a la abuela norteamericana de Lauren había sido algo de carne y hueso, mucho más atractivo que aquellas dunas.
–Malik era mejor que la vida, Lauren –le había dicho su abuela en una ocasión–. El jeque de su pueblo. Su palabra era ley. Su atractivo era como el de un dios. Yo no podía evitar amarlo, igual que tampoco podía evitar respirar.
Lauren no podía imaginar un amor como aquél.
Volvió la cabeza para mirar a los camelleros con las cabezas cubiertas. Hombres de desierto que se preguntaban qué era lo que la había llevado hasta allí, sola. Lauren sabía que estaba fuera de lugar, una mujer norteamericana, rubia, vestida con guthra y el kandura, típicamente masculino, igual que había hecho su abuela Celia Melrose Bancroft.
En su ciudad natal, todo el mundo había quedado maravillado con el parecido que Lauren tenía con su abuela. Era curioso cómo ciertos rasgos genéticos se saltaban una generación. La madre de Lauren había sido una bella mujer de cabello moreno. Celia le había puesto un nombre árabe a su hija. Lana, quería decir tierna, algo que añadía cierto aura a la madre de Lauren. Sus padres habían fallecido en el trágico accidente de un funicular mientras estaban esquiando, seis meses después de que Lauren naciera. Afortunadamente, Celia tenía cientos de fotografías que Lauren miraba a menudo para mantener con vida a sus padres en su corazón.
–Jolie-laide –había murmurado Paul en una ocasión, al ver una foto de Lana, pero Lauren lo había oído. En francés, eso significaba atractiva, interesante, pero sin ser guapa. Cuando ella le preguntó a Paul qué quería decir, él contestó–: Me temo que has heredado los genes buenos, petite. Sin ofender a tu querida madre.
Lauren sabía que Paul estaba coqueteando con ella en aquellos momentos. Por supuesto, él no se daba cuenta de que la madre de Lauren, mitad norteamericana, mitad árabe, se parecía a su padre, el jeque Malik Ghazi Shafeeq. Lauren había visto una foto de su abuelo que había sido publicada en un periódico árabe y que su abuela le había mostrado en una ocasión. Y seguía guardada con los tesoros de Celia.
El jeque iba vestido con una túnica y con un pañuelo que le cubría la cabeza, dejando al descubierto su nariz y su boca, que había heredado su hija. Lauren se preguntaba si su abuelo todavía estaría vivo. Probablemente no.
Una vez que Celia había muerto, nadie más conocía la relación entre Lauren y su abuelo árabe, y nunca la conocerían. Pero la curiosidad que ella sentía respecto a él era uno de los principales motivos por los que ella había realizado ese viaje al desierto.
Esa noche acamparía bajo las estrellas. Al día siguiente, la caravana continuaría hasta el oasis Al-Shafeeq, donde pasaría varias semanas confiando en encontrar más información acerca de aquel hombre.
Su abuela Celia habría dicho:
–Lo que demuestra que tienes sangre árabe en las venas es tu pasión por la vida. Sólo en ese aspecto he visto rasgos de Malik. Recuerda mis palabras… con el hombre adecuado, esa pasión será desatada.
Paul, un periodista de París, nunca habría llegado a ser ese hombre. A Lauren le gustaba Paul pero, en el fondo, esperaba el día en que pudiera experimentar la gran pasión de la que su abuela le había hablado a menudo.
Aunque Lauren había rechazado la oferta de matrimonio que le había hecho Paul, ella temía que él no hubiera perdido la esperanza de casarse con ella y que estuviera esperando a que regresara. Fue gracias a su personalidad incansable por lo que consiguió una entrevista con Celia.
Durante varios años, Paul había querido hacer una serie de artículos para su periódico acerca de la vida de Richard Bancroft, el esposo fallecido de Celia. Aunque Celia había sido una joven madre soltera, Richard se había casado con ella convirtiéndose en la figura paterna de la pequeña Lana. Más tarde se había convertido en el favorito de Lauren, sobre todo después de que sus padres murieran en el accidente. Al parecer, a Richard nunca le molestó que Celia no le dijera el nombre del que había sido su amante y el padre de Lana. Era suficiente el hecho de que ella amara a Richard.
