Tucho profundizó, desde la realidad latinoamericana, las profundas implicaciones recíprocas entre Iglesia, por una parte, y pueblos y naciones, por otra. En América Latina, la Iglesia Católica es “pueblo entre los pueblos” –título de uno de sus estudios–, tanto en acepción bíblica y teológica como en su arraigo histórico y cultural. Aquí se juega su destino en las próximas décadas, si no se encoge en autorreferencialidad y, al contrario, se lanza misionera y solidaria hacia todos los ambientes y confines. Pero este destino eclesial está ligado también al destino de los pueblos latinoamericanos, si no quedan rezagados, subalternos y confundidos, sino que, al contrario, reactualizan y reformulan su mejor y más inclusiva tradición cristiana, se muestran capaces de democratización, industrialización e integración, dan saltos cualitativos hacia su unidad y saben universalizarse en círculos concéntricos de vinculaciones.
De este libro se aprende también de Methol Ferré las proyecciones de una mirada global, católica. Es iluminante su hermenéutica histórica del Concilio Ecuménico Vaticano II, considerado como respuesta de conjunto a las grandes vigencias rectoras de la modernidad –la Reforma protestante y el Iluminismo–, capaz no sólo de desechar sus errores sino también de asumir lo mejor de ellas, y así trascenderlas. Sus respuestas sobre la globalización poscomunista son de profunda percepción. Zbigniew Brzezinski y Augusto del Noce lo iluminaron sobre el tremendo giro histórico y cultural del ateísmo mesiánico, utopía revolucionaria del marxismo, al ateísmo libertino, nihilismo de consumidores. Y, sin embargo, no podía ser éste la alternativa histórica, siendo “intrínsecamente parasitario, no constructivo por definición”. La verdadera victoria sería de Auguste Comte sobre Marx, concluye Methol Ferré con genialidad: “Este agnosticismo positivista, cientista, que oscila entre el nihilismo parasitario y una religiosidad humanitaria, vagamente deísta, ecuménica en su eclecticismo, podía ser una alternativa «universal» en las clases altas y medias de las sociedades industriales dominantes. Una indistinta religiosidad que correspondía al materialismo práctico imperante, como una protección ante la amenaza del nihilismo y al vacío del mito de la revolución”. Éste es el “enemigo principal” de la Iglesia Católica en esta fase histórica, que hay que combatir pero sobre todo salvar, convirtiéndolo en amigo. ¡Pero ya será entonces otra cosa!
No creo que Alberto Methol Ferré haya tenido tiempo, ya muy enfermo, para captar todo lo que significó la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida como acontecimiento de madurez católica. Este libro y muchos de sus textos, así como el aporte de alguno de sus discípulos, habían también ayudado a generarlo a través de complejas vicisitudes y mediaciones. Aparecida le hubiera dado una gran paz y alegría, por católico y por latinoamericano, por reconocer también no poco de lo que había sembrado.
Methol Ferré siguió el itinerario y magisterio de los últimos Papas con atención, inteligencia y devoción. Estaba lejos, años luz, de ser un “beatón”. Vivió su fe con gran libertad, en comunión. La elección del cardenal Jorge María Bergoglio le hubiera causado gran conmoción. Lo hubiera puesto a repensar toda la historia de América Latina y su realidad actual a la luz de este acontecimiento. Lo hubiera incitado a considerar lo que significaba como posibilidad de su “resurgimiento católico”. Hubiera tenido en cuenta sus repercusiones sobre una América Latina “emergente” en el concierto internacional. Lo hubiera puesto a escribir y compartir sobre las exigencias y responsabilidades acrecidas que este pontificado conlleva para toda la Iglesia latinoamericana.
Nos falta Tucho Methol Ferré, pero necesitamos más que nunca que se emprendan ya mismo estas reflexiones y perspectivas. La lectura de este libro es un óptimo aliciente para afrontar esa tarea.
