ve, su señoría? –dijo el mulá–. ¡Ya está empezando otra vez!
No dijo nada, sólo dijo: «Te deseo lo mismo que tú me deseas a mí». Pero el mulá sabe muy bien lo que le desea. Y por eso dice: «¿Lo ve, su señoría? ¡Ya está empezando otra vez!». Todo lo que se te diga lo recibirás teñido de ti.
El Buda permaneció muy puro; no permitiría que le corrompieses. Ni siquiera te daría una pista. Sólo negó total y absolutamente. Dijo que todo lo que conocemos desaparece: tu mundo, tu amor, tu apego, tus cosas, tus relaciones, tú… Tú eres el centro, y tu mundo es la periferia. Todo desaparece a la vez. No es posible que te salves cuando tu mundo desaparece. Cuando se pierde la periferia, la circunferencia, también se pierde el centro. Van juntos. Cuando el elefante se mueve, la cola del elefante se mueve con él. Cuando desaparece todo tu mundo, tú también lo haces, porque formas parte de él, eres parte de él, una parte orgánica de ese sueño.
Pero permite que te recuerde que no interpretes equivocadamente al Buda. Fue muy lógico al no decir nada sobre lo que queda. Dijo: «Ven y experiméntalo». Dijo: «No me obligues a relatártelo de palabra. Permite que sea una experiencia existencial».
Desapareces pero en cierto modo apareces por primera vez. Pero esta aparición es algo tan distinta de todo el resto de tus experiencias que no hay manera de relatarlo. Todo lo que pudiera decirse sería erróneo, porque lo interpretarías a tu manera.
«El shramana sin hogar cercena las pasiones, se libera de los apegos, comprende el origen de su propia mente, penetra en la más profunda doctrina del Buda y comprende el dhamma, que es inmaterial.»
Eso es lo máximo que se permite, que hay un dhamma, una ley natural, que es inmaterial. No dice que sea espiritual, sino simplemente inmaterial. ¿Qué es este dhamma? ¿Qué es esta ley?
Es muy fácil saberlo si comprendes el concepto de tao de Lao Tzu, o si comprendes el concepto védico de vaidya. Debe existir algo parecido a una ley que lo mantiene todo junto. El paso de las estaciones, las estrellas… todo el universo funciona con suavidad, así que debe existir algún tipo de ley.
Hay que comprender la diferencia. Los judíos, los cristianos, los musulmanes y los hinduistas llaman “Dios” a esta ley; la personalizan. El Buda no está dispuesto a hacerlo. Dice que personificar a Dios es destruir toda su belleza, porque es una actitud antropomórfica, antropocéntrica. El ser humano piensa en Dios como si fuese un hombre, magnificado, millones de veces cuantitativamente más grande, pero no obstante, un ser humano.
El Buda dice que Dios no es una persona. Por eso nunca utiliza la palabra “Dios”. Dice dhamma, la ley. Dios no es una persona sino una fuerza, una fuerza inmaterial. Su naturaleza se parece más a una ley que a una persona. Por eso en el budismo no existe la oración.
No le puedes rezar a una ley; sería en vano. No puedes rezarle a la ley de gravitación, ¿a que no? Sería absurdo. La ley no puede escuchar tu oración. Puedes seguir la ley, y te hallarás en feliz armonía con ella. O puedes desobedecer la ley y sufrir. Pero rezarle a la ley no tiene sentido.
Si vas contra la gravitación puedes romperte unos cuantos huesos, o causarte varias fracturas. Si sigues la ley de gravitación puedes evitarlas, ¿pero qué sentido tiene rezar? Sentado ante un icono y rezarle al Señor –«Voy de viaje, ayúdame»– es absurdo.
El Buda dice que el universo funciona de acuerdo a una ley, no según una persona. Su actitud es científica. Porque, dice, una persona puede ser arbitraria. Puedes rezarle a Dios y persuadirle, pero resulta peligroso. Alguien que no le rece puede no persuadirle y Dios puede tornarse parcial. Las personas siempre pueden ser parciales.
Y eso es lo que dicen todas las religiones, que si rezas, él te salvará, que si rezas no te sentirás desdichado, y que si no rezas serás arrojado al infierno.