Richard había sido un célebre antropólogo y aventurero y había organizado catorce expediciones diferentes a las partes más inhóspitas del planeta. Lauren y su abuela lo habían acompañado en alguna de las expediciones y se habían quedado asombradas de los paisajes que habían visto en sus viajes. Por algún motivo Richard nunca viajó al desierto de Arabia, y por tanto Lauren y su abuela tampoco se aventuraron a ir allí. Lauren nunca sabría si fue porque su abuela consideraba que aquel lugar era demasiado sagrado como para volver a visitarlo con otro hombre, o porque Richard estaba interesado en otros lugares.
Gracias a su insistencia, Paul había conseguido la oportunidad de entrevistar a Celia sobre su vida con Richard y sus diferentes viajes. Desde un principio él había intentado conocer a Lauren, que todavía vivía con su abuela en Montreux y la ayudaba a recopilar las notas y los diarios de Richard para publicar un libro sobre su vida.
Celia pensaba que Paul era encantador. Y Lauren también, pero su relación había sido estrictamente platónica, sin que el corazón entrara en el juego. Su abuela lo sabía, pero un día le confesó a Lauren que su mayor temor era dejar a su querida nieta sola, sin un compañero con el que compartir la vida.
–No siempre estaré sola –le había asegurado Celia–. Igual que has hecho tú, pienso viajar y hacer algo provechoso con mi vida. Aparecerá alguien en el momento adecuado –Lauren no quería inquietar innecesariamente a su abuela cuando estaba llegando a su fin, pero siempre había habido sinceridad entre ellas.
Después de que Celia falleciera, Lauren preparó su viaje hasta el oasis Al-Shafeeq. Necesitaba ir a ver el lugar donde su abuela había experimentado un profundo amor bajo la luna llena del desierto.
Lauren se llevó la mano al cuello de forma instintiva para tocar el colgante de oro que tenía grabado una media luna y que llevaba colgado con una cadena de oro bajo la ropa. Era el mayor tesoro de su abuela, y se lo había regalado su amante durante una visita romántica a Garden of the Moon.
Ella también le había hablado de otro jardín, Garden of Enchantment.
Los nombres habían encantado a Lauren y ella quería ir a verlos durante su visita. Consideraba el colgante como un talismán y confiaba en que un día le proporcionaría la misma magia que había unido a su abuela y su querido Malik, en cuerpo y alma.
Tras la muerte de su abuela, Lauren deseaba librarse de la intensa tristeza que sentía y había decidido comenzar aquella aventura. Su intención era realizar el mismo viaje que había hecho su abuela años atrás, y de la misma manera.
Celia había sido la única madre que Lauren había conocido. Y tras quedarse sola Lauren, su único interés era viajar al lugar que había cambiado la vida de Celia. Conocer el lugar en el que había tantos recuerdos preciados para su abuela.
Paul le había suplicado a Lauren que lo dejara acompañarla en su viaje. Ese mismo mes había conocido a un príncipe de un reino del norte de Arabia en una de las mesas de juego del casino de Montreux. Paul había aprovechado la oportunidad para conseguir una entrevista con él y sacar algunas fotos del príncipe y su comitiva para el periódico.
Durante su conversación, el príncipe le había hablado de la belleza de Nafud y de que la zona brindaba la oportunidad de tomar fotografías estupendas. También había alardeado acerca de que algún día él gobernaría todo el reino. Paul le había contado a Lauren que aunque sólo fueran los deseos del príncipe, era una buena historia.
Cuando él le mostró la información a Lauren, ella no quiso decepcionarlo, sobre todo porque se había portado muy bien con su abuela durante el final de su vida. Pero Lauren sabía que Paul sentía algo por ella y no quería que se equivocara. Era un hombre atractivo que merecía enamorarse de una mujer que también lo amara. Y Lauren no era esa persona.
Inmersa en su pensamiento tras haberse acostumbrado al extraño movimiento del camello, apenas se había percatado de que la topografía era diferente en el suroeste. Se veía una cadena montañosa de color marrón que aparecía de la nada. Frunció el ceño. El día