y donaciones como porcentaje del ingreso nacional se acercó al 12% para 2010, comparándolo con los valores por debajo del 8% de las décadas de 1960-19806. Además, debe considerarse su estudio para el caso de Francia, país en el cual la concentración patrimonial es tres veces mayor que la de los salarios7. Situaciones de este tipo pueden causar un elevado aumento de la concentración del capital, lo cual representa desarrollos “incompatibles con los valores meritocráticos y los principios de justicia social que son el cimiento de nuestras sociedades democráticas”8. El arbitrario crecimiento del capital y del enriquecimiento que de esto se deriva son sin duda un reto a la meritocracia, concepto que ha sido invocado frecuentemente para justificar las enormes desigualdades salariales9.
Impuesto social progresivo sobre el capital
Aunque Piketty dice que las conclusiones a sus estudios son menos apocalípticas que aquellas contenidas en el principio de acumulación infinita expresado por Marx —quien suponía, en forma implícita, que en el largo plazo la productividad no aumentaría—, Piketty está convencido de que la principal contradicción del sistema que genera la desigualdad es que la desigualdad misma “nada tiene que ver con una imperfección del mercado; muy por el contrario: mientras más perfecto sea el mercado del capital, en el sentido de los economistas, más posibilidades tiene de cumplirse la desigualdad”10.
Esta desigualdad expresa una contradicción lógica, ya que el capitalista tiende inevitablemente a transformase en rentista y a colocar bajo su dominio cada vez más a quienes sólo disponen de su fuerza de trabajo.
A lo anterior es necesario sumar la desigualdad del rendimiento, condicionada por el volumen del capital inicial y la escala mundial de las desigualdades patrimoniales. Las consecuencias de todos estos fenómenos “pueden ser temibles para la dinámica de la distribución de la riqueza a largo plazo”11.
Aun cuando se promoviera el crecimiento a través de la inversión en conocimiento y tecnología, especialmente en tecnologías no contaminantes, la tasa de crecimiento del planeta en su conjunto no sería superior al 1% o 1,5% anual a largo plazo12.
Si el rendimiento promedio del capital es del orden del 4% al 5%, es probable que este crecimiento siempre sea superior al de la producción, y que esto se mantenga durante el siglo xxi. La disminución de la desigualdad observada en el siglo xx fue el resultado, como ya se ha dicho, de las guerras mundiales.
La desigualdad podría contrarrestarse mediante un impuesto mundial y progresivo sobre el capital, aunque su aplicación plantea problemas en términos de coordinación internacional. Piketty añade que, desgraciadamente, todavía es posible que este tipo de respuestas sea en la práctica modesta e ineficaz, e induzca a distintos tipos de repliegues nacionalistas13. Por otra parte, es necesario considerar que si estos gravámenes son muy intensos, se corre el riesgo de “apagar el motor del crecimiento”14. Similares argumentos ha desarrollado Habermas sobre el tema.
Piketty establece distintas tasas que aumentan de 0,1% a 10% anual dependiendo del valor del patrimonio, que se extiende desde el millón hasta varios cientos o miles de millones de euros, lo cual debería preocupar incluso a los fervientes defensores del mercado autorregulado15.
Esta desigualdad, como se dijo, no es consecuencia de un mercado impuro e imperfecto: “para retomar el control del capitalismo, no hay más opción que apostar por la democracia hasta sus últimas consecuencias”16.
Además, Piketty considera que el Estado nación sigue siendo un actor importante para la adopción de políticas sociales y fiscales que regulen la desigualdad, el desarrollo de nuevas formas de gobernanza y de propiedad a medio camino entre la propiedad pública y la privada. Sin embargo, sólo la integración política regional permitiría considerar una reglamentación eficaz del capitalismo patrimonial globalizado del siglo xxi17.
Finalmente, Piketty insiste en que el control de la desigualdad no es un tema de una élite y que la solución podrá surgir de una democracia activa. La separación entre la ética del investigador y la del ciudadano, y que el debate sobre los medios debe separarse de la ética de los fines, es una ilusión comprensible pero en última instancia peligrosa18.
A propósito de las elecciones presidenciales de 2017 en Francia, y en concordancia con su análisis de la desigualdad en el largo plazo, Piketty también se pronunció sobre el programa de la izquierda francesa y sus reservas con respecto al gobierno del socialista François Hollande. Si bien Piketty apoyó públicamente a Hollande en las elecciones presidenciales de 2012, no tuvo reparos en cuestionar su gestión, ya que abandonó su promesa de campaña consistente en la implementación de un gran proyecto de reforma fiscal a favor de un impuesto más progresivo19. A las críticas de Piketty se sumó el llamado que hicieron los intelectuales Yannick Jadot, Daniel Cohn-Bendit y Michel Wieviorka, para que se realizaran elecciones primarias abiertas en la izquierda. Este llamado fue respaldado por Pierre Rosanvallon y por el mismo Piketty. Hollande perdió el apoyo de los sectores de izquierda y adoptó en su gobierno posturas representativas de los conservadores en temas como el laicismo, la privación de la nacionalidad o el debate entre el neoliberalismo y el Estado de bienestar. De allí la importancia para los intelectuales ya mencionados de forzar a Hollande a debatir al interior de la izquierda20.
También cabe mencionar las posiciones discordantes entre Thomas Piketty y Paul Krugman en las primarias demócratas de Estados Unidos en 2016. El discurso de Bernie Sanders fue criticado por Krugman por su falta de realismo desde el punto de vista financiero21. Para Piketty, el período de la historia estadounidense entre 1930 y 1970 se caracterizó por la reducción de las desigualdades mediante la aplicación de impuestos progresivos y un ciclo de crecimiento económico como nunca antes se había vivido. Este período de avances sociales inició su declinación con la crisis del petróleo y la oposición de la élite dirigente a las políticas sociales. El ascenso de Reagan al poder, en la década de 1980, significó reducir los impuestos a los ingresos más altos y a las herencias, y congelar el salario mínimo. Sus sucesores —republicanos y demócratas— no fueron capaces de revertir esta tendencia que impactó negativamente sobre la clase media y la población de menores ingresos. El discurso de Sanders buscaba llenar el vacío existente en torno a la lucha contra la desigualdad por medio de un alza impositiva y del salario mínimo y la gratuidad en la salud y la educación. Krugman consideró que estas políticas eran inviables en el corto plazo, además de generar costos que posiblemente no podrían ser cubiertos efectivamente22.
El principal esfuerzo debería estar encaminado a lograr lo deseado. Sin embargo, los actores involucrados siempre van a bregar para que la reforma sea lo más limitada posible a fin de no dañar sus intereses.
1 Piketty, T., El capital en el siglo xxi (Santiago: Fondo de Cultura Económica, 2014), 16.
2 Ibíd., 37, 40-41.
3 Ibíd., 112 y 644. Este bajo crecimiento debe atribuirse al estancamiento demográfico y a la maduración de las economías emergentes de Asia.
4 Ibíd, 36-41.
5 Ibíd, 415.
6 Ibíd., gráfico xi.12. “El flujo sucesorio en Europa, 1900-2010”, 468.
7 Ibíd., gráfico xi. 1. “El flujo sucesorio anual como porcentaje del ingreso nacional, Francia, 1820-2010”, 419; gráfico xi.7. “La participación del patrimonio heredado en la riqueza total, Francia, 1850-2100”, 442.
8 Ibíd., 42.