Alberto Granado

Con el Che por Sudamérica


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que era claro en ambas mentes:

      –Mirá, Pelao, si después de ese percance al salir me detengo cerca de mi casa, las súplicas y advertencias nos hubieran soldado como con cemento a nuestros lares maternos. Por eso no paré hasta estar bien lejos.

      Luego de reacondicionarnos seguimos la marcha. Tras algunos problemas producidos siempre por el exceso de equipaje, entre ellos una caída en la que se rompió el acumulador, llegamos casi a ciegas a una pequeña ciudad: Ballesteros. Ahí, en el alero de un humilde rancho, acomodamos la moto. Luego de saborear unos mates, nos metimos en nuestras bolsas de dormir. Mientras gustaba la dicha de mi primera noche de raidista, el sueño y el cansancio interrumpieron mis divagaciones.

      El trayecto de Ballesteros a Rosario fue rápido, y sin nada de particular. En esta ciudad pasamos un buen rato con mis sobrinas, a quien Fúser no dejó de impresionar tanto por su inteligencia como por su presencia física. Aunque las aspiraciones del Pelao, como las mías, están lejos de sueños nutridos de novelas radiales y de revista Vosotras.

      Llegamos a Buenos Aires. Allí tuvimos que escuchar, al igual que en mi casa, las sátiras sobre el famoso viaje, su posible fracaso, o la tediosa monserga de que debíamos abandonar nuestros proyectos y seguir el trillado camino que ellos habían seguido. Solo la mamá de Fúser no opinó nada negativo, y se limitó a decirme:

      –A vos, Alberto, que sos el mayor, te lo digo: trata de que Ernesto vuelva a recibirse de médico. Un título nunca estorba.

      “Por fin, y pese a la silenciosa oposición de mis padres, llegó el día de la partida. La moto parecía un enorme animal prehistórico, flanqueada por dos bolsos de lona impermeable y en la parte posterior un portae­quipaje donde llevábamos desde la parrilla del churrasco hasta la tienda y catres de campaña”. (Ernesto, en el centro con casco, yo y un grupo de amigos que nos despedían).

      El día 4 de enero salimos rumbo a la costa del Atlántico. Pasamos por el Parque Palermo. Como siempre en la ruta había un grupo de personas vendiendo perros de las más diversas castas y razas. El Pelao, que le quería dejar un regalo a Chichina, a la que veríamos en Miramar, en donde estaba veraneando, se enamoró de un cachorro de policía y lo compró. Le puso por nombre “Come Back”. Creo que es una promesa indirecta a la Chichina.

      Luego de algunos kilómetros por la carretera que va a Mar del Plata se desencadenó un torrencial aguacero. Tuvimos que desviarnos hacia un tambo que se divisaba a unos 800 metros de la carretera. Cuando escampó seguimos rumbo al Este. Pero el trecho que recorrimos por el fango nos puso en alerta sobre las dificultades de transitar este tipo de camino tan diferente del terreno serrano, o de las salinas que estamos acostumbrados a recorrer. Esa noche la pasamos en una garita de la policía. Al otro día, tras esperar el desayuno de Come Back (solo puede tomar leche), seguimos rumbo a esta villa poco conocida por los “turistas standard”. Es muy bonita: con sus casitas sencillas, playas amplias, olas enormes que llegan suavemente a la orilla.

      Hace siete días llegamos a esta hermosa playa. Ha sido muy beneficiosa la estadía. He conocido a mucha gente de un nivel social que no he tratado antes, y francamente me hace sentir orgulloso de mi origen de clase. Nunca en mi vida me había tropezado, ni mucho menos alternado, con este tipo de gente. Es increíble cómo piensan, cómo razonan. Son seres que creen que por derecho divino o algo semejante merecen vivir despreocupados de todo lo que no sea pensar en su posición social, o en la manera más estúpida de aburrirse en grupo. Afortunadamente, Chichina en particular, los Guevara en general, y Ana María, la hermana de Fúser, en especial, no se parecen en nada al grupo con el que comparten.

      Comentaba con el Pelao.

