Barbara Hannay

Un novio prestado


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no! –exclamó Cynthia, recorriendo los cubos con una mirada desesperada–. ¡No tienes! ¿No tienes lirios? –preguntó. Entonces, se dio cuenta de que Rick tenía el último ramo que había en la tienda–. ¿No habrá comprado usted el último ramo?

      –Lo siento, Cynthia –interrumpió Maddy–. En cuanto haya terminado de atender a este caballero, te ayudaré a encontrar otra cosa que te pueda ir bien.

      –Pero los quería para Byron –explicó Cynthia, haciendo un gesto impaciente con los ojos, maquillados en exceso.

      –¿Para Byron? –preguntó Maddy, sin entender que era lo que tenía que ver su antiguo prometido con aquella mujer. Entonces, se temió lo peor y decidió terminar de atender a Rick antes de proseguir aquella conversación.

      –Maddy, ¿es que no sabías lo mío con Byron? –preguntó Cynthia, en un tono poco sincero–. No me gusta que te enteres por mí, cielo, especialmente cuando estabas tan segura de que te ibas a casar con él, pero, desde que rompió contigo… bueno, me temo que se ha enamorado perdidamente de mí.

      –¿Cómo dices?

      –Byron y yo estamos prometidos.

      Maddy se sintió muy avergonzada de enterarse de aquellas noticias en presencia de un extraño. Como si se hubiera dado cuenta, Rick se dio la vuelta y se puso a mirar los arreglos florales.

      –Me alegro mucho de que los dos seáis felices –respondió Maddy, haciendo de tripas corazón–. Pero no te preocupes por mí. Yo también soy feliz. Tengo un novio nuevo y se va a mudar hoy conmigo –mintió Maddy, señalando la espalda de Rick. Cynthia la miraba incrédula.

      La reacción que tuvo Rick fue bien distinta. Pareció que su paciencia se terminó en aquel momento y de un golpe, dejó el ramo de lirios encima del mostrador.

      –Aquí tiene, puede llevárselas. Ya compraré más otro día –le dijo a Maddy–. El paciente va a estar en el hospital mucho tiempo.

      –¿Estás seguro? No tienes por qué…

      –No. Hablo en serio. No era importante –añadió, antes de salir a grandes zancadas de la tienda.

      –Es muy amable de tu parte –le dijo Maddy, antes de que cerrara la puerta

      –No creo que tengas ningún problema para conseguirle otros lirios si se va a mudar contigo –le espetó Cynthia.

      –Claro –mintió de nuevo Maddy–. No será problema. Dale recuerdos a Byron.

      Tuvo que contenerse hasta que Cynthia salió de la tienda con las flores. Pero entonces, tomó el cubo vació y lo estampó contra el suelo. ¡Maldito Byron y maldita Cynthia! ¿Cómo habían podido hacer aquello? Sin embargo, Maddy conocía la respuesta. Cynthia Graham había sido rival suya desde el colegio. Todo lo que hacía Maddy, lo tenía que hacer ella. Y lo había vuelto a hacer. Cynthia Graham siempre había querido lo que Maddy tenía y había salido con todos los chicos con los que Maddy había salido. Tendría que haberse imaginado que con Byron no iba a ser diferente.

      Se había sentido tan desesperada que le había dicho a Cynthia que Rick Lawson era su novio. Menos mal que él no se había dado cuenta. Él ya tenía una mujer en su vida, que probablemente se merecía mucho más aquellos lirios que Byron. Con algo de tristeza, Maddy se imaginó la tierna escena del hospital, con Rick dándole un beso a la paciente. Por eso había entrado tan rápidamente en la floristería. Y había elegido las flores que sabía que a ella le gustarían.

      Entonces se dio cuenta de que el rostro de Rick le resultaba muy familiar. Incluso el nombre le era conocido. Aquella mañana, mientras llevaba sus pertenencias al piso, lo único que ella había visto eran enormes mochilas y material fotográfico muy sofisticado. Entonces tomó el teléfono e intentó dejar a un lado aquellos pensamientos mientras repasaba un listado de floristerías.

