problematizaciones que nos resultaron útiles al momento de vincular crecimiento industrial y estructura social.
Tanto Adolfo Dorfman como Jorge Schvarzer señalan que la crisis mundial de los años 30 iba a restringir obligatoriamente las importaciones del sector industrial metalúrgico y forzar a dicha clase a invertir, aunque sea coyunturalmente, en el sector metalmecánico. “En el quinquenio 1925-29, la industria nacional cubría solo el 39% de la demanda interna de metales y el 30% de maquinarias, vehículos y equipos. El resto de la producción era resultado de la política de importaciones”,5 afirma Schvarzer. Así, para el quinquenio citado, las importaciones en metales habían representado el 17% del total de las importaciones del país. Este rubro, junto con el de maquinarias, vehículos-equipos, textil y vestimenta, constituían los rubros de importación, caracterizados en su mayoría por productos terminados o de consumo final, los de mayor peso en la balanza comercial. De esta forma, la economía argentina iba a experimentar un proceso de cambio que, si bien no fue estructural, al menos significó una transformación y complejización importante del tradicional esquema exportador.6
Para el caso de la industria metalúrgica, los principales factores de cambio se expresaron a través del crecimiento en el número de establecimientos industriales, de obreros y de valores de producción. Para este rubro también fue consultada la tradicional investigación sobre la Fiat, referida a las producciones fabriles del período.7 En esta publicación existen referencias importantes –desde la perspectiva de esta multinacional– sobre el desarrollo alcanzado por el sector metalúrgico y eléctrico en nuestro país, área clave, a la sazón, para este libro. Hay datos, además, sobre el lugar que ocupaba la empresa Siam respecto al crecimiento de todo el sector, así como el vínculo entre industrialización y capitales extranjeros, en el Informe Cepal de 1960. 8
Completan el cuadro de situación aquellos trabajos que debaten aspectos más específicos del fenómeno industrializador, como las producciones de Marcelo Diamand, Jorge Fodor, Jorge Katz, Juan José Llach y el clásico Milcíades Peña.9 Por último, también referenciamos obras generales, como las de Laura Randall, Eduardo Jorge y Eduardo Basualdo.10
Sobre cuestiones específicamente vinculadas a los años de la industrialización preperonista y peronista, existen numerosas investigaciones coordinadas por el historiador Marcelo Rougier.11 La colección digital –y a partir de 2014, también en papel– Revista H-industri@, de historia de la industria, de los servicios y de las empresas de la Argentina y América Latina, dirigida por Juan Odisio y editada por Marcelo Rougier, me fue útil para actualizar y revisar a la luz de recientes investigaciones, las problemáticas referidas a la industrialización argentina en la etapa estudiada.
Los trabajadores, los sindicatos y la política
Los trabajos relevados abarcan aspectos diversos de esta problemática. Comenzamos destacando las obras, consideradas clásicas, de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, Juan Carlos Torre, José Aricó, Hugo del Campo y Joel Horowitz.12 Estos trabajos de naturaleza y objetivos diversos tienen en común la elección de temas sindicales y las relaciones del movimiento obrero con el Estado durante los años 30 y 40 en la Argentina.
El trabajo de Murmis y Portantiero ya es considerado un ensayo de consulta ineludible acerca de una perspectiva de interpretación posible sobre los orígenes del peronismo. En cuanto a la investigación de Horowitz, su análisis se centra fundamentalmente en las relaciones entre el Estado y el movimiento obrero y su incidencia en la ideología política de los sindicatos entre 1920 y 1943 (su estudio focaliza aquellos gremios vinculados con el sector servicios, por ejemplo, comercio y transporte). Respecto al trabajo de Del Campo, su principal aporte radica en la perspectiva elegida y en la significatividad de sus conclusiones. Su análisis general gira en torno a dos ejes fundamentales: 1) el peronismo como síntesis de las dos corrientes existentes dentro del sindicalismo preperonista: la apolítica expresada por el sindicalismo revolucionario y la política o pro partidos obreros, representada por el socialismo y el comunismo; 2) la continuidad en las prácticas político-gremiales (estrategias de lucha) del movimiento obrero argentino desde la etapa preperonista a la peronista. Un ejemplo de ello fue la estrategia de presionar sobre las estructuras del Estado (Departamento Nacional del Trabajo) para obtener las reivindicaciones deseadas.
