es necesario que abandones tu hogar. Puedes hacerlo si te sientes mejor. Si se ajusta a tu naturaleza, entonces puedes abandonar el hogar, y convertirte en un vagabundo en sentido literal, pero no es una condición fundamental. Puedes seguir en casa, pero para ti ya no será un hogar. Sabrás que no la posees. Podrás estar utilizándola por un tiempo, pero mañana deberás irte.
Así que no crees un hogar en ninguna parte, ni siquiera en el cuerpo, porque ese cuerpo también desaparece continuamente. Si no creas un hogar en ninguna parte entonces eres un sannyasin en espíritu, y un sannyasin nunca se siente desdichado. Porque la desdicha proviene del apego. Cuando los apegos no se satisfacen tal y como se deseó, cuando no se colman las expectativas, surge la frustración. La frustración es un derivado.
Si no albergas expectativas, entonces nada puede frustrarte. Si no quieres crear un hogar aquí, ni siquiera la muerte puede asustarte. Nada puede asustarte. ¿Cómo puedes sentirte desdichado si no te aferras a nada? El apego crea desdicha, porque uno se aferra, y en la verdadera naturaleza de las cosas, éstas no hacen más que cambiar; así que el apego no es posible. Las cosas resbalan continuamente de nuestras manos. No hay modo de apegarse a ellas.
Te apegas a tu mujer, a tu esposo, a los hijos, a los padres, a las amistades. Te apegas a personas, a cosas, y todo está en constante fluir. Intentas agarrar un río entre los brazos y el río fluye deprisa; corre hacia un destino desconocido… y te frustras.
La esposa se enamora de otro, y te frustras. El esposo huye con otra, y te frustras. El hijo muere, y te frustras. El banco se arruina, se declara en bancarrota, y te frustras. El cuerpo enferma, se debilita, la muerte empieza a asomar por la puerta, y te frustras. Pero esas frustraciones existen a causa de tus expectativas. Tú eres el responsable.
Si llegas a entender que este lugar no es un hogar y te conviertes en un sin hogar itinerante, en un extranjero en una tierra desconocida, de la que debes partir, marcharte… Si has llegado a comprender esa cuestión, si la has penetrado, entonces no crearás un hogar en ninguna parte. Te conviertes en un errabundo sin hogar, en un parivrajaka. También te puedes convertir en un parivrajaka en el sentido literal de la palabra; depende de ti. Puedes convertirte en vagabundo de verdad, o en vagabundo espiritualmente.
Yo tampoco insisto en que haya que convertirse en vagabundo de verdad, porque, ¿qué sentido tendría? Tampoco era lo que quería decir el Buda; has de tenerlo bien claro. El Buda no dijo qué había que hacer, ni siquiera si había que seguirle literalmente. Es cierto que le siguieron millones de personas de forma literal, que abandonaron sus hogares y a sus familias; se convirtieron en bhikkhus que vagaban por todo el país, mendigando. Pero yo no quiero insistir en ello.
Si lo comprendes de verdad entonces no es necesario llevarlo a cabo de forma concreta. Porque me parece a mí que cuando una persona no comprende del todo la cuestión, entonces se convierte en vagabundo de verdad, porque de otro modo no es necesario. Puedes quedarte en casa, con tu esposa y tus hijos, y no obstante ser consciente de que nada te pertenece; ser consciente para no caer en apegos; ser consciente para que si las cosas cambian estés dispuesto a aceptarlo, que a lo hecho pecho, que no llorarás, ni enloquecerás.
A mí me parece que eso es más significativo que convertirse en un vagabundo de verdad, porque esto último es más fácil. Porque si no hay hogar y no posees nada, entonces, ¿a qué renuncias? La idea misma de renunciar deja claro que en algún lugar del inconsciente creíste poseer, porque sólo se puede renunciar a algo que se posee.
¿Cómo se puede renunciar? Tu esposa no es tuya; ¿cómo puedes entonces renunciar a ella? ¿Y a tus hijos? Si no te pertenecen, ¿qué sentido tiene renunciar? Basta con que comprendas que no te pertenecen, que somos extraños, que nos hemos encontrado en el camino, o que nos hemos cobijado bajo el mismo árbol durante unos pocos días, pero que somos extraños.
