chico, haciendo un gesto de dolor. Tenía los labios amoratados y respiraba con dificultad.
–¿Algún problema? –preguntó Sean, arrodillándose a su lado.
–No puedo… –empezó a decir Pete, abriendo la boca para buscar aire. Parecía muy asustado.
–No pasa nada –dijo Ally–. Tranquilízate.
–Tiene varias costillas rotas –murmuró Sean.
Y una de esas costillas podría haber perforado un pulmón. No lo dijeron, pero los dos pensaban lo mismo.
–¿Qué ocurre? –preguntó Jack.
Sean se levantó para explicarle la situación mientras Ally examinaba al chico. Cuando desabrochó la cazadora y le vio el cuello, su corazón se encogió al comprobar signos de neumotórax.
–Tiene desviada la tráquea. Hay que llevarlo al hospital inmediatamente –explicó en voz baja, apartándose un poco.
–No hay tiempo –dijo Sean–. Se ahogaría antes de llegar. Hay que abrir una vía de aire.
–¿Y qué sugieres? –preguntó Jack.
–Tendremos que perforar la cavidad torácica.
–Llevamos equipo para ello, pero no lo he visto hacer nunca –dijo Jack.
–Pues quédate por aquí. Hoy es tu día de suerte –sonrió Sean, intentando disimular su preocupación.
–¿Qué más necesitas?
–Anestesia y un bisturí.
–No puede hacer eso. Es demasiado arriesgado hacerlo aquí… –protestó Ally.
–¿Alguna sugerencia? –preguntó Sean, quitándose los guantes.
–No –murmuró ella, mirando al chico–. Pero estamos muy lejos del pueblo. Podría morir…
–Si no hacemos nada, morirá seguro. Mírelo, no puede respirar.
–Pero esa es una técnica de emergencia…
–Esta es una emergencia –la interrumpió Sean.
Quizá tenía razón. Quizá no había alternativa.
¿Cuál sería su especialidad?, se preguntó Ally. No parecía nervioso a pesar de las condiciones en las que tendría que operar.
–Muy bien. Adelante.
–Necesito oxígeno, Jack.
–Ahora mismo –murmuró el hombre, que volvió un segundo después con una mascarilla–. ¿Queréis Entonox?
–En este caso, no –contestó Ally–. ¿Hay otro anestésico?
–Iré a ver –contestó el jefe del equipo. Unos segundos después, volvía con una jeringuilla y un frasco–. ¿Este vale?
Ally miró la etiqueta.
–Sí. Menos mal –suspiró. Tenía los dedos helados, pero debía inyectar la anestesia–. Jack, aprieta aquí –dijo, señalando el brazo de Pete.
El hombre obedeció y Ally buscó una vena.
–No podemos quitarle toda la ropa. Está congelado –murmuró Sean.
–Jack, ¿tienes unas tijeras?
Un segundo después, Ally cortaba el jersey y la camiseta para dejar al descubierto la zona en la que tendría que practicar la incisión.
–Vamos a hacer un pequeño corte. No es nada, Pete… ahora podrás respirar bien.
Ally observó cómo hacía la incisión y después, insertaba un dedo en ella.
–¿Para qué haces eso? –preguntó Jack.
–Para comprobar que el pulmón no está pegado al músculo –contestó Ally, sin soltar la mano del chico.
–Ya está –murmuró Sean, insertando una cánula de aire en la incisión.
–Tose, Pete –dijo Ally, observando las burbujas de aire que salían por la cánula. Después de toser, el chico parecía respirar con menos dificultad.
–Muy bien. Tenemos que mantener la cánula en su sitio. Si no, no servirá de nada –ordenó Sean.
Jack asintió con la cabeza.
–Sin problema. Uno de nosotros la sujetará durante todo el camino para que no se mueva. Buen trabajo, Sean.
Ally sujetó la cánula con esparadrapo, sonriendo. Jack tenía razón. Sean había hecho un buen trabajo. Y, a juzgar por la tranquilidad con la que se lo tomaba, debía haberlo hecho muchas veces.
–No sé cuál es su especialidad, pero seguro que no es la obstetricia –dijo, sonriendo.
–¿No cree que pueda traer un niño al mundo?
–Era una broma. Ha sido impresionante, doctor Nicholson.
–¿Impresionante para un machista insoportable? –sonrió él.
–Admito que quizá me he equivocado. Pero le recuerdo que usted me engañó con sus comentarios sobre las mujeres.
–Es verdad. Estamos en paz.
Ally apartó la mirada, incómoda. Nunca había conocido a un hombre que la hiciera sentir tan mujer como Sean Nicholson. Para disimular su agitación se concentró en Pete, mientras el equipo de rescate preparaba todo lo necesario para el descenso.
–Parece que ahora respira bien.
–Me alegro de que no se perdiera en la niebla –dijo Sean entonces.
Jack miró de uno a otro, divertido.
–¿Perderse Ally? ¡Lo dirás de broma! Era miembro del equipo de rescate hasta que…
–Estamos preparados, Jack –lo interrumpió Ally, para evitar que le diera detalles de su vida privada.
–¿Estaba en el equipo de rescate?
–Sí. Aceptan rubias, ¿sabe?
Los ojos de Sean brillaron de admiración.
–Ally estuvo en el equipo mucho tiempo –volvió a intervenir Jack–. Conoce esta montaña como la palma de su mano. No se perdería aunque le taparan los ojos.
–¿Taparle los ojos? Eso no suena nada mal –sonrió Sean, mientras se ponía los guantes–. Bueno, chicos, vámonos.
Capítulo 2
TARDARON más de una hora en llegar hasta la ambulancia que los esperaba abajo, donde Sean supervisó la colocación de las camillas.
Ally observó el perfil del hombre, la nariz recta, el mentón cuadrado…
–Guapo, ¿eh? –bromeó Jack. Ella sonrió, esperando no haberse delatado.
–Si te gustan los anuncios de colonia masculina…
–¿Cómo?
–Ya sabes, esos modelos que se tiran al agua, saltan de un avión y escalan montañas para llegar hasta su amada.
–Ah, claro. Sí, ese es Sean. Las mujeres se vuelven locas por él.
Ally podía creerlo. No habría una sola mujer que no encontrase atractivo a Sean Nicholson.
Como si los hubiera oído él se volvió y después de darle las últimas instrucciones a los enfermeros, se acercó a ella.
–Adiós, Jack.
–Ah, vale. Entiendo la indirecta –rio el hombre.
Ally se envolvió en la chaqueta, no sabía si para protegerse del frío o de Sean.
–¿De