surge una narración de cajón, imitativa, desaliñada, que hace que la realidad, las personas y las cosas carezcan de fuerza. La fuerza la busca Chalbaud por ciertos elementos de choque, al estilo de Liliana Cavani, que por estar fuera de contexto resultan escándalo barato e inútil: la madama del burdel con un amante retrasado mental al que le habla en alemán, el enano estrellado contra el suelo, la máscara de carnaval de la protagonista muerta, la tía anciana y demente en casa de la suegra. Chalbaud, por otra parte rompe la acción cronológicamente para crear una tensión y unos clímax que no llegan nunca. ¿Para qué, por ejemplo, mostrar a Rosario muerta desde el principio si uno sabe, fatalmente, que tiene que haber sido el tonto de Víctor el que la estranguló? Y ni siquiera hay una tensión erótica que sea capaz de explicar, de subrayar la actitud de desazón y caos mental de Víctor, porque la actriz que hace de Rosario es tan pasiva, tan desabrida, tan inactuante, que no puede desencadenar nada. Para no hablar de las otras figuras de mujer: la esposa, la suegra y La gata, verdaderas caricaturas en todo el sentido de la palabra.
Lo siento mucho, pero no lo entiendo. La insignificancia de esta película debería ser obvia. A no ser que Siglo xx cambalache y su filosofía barata o Nelson Ned como galán bonsai despierten tantos anhelos y tantas proyecciones personales que sea imposible controlarlos. Si es así, para eso hay discos, y no hablemos de cine.
El Colombiano, 16 de septiembre de 1984
Hollywood en nosotros
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