse si tiene la capacidad de pensar en las causas de los problemas sociales antes de pensar en las soluciones de éstos por la vía de las armas. Le pregunta también al orante si tiene la capacidad, cuéstele lo que le cueste, para la crítica y para distanciarse de las instituciones legalmente constituidas cuando han cometido abusos y atrocidades, como hizo Jehú, en nombre de la justicia, del orden y de Dios. Las reflexiones a las que nos invita la Sagrada Escritura sobre estos temas podrían costarnos cambios radicales en la forma de pensar, y decisiones que para algunos representarían pérdidas en el plano social y económico. Quizá por eso muchos guardan silencio ante los delitos cometidos por las Fuerzas Armadas.
Conclusión
En continuidad con el Antiguo Testamento, en el Nuevo también se supone la existencia de los ejércitos de los pueblos; tampoco se prohíbe la presencia de creyentes en ellos. Por eso, Juan les dice a unos soldados que responden a su mensaje, que cumplan con su deber y no abusen del poder que dan las armas y los ejércitos (Lc 2.14).