Barbara Hannay

Un novio prestado


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y por supuesto, seguía sin Byron.

      Maddy intentó no pensar en él. Pensar en Byron y en Cynthia le hacía todavía más daño que pensar en Rick Lawson.

      Cuando sonó el timbre, ella se quedó tranquila. Sabía que no sería Byron. Lentamente, se puso de pie y se sacudió las migas que tenía en la camiseta, pero se dio cuenta de que tenía también una mancha roja de judías. Intentó quitársela, pero lo único que hizo fue extenderla más. Entonces, abrió la puerta.

      –Hola –le dijo Rick.

      –¡Oh! –exclamó ella, completamente sorprendida–. ¿En qué puedo ayudarlo, señor Lawson? ¿Ha venido a disculparse?

      –¿Cómo?

      –Supongo que te has dado cuenta de que fuiste muy grosero conmigo la semana pasada.

      –Yo no fui grosero, Madeline. Solo actué con cautela.

      –Pues ahora soy yo la que actúa con cautela. ¿Qué quieres?

      –Necesito consejo.

      –¿De verdad?

      –De verdad –respondió él, con una sonrisa–. Después de considerar tu charla sobre las relaciones vecinales, he decidido aceptar tu oferta.

      –¿Mi oferta?

      –La cena –replicó él, mostrándole una cara botella de vino tinto.

      –Tú la rechazaste –protestó ella.

      –Necesito un cambio. Sam se siente mucho mejor, pero necesita asesoramiento y creo que tú podrías ayudarme.

      –No veo cómo puedo ayudarte, Rick. Y estoy segura de que no necesitas mi consejo para saber cómo tienes que hacer feliz a tu amiga mientras ella se recupera.

      –Lo que quiero es que me des consejos laborales –dijo Rick, riendo, mientras le daba la botella a Maddy–. Tú pareces saber muy bien cómo llevar el tuyo y yo creo que podrías ayudarme.

      Maddy solo había heredado la tienda de su abuelo dieciocho meses antes, por lo que no se consideraba tan experta. No se sentía muy halagada de que él solo hubiera ido a hablar con ella para ayudar a su amiga, pero por lo menos tendría compañía para no tener que pensar en Byron.

      –¿Qué estás comiendo? –preguntó Rick, al entrar en el salón–. ¿Es chile?

      –Sí. Con tostadas –respondió ella, lamentándose de que él hubiera venido en la noche que tenía una comida tan simple.

      –¿Con queso?

      –Sin queso –replicó ella, olvidándose de sus modales hospitalarios al recordar cómo la había tratado él.

      –¿Y salsa?

      –No.

      –Y supongo que las patatas y la crema agria tampoco forman parte del menú, ¿verdad?

      –Efectivamente. No esperaba a nadie.

      –Claro que no –replicó Rick, con una sonrisa–. ¿Crees que le importará a tu novio?

      –No… no está en casa esta noche –musitó ella, sin poder confesarle que solo lo había inventado para defenderse contra Cynthia–. Va a clases nocturnas y ha tenido que ir a una conferencia.

      –¿Y no le importará que tú cenes con un extraño?

      –¡Claro que no! No es celoso y… bueno… tú eres mi… nuestro vecino, así que no te consideraría un extraño –mintió ella, dirigiéndose inmediatamente a la cocina–. Voy a ver lo que queda.

      –Aunque es más pequeño que mi piso –dijo él, siguiéndola a la cocina–, el tuyo es mucho más acogedor que él mío. Lo único que tengo es una alfombra comida por las polillas.

      –Me gusta la decoración de interiores –respondió Maddy dándole la botella de vino y un sacacorchos mientras ella se ponía a calentar el chile–. Me gusta convertir mi casa en el lugar más cómodo posible, así que le pedí al casero que me dejara decorar las habitaciones. Él me dio todos los materiales y yo puse el trabajo.

      –Has hecho un buen trabajo –admitió Rick, destapando la botella–. Entonces te gusta construir nidos para vivir.

      –¿Y qué tiene de malo eso? Pongo mucho esfuerzo en mi trabajo y mi casa es para mí igual de importante.

      –Entiendo –dijo él, levantando una mano–. Pero no tenías que sacudirme esa cuchara delante de la cara. Tu camiseta ya tiene un caso grave de sarampión.

      Maddy se miró la camiseta y vio que él tenía razón. Estaba hecha un asco pero lo peor fue cuando notó que los pezones se le irguieron ante la mirada de Rick. Inmediatamente, dejó la cuchara en la cazuela y cruzó los brazos por delante del pecho.

      Cuando la comida estuvo caliente, ella sirvió un buen plato y puso las tostadas a un lado.

      –Los cuchillos y los tenedores están en ese cajón –le indicó ella–. Y las copas en el armario de arriba.

      Entonces, ambos se dirigieron hasta el salón.

      –Me imagino que haces un buen negocio con los pacientes del hospital –dijo Rick.

      –Hay algunas floristerías justo al lado. Yo tengo una clientela más variada.

      –¿Bodas y ese tipo de celebraciones? ¿Tienes mucho trabajo de ese tipo? –insistió él. Maddy no entendía adónde quería ir él a parar.

      –Tengo un número moderado de clientes en ese aspecto –respondió, sin querer revelar demasiado.

      –Esto está buenísimo –comentó él–. Este chile va muy bien con el vino, ¿no te parece?

      –Este vino podría mejorar cualquier cosa, hasta un bocadillo de mantequilla de cacahuete –admitió ella–. Me alegro de que tu amiga esté mejor.

      –Sí, va a ser un proceso largo pero debería volver a recuperar la movilidad.

      –¿Es que ha tenido un accidente?

      –Una bala en la cadera –respondió Rick, sin expresar ninguna emoción en el rostro.

      –¡Dios mío!

      ¿Cómo era posible que alguien hubiera disparado a la novia de Rick Lawson? ¿Con quién estaba ella cenando? ¿Sería acaso un delicuente? Entonces recordó las pocas pertenencias que le había visto en el piso. ¿Estaría huyendo? Tal vez por eso el rostro y el nombre le resultaban tan familiares. Maddy sintió miedo.

      –Yo tengo la culpa –dijo Rick, con un suspiro.

      –Eres demasiado duro contigo mismo –comentó Maddy, dejando por el momento su intención de llamar a la policía al ver la expresión que él tenía en el rostro. Un asesino no podía estar tan arrepentido.

      Rick sonrió. Cuando él la miró, Maddy sintió que se le ponía la piel de gallina. ¿Qué le pasaba? ¿Es que no podía controlarse cuando un hombre, que tenía novia, le sonreía de aquel modo?

      –El accidente de Sam fue culpa mía. Fue idea mía que fuéramos a por esa historia en lugar realmente peligroso del mundo. Sam no quería hacerlo. Dijo que era muy peligroso. Pero es tan buen profesional que no pudo rechazar la oportunidad de hacer unas buenas fotos… Al llegar allí, supe que estaba en lo cierto, pero puse en peligro la vida de mi cámara solo por un buen reportaje.

      Mientras la simpatía que sentía por él iba creciendo al escuchar aquellas palabras, una luz se encendió en el cerebro de Maddy.

      –Me acabo de dar cuenta de quién eres –afirmó ella.

      Capítulo 2

      ERES RICK Lawson! –exclamó Maddy.

      –¡Qué lista! –se burló él–. Pero creí que ya me había presentado