      –Viejo, estos tipos me reconcilian conmigo mismo; por lo menos hemos sido capaces de crear algo, desde un equipo de rugby hasta un laboratorio de investigación. Hemos nutrido nuestro intelecto, mientras que estos personajes con todas las posibilidades abiertas, con todas las ventajas de hacer algo útil sin nada más que un mínimo esfuerzo, desperdician todas sus fuerzas con frivolidades sin sentido, solo para su propio deleite y utilidad. ¡Cómo no van a poner cara de asombro y susto cuando se habla delante de ellos de un poco de igualdad! O cuando se les trata de hacer ver que todos esos seres que giran a su alrededor, que les sirven, que recogen todo lo que ellos dejan tirado, necesitan también vivir. Que son seres humanos a quienes también les gusta tomar baños de mar, o sentirse acariciados por el sol.

      El día 11 por la noche estuve en la orilla del mar. El espectáculo fue inolvidable. Eran en realidad dos paisajes diferentes. Por el lado del mar las dunas iban descendiendo suavemente hasta la playa, donde las olas al romper formaban una muralla de blanca espuma. El lado opuesto parecía exactamente un paisaje lunar, formado de pequeñas colinas semejantes a cráteres, rodeando lagunillas donde se reflejaban algunos arbustos plateados por la luna. ¡Algo digno de admirarse!

      Lo que me extraña es cómo toda esa gente que nos acompañaba, y que decía sentir profundamente la belleza de la noche y del lugar, no sentían, como yo, un deseo enorme de que todo el mundo pudiera admirar y solazarse con tanta hermosura.

      Hoy estuvimos bañándonos en la playa. Luego de nadar un rato nos reunimos con el grupo de veraneantes que están pasando las vacaciones con la tía de Ernesto y Chichina. Varios son estudiantes universitarios. Pronto se suscitó una discusión sobre temas políticos y sociales. Se discutió sobre la socialización de la medicina, llevada a cabo en esos días por el gobierno laborista en Inglaterra. Ernesto tomó la palabra y durante casi una hora defendió con calor la socialización, la abolición de la medicina como comercio, la desigualdad en la distribución de médicos entre la ciudad y el campo, el abandono científico en que se deja a los médicos rurales, los cuales en definitiva caen en la comercialización, y muchos temas más.

      “La ruta que habíamos elegido era la siguiente: iríamos a Buenos Aires, para que el Furibundo Serna se despidiera de sus padres; lue­go recorreríamos la zona atlántica hasta Bahía Blanca; cruzaríamos La Pampa para visitar los lagos del Sur y allí atravesaríamos la Cor­dillera de los Andes; una vez en Chile enfilaríamos hacia el Norte, hasta Caracas”. (Mi carnet de conducir con el que salí de Buenos Aires).

      Yo estaba a unos metros del grupo que discutía y no podía dejar de sentir el cariño y la admiración que siempre le he profesado al Pelao.

      En primer lugar, él ha nacido y se ha criado en el mismo medio social de sus interlocutores, y sin embargo su sensibilidad no ha sido embotada por los conceptos de su clase. Y no solo eso, sino que además combate todo lo aceptado como natural por ellos. Oyendo sus sólidos argumentos y las mordaces frases con que desbarataba las débiles réplicas que le hacían, no pude menos que pensar: “Este Pelao cada día me muestra una faceta nueva. Hay que ver con qué calidad y profundidad presenta hoy estos mismos temas que tantas veces hemos tocado”.

      Cuando todos los contrincantes fueron vencidos en la discusión, Fúser se dirigió a mí, y agarrando a Come Back, me dijo:

      –Vamos, Petiso; dejemos a estos pitucos y vamos a bañar al perro. Y corriendo por la arena nos alejamos del grupo, que se quedó comentando, tal vez admirado de la profundidad dialéctica del Pelao.

      Es así, yo siempre lo digo: a Ernesto hay que odiarlo o admirarlo, pero es imposible ignorarlo.

      Hoy continuamos camino. Estamos en la casa de Tamargo, con quien estudié la carrera. Han sido cinco años de compañía. Ambos estuvimos en la lucha estudiantil de 1943. Alquilamos, con otros estudiantes, una casa en el Barrio Clínica. Juntos hicimos deportes, peleamos con los esbirros de la Policía, ayudamos a la organización y democratización de la Federación Universitaria de Córdoba. Nos separamos hace apenas cuatro años y ¡cómo hemos cambiado! Ya no nos entendemos. No se puede negar que nos ha tratado muy bien, una vez que se repuso del shock que le produjo verme llegar a su casa lleno de grasa y polvo, caballero en una ruidosa moto.

      Me