Pensar acerca de Dios en esos términos es muy humano, pero muy poco científico. Eso significaría que a Dios le gusta tu adulación, tus oraciones. Así que si eres alguien que reza y acudes regularmente a la iglesia, o al templo, y si lees la Gita o la Biblia, o recitas el Corán, entonces te ayudará. De no hacerlo se sentirá molesto. Si dices: «No creo en Dios», se enfadará mucho contigo.
El Buda dice que eso es una estupidez. Dios no es una persona. No puedes molestarlo, ni respaldarlo, ni alabarlo. No puedes persuadirle para que te haga caso. No importa si crees o no crees en él. Existe una ley más allá de lo que tú creas. Si la sigues, eres feliz. Si no la sigues, te sientes desdichado.
Fíjate en la austera belleza del concepto de ley. Entonces toda la cuestión trata de disciplina, no de oración. Comprende la ley y permanece en armonía con ella, no estés en conflicto: eso es todo. No se necesita ningún templo, ni mezquita, ni necesidad de rezar. Sólo debes seguir tu comprensión.
El Buda dice que siempre que te sientas desdichado será una indicación de que has ido contra la ley, de que la has desobedecido. Siempre que seas desdichado debes comprender una cosa; observa y analiza tu situación, diagnostícala, porque debes estar yendo contra la ley, debes estar en conflicto con la ley. El Buda dice que no es que la ley te esté castigando; no, eso es una tontería, ¿cómo podría castigarte una ley? Eres tú mismo el que se castiga yendo contra ella. Si actúas conforme a la ley, la ley tampoco te recompensa, ¿cómo podría recompensarte una ley? Pero si la sigues, eres tú mismo el que se recompensa. Toda la responsabilidad es tuya: obedece o desobedece.
Si obedeces, estás en el cielo. Si desobedeces, vives en el infierno. El infierno es un estado de tu propia mente cuando eres contrario a la ley, y el cielo también es un estado de tu propia mente cuando te hallas en armonía con la ley.
«En su corazón no alberga prejuicios.»
El Buda habla de quien comprende la ley:
«En su corazón no alberga prejuicios. No ansía nada. No se ve obstaculizado por pensar en el camino ni se enreda en el karma. Sin prejuicios, compulsión, disciplina, iluminación, y sin ascender escalón alguno, y no obstante en posesión de todos los honores en sí mismo. Eso se llama el camino».
Se trata de una declaración muy revolucionaria. No se halla ese tipo de declaraciones en las afirmaciones de Krishna, o de Jesús, o de Mahoma. Es muy revolucionario.
El Buda dice que un ser humano que realmente comprende ni siquiera ansía la iluminación. Porque incluso el deseo de iluminación no deja de ser deseo, y el deseo es desdicha. Tanto si deseas riquezas como si deseas el satori, tanto si deseas a otra persona como si deseas la iluminación, tanto si deseas prestigio, poder, respetabilidad, o si deseas dhyana, samadhi, meditación, iluminación, el deseo no deja de ser deseo; la naturaleza del deseo es la misma. Deseo significa deseo, y el deseo trae desdicha. No importa qué se desee. Basta con desear para ser desdichado.
Desear significa que uno se aleja de la realidad, que se ha apartado de lo que es.
Desear significa que se ha caído en la trampa de un sueño.
Desear significa que no se está aquí y ahora, que se ha ido a algún lugar del futuro.
La ausencia de deseo es iluminación, así que ¿cómo se puede desear la iluminación? Si deseas la iluminación, ese mismo deseo evita que tenga lugar. No puedes desear la iluminación. Sólo puedes entender la naturaleza del deseo, y a la luz de esa comprensión desaparecerá, como cuando entras con una lámpara en una habitación oscura y la oscuridad desaparece.
El deseo es oscuridad. Cuando prendes una vela de entendimiento, el deseo desaparece. Y cuando no hay deseo tenemos iluminación. Eso es la iluminación.
Trata de comprenderlo; es una de las cosas que más falta te hará. Es muy fácil cambiar el objeto de tu deseo, hacerlo pasar de cosas mundanas a cosas espirituales.
Fue en cierto lugar. Había salido para dar un paseo al anochecer. Justo cuando me acercaba a un jardín apareció una mujer y me dio un cuadernillo. En la portada se veía un hermoso jardín, con una bonita casa de campo junto a un riachuelo. Había también unos árboles y en la distancia se veían algunos picachos nevados.