INTRODUCCIÓN
Jorge Bergoglio y Alberto Methol Ferré: afinidades electivas de un Papa y un filósofo del Río de la Plata
Alver Metalli
Alberto Methol Ferré auspició y previó la elección de Benedicto XVI y vislumbró en el horizonte la del papa Francisco. En 2005, trece días antes de la fumata blanca del martes 19 que llevó a Joseph Ratzinger a la cátedra de Pedro, el 6 de abril para ser más exactos, desde Montevideo, donde vivía, Methol Ferré rompió una lanza a favor suyo. Durante la entrevista concedida a una periodista del diario argentino La Nación que viajó expresamente para verlo, declaró que era “un gran partidario de Joseph Ratzinger”. Es más: “Pienso que es el hombre más indicado para ser Papa en estos momentos de la historia”, y agregó fundamentando su convicción: “Porque es una de las últimas grandes expresiones de esa generación que alcanzó un esplendor intelectual equiparable a los siglos XII y XIII de la Edad Media, y que se puede comparar también con la mejor época de la patrística griega y latina, cuando tuvo su inicio la gigantesca epopeya de la evangelización de los pueblos”. Pero, en el momento en que hizo estas declaraciones, Methol Ferré, que había augurado el pontificado de Benedicto XVI, consideraba que todavía no había llegado el tiempo de un Papa latinoamericano: “La Iglesia está saliendo de Europa, pero es un proceso reciente que todavía necesita madurar. Europa fue el centro del mundo hasta hace cincuenta años. A partir de la descolonización surge todo un mundo de iglesias nuevas, en la India, en Asia, pero son procesos muy incipientes”. Estaba convencido de que la Iglesia latinoamericana era la más madura porque era la más antigua de las no europeas: “Tiene cinco siglos, contra un siglo de las de África; por eso no me parece que las iglesias de la periferia europea estén en condiciones de una conducción mundial todavía”. Consideraba que hacía falta más tiempo. No mucho, se apresuraba a aclarar:
Dentro de pocos años, seguramente sí [estarán en condiciones de asumir la conducción de la cristiandad], porque la intensidad de la globalización y de la coparticipación interna de la Iglesia es cada vez más fuerte.[1]
Ese tiempo ya ha llegado. El papa Francisco es la prueba y la confirmación.
En la primera edición de La América Latina del siglo XXI, verdadero “testamento intelectual de Methol Ferré”,[2] en el capítulo final dedicado a Ratzinger Methol Ferré decía estar convencido de que el diálogo del pontífice alemán con la Iglesia del continente serviría para que se desarrollara lo mejor de la tradición teológica latinoamericana que surgió del Concilio en adelante, y para unirlo estrechamente con lo mejor del magisterio pontificio. “Cuando una tradición de pensamiento, como la latinoamericana, se convierte en un espacio de apropiación de los aportes de otras Iglesias, es cuando comienza a ser Iglesia fuente.”[3] Para el filósofo uruguayo, en efecto, “se pueden recoger con provecho pensamientos que nacen en otras circunstancias solamente cuando se es autoconsciente”. En una Iglesia-reflejo, afirmaba con convicción, “pesa más la debilidad de la mera imitación repetitiva que la fuerza del descubrimiento”.[4]
Iglesia reflejo, Iglesia fuente. O bien “iglesias protagonistas” e “iglesias receptoras” de protagonismos externos a ellas, como prefería decir Methol Ferré. La distinción entre unas y otras la trazó por primera vez el teólogo brasileño Henrique Claudio de Lima Vaz, jesuita y deudor, a su vez, de otro jesuita, Henri de Lubac, definiendo con la primera expresión, “iglesia reflejo”, las iglesias más determinadas por otras iglesias que por sí mismas, y con la segunda, “iglesia fuente”, aquellas que tienen en su interior las fuentes de su propia renovación. “Hay muchos grados intermedios entre estas dos categorías: de alguna manera todas las iglesias son al mismo tiempo «fuente» y «reflejo»”, comentaba Methol Ferré, “pero, históricamente, se puede observar cuándo un término prevalece más o menos sobre el otro”. En este punto la reflexión del filósofo uruguayo pasa a ser histórica:
En la historia del catolicismo se ha visto que algunas iglesias se volvían áridas y se convertían en reflejos de otras y viceversa, iglesias que relumbran e iluminan otras iglesias antes florecientes. Es así desde siempre y siempre será así. El movimiento de la Iglesia no es uniforme ni homogéneo. Siempre hubo y siempre habrá iglesias que en un determinado momento histórico son un foco de irradiación para otras. Durante mil quinientos años estos cambios se produjeron en el Mediterráneo y en Europa. En el siglo XVI España e Italia fueron iglesias fuente. El Concilio Vaticano II fue en gran medida una empresa franco-alemana y al mismo tiempo es el último Concilio europeo. La Iglesia católica, que