Por otra parte, el libro del japonés Hiroshi Matsushita Historia del movimiento obrero argentino,13 es un estudio general sobre el movimiento obrero argentino del período preperonista e interpreta los orígenes del peronismo en consonancia con algunos de los planteos que hizo Gino Germani en los años 50 y 60.
Sobre conflictividad obrera en la etapa 1945-1955, se destacan los trabajos llevados a cabo por Samuel Baily, Louise Doyon, Daniel James, Walter Little y Scott Mainwaring, entre otros.
La historiadora canadiense Louise Doyon ha sido quien, hasta el momento, ha realizado la investigación más profunda acerca de la relación entre el gobierno peronista y los trabajadores durante sus primeras dos presidencias. En su texto han sido centrales los conflictos que estos protagonizaron y la organización de los sindicatos, dos factores altamente interrelacionados. Al igual que Murmis, Portantiero, Del Campo y Torre, la historiadora considera en su trabajo que fue fundamental el papel de la vieja dirigencia sindical en el surgimiento del peronismo. Sin embargo, no acuerda con la caracterización de las prácticas obreras durante las presidencias de Perón. Un factor central en la obra de Doyon, tanto en sus artículos publicados en la Revista Desarrollo Económico como en su libro14 (tesis doctoral de 1970), es la afirmación acerca de que siempre existió en el movimiento obrero peronista una activa participación de sus bases obreras, más allá de evidenciar la existencia de sectores moderados dentro de su dirigencia. Esta perspectiva toma distancia de aquellas visiones historiográficas que le adjudican al movimiento obrero un papel ingenuo y pasivo en los orígenes del peronismo e incluso durante la gestión de Perón al frente de la presidencia en los años 40. Las huelgas de los primeros tres años del peronismo en el poder (1946-1948), que eran consideradas en su mayoría luchas no genuinas, son interpretadas como una tentativa exitosa de los trabajadores de base a transferir su victoria política al área de las relaciones laborales. Las reformas decretadas por el gobierno necesitaban ser confirmadas en los lugares de trabajo, para lo cual se realizaron acciones de fuerza que no solo las aseguraron, sino que, en algunos casos, las expandieron y transformaron.
Esta caracterización de la centralidad de los trabajadores en las conquistas del período inicial tiene su base de sustentación en la afirmación de que la relación inicial de estos con el gobierno peronista era de relativa igualdad de fuerzas. Doyon plantea que el decreto 23.852 de asociaciones profesionales, promulgado en octubre de 1945, fue “el testimonio más significativo del compromiso existente entre el régimen y el movimiento obrero y reflejó el equilibrio de poder existente entre estos dos actores en aquellos momentos”.15 Equilibrio que se hizo ver no solo en las continuidades sino también en los cambios cualitativos que la propia clase generó.
El análisis que hace Doyon de la relación de los trabajadores con el peronismo se expande, respetando su lógica, a lo largo de todo el período, y allí reside su mayor diferencia con los textos de los autores que se centran en las continuidades. Así, “la burocratización y verticalización”, según la autora, realmente preponderantes a partir de 1948 pero no monolíticas, se convierten en un proceso que lejos estuvo de ser indoloro y en el que los factores internos actuaron tanto o más que la represión estatal. A su vez, se resignifican los conflictos; por ejemplo, los de mediados de la primera presidencia, como el de los azucareros, gráficos, ferroviarios, trabajadores de la industria de la carne y bancarios que pasan de ser únicamente políticos y liderados por dirigentes ideológicamente opuestos al peronismo a ser considerados como “los primeros síntomas de ruptura de la alianza que se había gestado en 1946 entre el movimiento obrero y el Estado”.16
El trabajo del historiador norteamericano Samuel Baily, al igual que el de Doyon, abarca todo el período peronista y es habitualmente citado por los historiadores. Sin embargo,