      Maddy miró por la ventana. Fuera, seguía lloviendo. No le apetecía salir en absoluto pero lo mínimo que podía hacer por Rick Lawson era encontrarle otro ramo de lirios.

      A las seis y media, Maddy llamó a la puerta del apartamento de Rick. Cuando él abrió, puso la mejor de sus sonrisas. Sin embargo, esta se le heló en los labios al ver el gesto adusto que se había reflejado en los ojos grises de Rick.

      –Buenas tardes –dijo Maddy, extendiéndole las flores–. He podido conseguirte otros lirios y pensé que sería mejor traerlos cuanto antes por si volvías a ir al hospital esta noche.

      –Gracias –musitó él.

      –De nada. Una floristería cercana tenía un montón de estas flores y, como somos vecinos… –dijo Maddy, mientras Rick fruncía el ceño–. Siento mucho lo que pasó esta tarde con los lirios. Espero que la… paciente no se desilusionara mucho.

      –¿Sam? No. No le importó en absoluto.

      Maddy se mordió los labios. ¿Por qué podía aquel hombre hacerla sentirse como una tonta? Siempre había creído que se le daba muy bien tratar con la gente. Ella se apartó los rizos oscuros de la cara y esperó a que él se mostrara más sociable. Sin embargo, él no mostró ningún deseo de hablar.

      –Mira –insistió ella con una dulce sonrisa–. Sé que te acabas de mudar y no tengo ninguna intención de husmear. Solo quería disculparme por lo de las flores. Tal vez podría… no sé… tal vez podría invitarte a cenar para compensarte. Si te pasas mucho tiempo en el hospital tal vez estés un poco liado… y yo siempre hago comida de más para mi hermano. Está en la universidad y dice que se muere de hambre.

      –Eso no será necesario –replicó él con brusquedad.

      –Entonces, ¿no aceptas? –lo desafió ella.

      –¡Dios mío, mujer! –exclamó Rick–. Te estoy ahorrando tener que prepararme una cena. ¡Claro que no acepto!

      –Esta tarde, parecías muy ansioso por querer comprar esos lirios para tu amiga. Luego entra Cynthia Graham y, literalmente, te quita esas flores de las manos… Me sentí muy mal, especialmente porque tú no eres uno de mis clientes habituales. Pero eres mi vecino y me gusta llevarme bien con mis vecinos. Además, me gustaría compensarte.

      –Señorita Delancy –dijo él, exageradamente–. ¿Qué le parece si pongo una reclamación cada vez que piense que usted, o su negocio, me han causado algún inconveniente? ¿Parece eso aceptable?

      –A mí no me parece que eso sea un ejemplo de buenas relaciones vecinales.

      –¡Por amor de Dios! No estamos en las Naciones Unidas. Somos simplemente un hombre y una mujer que viven en el mismo edificio. No tenemos por qué tener ningún tipo de relación. Lo que tienes que hacer es concentrarte en ese tipo que se va a mudar contigo –concluyó él. Maddy no supo lo que contestar–. Mira, sé que has tenido algún problema con tu prometido, pero eso no tiene nada que ver conmigo. Yo no soy un consejero. Lo de solucionar tu vida amorosa es cosa de tu nuevo novio.

      Maddy sintió que se sonrojaba, pero estaba demasiado enojada como para admitir su vergüenza.

      –Mi vida amorosa va perfectamente. Y tú debes de tener una visión muy distorsionada del mundo si interpretas cada gesto de amistad como una invitación al sexo.

      Con eso, Maddy se dio la vuelta y se marchó.

      Durante la semana siguiente, Maddy se sintió furiosa cada vez que sentía u oía al monstruo que vivía en el piso de arriba. ¿Cómo había podido pensar que él era un héroe? Prácticamente se ignoraron toda la semana, saludándose secamente cada vez que se veían.

      Para el viernes, Maddy había empezado a olvidar lo ocurrido. Aquel hombre no merecía siquiera que ella pensara en él y tampoco se dejó preocupar por el hecho de que, para entonces, él ya sabría que no había venido un novio a su casa.

      A las siete, Maddy echó las persianas de su casa para aislarse de las luces de Brisbane y se puso su disco de jazz favorito mientras se acurrucaba en el sofá. Tenía un buen