Basta con que lo comprendas en el hondón de la conciencia. Yo insisto en que hay que convertirse en un vagabundo espiritual. No es necesario convertirse en mendigo; basta con permitir que tu espíritu sea el de un vagabundo, basta con eso. No crees ningún apego en tu espíritu.
Dijo el Buda:
«El shramana sin hogar cercena las pasiones…»
Las pasiones son nuestros sueños. Las pasiones son nuestros sueños acerca del futuro, los deseos del futuro, los deseos acerca de cómo deberían ser las cosas. En lo más íntimo de nosotros mismos siempre nos hallamos descontentos; sea lo que sea, nunca acaba de colmarnos. No dejamos de soñar acerca de poder cambiar las cosas: comprar una casa mejor, tener una esposa mejor, contar con una educación mejor, tener más dinero, tener esto y tener lo otro. Siempre pensamos en términos de cómo mejorar la vida. Vivimos en un futuro que no es.
Vivir en el futuro es un sueño porque no existe. Vivir en el futuro está basado en un profundo descontento con el presente.
Así que es necesario comprender dos cosas acerca de las pasiones. Una es que nos apegamos a lo que tenemos. Fijaos en la paradoja: nos apegamos a todo lo que tenemos pero no acabamos de estar satisfechos con ello. Nos sentimos desdichados, así que deseamos modificarlo, decorarlo, mejorarlo. No dejamos de apegarnos a lo que tenemos y no dejamos también de desear lo que no tenemos. Y ambas fuerza nos aplastan. Y eso es así continuamente. Lo fue ayer, lo es hoy, y lo será mañana… toda tu vida.
Te aferras a lo que sea que tengas para que nadie se lo lleve, y no obstante te sientes desdichado y mantienes la esperanza de que algún día las cosas mejoren. Un hombre que vive en la pasión, en el deseo, vive una vida inútil, siempre desdichado, siempre soñando. Desdichado con la realidad y soñando con cosas irreales.
Así me lo han contado:
–¿Cuántos peces ha pescado? –le preguntó uno que pasaba al anciano mulá Nasrudín, que se hallaba pescando al final del espigón.
–Bueno –empezó a decir el mulá, pensativo–, si acabo pescando a éste que está ahora mordisqueando el cebo y otros dos, entonces tendré tres.
No tenía nada…
Así es como sueña la mente humana. Nuestra vida es corta, muy corta, y nuestros sueños inmensos.
Seamus y Bridget se conocieron en Rockaway Beach. Al tenderse juntos en una manta bajo el paseo marítimo, Seamus susurró con voz ronca:
–Te quiero, Bridget.
–Pero –protestó Bridget–, ¡si acabamos de conocernos!
–Ya lo sé –contestó Seamus–, pero es que sólo estaré aquí este fin de semana.
Pero lo cierto es que todo el mundo sólo estará aquí este fin de semana. La vida es realmente corta. ¿Cómo es posible el amor? ¿Cómo puedes crear un hogar aquí? ¿Cómo puedes poseer algo? Todo desaparece continuamente. Persigues fantasmas.
Dice el Buda:
«El shramana sin hogar cercena las pasiones, se libera de los apegos…»
Al decir “apegos” se está refiriendo a las relaciones que no existen, pero que crees que sí. Eres un marido, y crees que por ello existe una cierta relación entre ti y tu esposa, pero no es más que una creencia. ¿No has observado el hecho de que aunque vivas cuarenta o cincuenta años con una mujer, sigue siendo una extraña, y tú un extraño para ella?
A lo largo de los siglos, el hombre ha intentado entender a la mujer, a su mente, a la mente femenina, pero todavía no ha sido capaz de hacerlo. La mujer ha intentado entender la mente del hombre, pero para ella sigue siendo un misterio. Y eso que hombres y mujeres han vivido juntos desde siempre.
Obsérvalo. ¿Cómo puedes relacionarte con alguien? El otro permanece fuera de tu alcance. El otro es otro… inalcanzable. Puedes tocar la periferia, y el otro incluso puede pretender que sí, que estáis relacionados, pero seguimos estando solos. Las relaciones son imaginarias. Ayudan. En cierto sentido ayudan. Nos permiten sentir que no estamos solos. Hacen que la vida sea un poco más cómoda, pero esa comodidad es ilusoria. El otro no deja de ser otro, y no hay modo de penetrar en el misterio del otro. Estamos solos.
Cuando