de entusiasmo por el progreso que se agota en las mediaciones, abortando la posibilidad de un progreso sensato y fundante relacionado con las raíces de los pueblos”.[23] “La expresión «progresismo adolescente»”, observa Galimberti, “está en la línea de lo que Methol llama «ateísmo libertino», que vive y se difunde en perfecta simbiosis, a través de la televisión y las nuevas tecnologías […] El ateísmo libertino es la exaltación de la corporeidad, la apoteosis del cuerpo sin un tú, puesto al servicio ansioso del eros”.[24]
En efecto, para Methol Ferré el ateísmo libertino “es una de las formas que asume el ateísmo contemporáneo desde un cierto momento en adelante, como sustituto del ateísmo mesiánico que se había suicidado […] El viejo ateísmo aristocrático se convirtió en un hedonismo agnóstico cuya lógica última es un ateísmo libertino de masas”. Así como para Bergoglio en la condición del hombre subyace una exigencia de belleza y de misericordia, también para Methol Ferré “la verdad del ateísmo libertino es la percepción de que el existir tiene un íntimo destino de gozo, que la vida misma está hecha para una satisfacción”.[25] “Es significativo”, comenta Bárbara Díaz Kayel, “que el Papa haya escogido el nombre de Francisco como nombre y símbolo de su misión al frente de la Iglesia […] es un canto a la belleza de la creación y un llamado a desprenderse de los bienes por la pobreza”. La docente uruguaya cita más adelante, considerándola “casi profética”, una afirmación de Methol Ferré de 2006 sobre el santo de Asís: “San Francisco es uno de los ejemplos más extraordinarios de la belleza captada y reflejada en una figura humana histórica”.[26] “En San Francisco”, sigue diciendo Methol Ferré, “la potencia de la belleza del ser es esplendorosa. Calvino no supera el ateísmo libertino, simplemente porque lo niega, lo rechaza, elude lo que lo mueve en profundidad. El ascetismo protestante, aun siendo generoso, no puede responder. El catolicismo, en cambio, sí puede hacerlo”.[27]
* * *
Poco antes de que se cumpliera un año de la muerte de Methol Ferré organizamos un simposio para recordar su figura, comenzar una primera sistematización de su pensamiento e iniciar un relevamiento de su vasta producción intelectual dispersa a lo largo y a lo ancho de toda América Latina. El encuentro se llevó a cabo en junio de 2010 en el Centro Cultural Borges, organizado por la Universidad Nacional Tres de Febrero de Buenos Aires. Bergoglio, arzobispo en aquel momento, envió una carta de su puño y letra. Invitaba a recordar a Methol Ferré como “ese gran hombre que tanto bien hizo a la conciencia latinoamericana y a la Iglesia”.[28] Trazó en pocas palabras un elogio que bien puede figurar en un libro de historia de América Latina:
Su pensamiento agudo y creativo sabía mirar con perspectiva tanto las raíces como hacia las utopías, y esto lo convertía en un hombre fiel a la realidad de los pueblos.
Lo recordó nuevamente en octubre de 2010, en un texto de amplia perspectiva que escribió en preparación de las celebraciones por los doscientos años de la independencia de los países de América Latina, Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016). Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo. Mirando hoy el continente, Bergoglio ponía de manifiesto desde las primeras páginas una tendencia cada vez más marcada a exaltar al individuo, a afirmar su supremacía y la de sus derechos por sobre la dimensión relacional del hombre. “Es el reinado del yo pienso, yo opino, yo creo por encima de la realidad misma, de los parámetros morales, de las referencias normativas, para no hablar de preceptos de orden religioso”.[29] Y aquí, en esta apertura analítica sobre la América Latina contemporánea, remitía a un concepto análogo propuesto por “un amigo querido ya fallecido, Alberto Methol Ferré”. Amigo que describía la misma tendencia como “un individualismo libertino, hedonista, amoral, consumista, que no tenía horizonte ético ni moral. Se trataba, para él, del nuevo reto para la sociedad y para la Iglesia en América Latina”. Es el único pensador laico, junto con Leopoldo Marechal, citado en un documento oficial, una especie de encíclica histórica sobre América Latina escrita por Bergoglio, que rezuma en cada página la misma visión que Methol Ferré.
Bergoglio siguió solícitamente los últimos meses de la enfermedad de Methol Ferré. Varias veces quiso que lo informáramos sobre su estado de salud. Sé que deseaba conferirle una distinción, probablemente el doctorado honoris causa de la Universidad Católica de la que era gran canciller. Me había comprometido a hacerle saber si las condiciones de Alberto mejoraban para poder cumplir sus propósitos. Lamentablemente las cosas fueron de otra manera y Methol Ferré murió el 15 de noviembre de 2009.
Pero Bergoglio no permitió que cayera en el olvido.
Siendo ya Papa, en más de una oportunidad se refirió a su amigo uruguayo. La última que podemos constatar, porque se trató de una circunstancia oficial que tuvo amplia resonancia en los medios, fue el sábado 1 de junio de 2013 durante la audiencia privada que concedió al presidente de la República Oriental del Uruguay, José Alberto Mujica, “un hombre sabio”, como lo llamó el Papa. En esa oportunidad recordó a un amigo en común “que ya no está”. Un hombre que “nos abrió la mente”, comentó Mujica; que “nos ayudó a pensar”, le respondió el Papa.
En septiembre de 2011 se constituyó la Asociación Civil Alberto Methol Ferré, de la que Bergoglio es socio honorario.
1. Viejos y nuevos enemigos
El colapso del comunismo: Brzezinski, Fukuyama, Huntington – Las consecuencias en la izquierda latinoamericana: Castañeda, Harnecker – El retorno de los movimientos nacional-populares – La Iglesia frente a la deslegitimación del ateísmo mesiánico y la crisis histórica del marxismo – Primeros signos del surgimiento de un nuevo enemigo – La dialéctica amigo-enemigo – Época nueva, adversario nuevo – Primeros momentos de desconcierto
–Juan Pablo II había convocado a una nueva conferencia general del Episcopado Latinoamericano, confirmada luego por su sucesor, Benedicto XVI. Es la quinta en medio siglo, la primera de este nuevo milenio. La última reunión general fue en 1992, en Santo Domingo,[30] demasiado cercana al evento crucial de 1989, el colapso del comunismo, que simboliza justamente un verdadero cambio de época para el mundo y para América Latina. Ahora, diecisiete años después de la Conferencia de Aparecida, observamos con mayor distancia ese momento y podemos apreciar mejor su alcance y sus efectos. Comencemos hablando de la importancia que tuvo en esta parte del mundo.
–El colapso del comunismo provocó un cambio radical en el escenario bipolar Estados Unidos-Unión Soviética, consolidado en el medio siglo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Con la caída del muro de Berlín, cayó también su lógica implícita; había que replantear todo: relaciones internacionales, sistemas de pensamiento, relaciones entre los estados. Este hecho produjo un cambio total, una ruptura con los esquemas intelectuales del mundo conocido.
La crisis exigía de cada actor en juego en la historia un nuevo posicionamiento, establecer nuevas relaciones. Nadie podía suponer cómo sería el mundo que sucedería al conocido hasta entonces. No lo podían saber ni los Bush, ni los Koll, ni los Deng, no lo podían saber tampoco los demás líderes de Occidente. Todo era oscuro; sólo se podían formular suposiciones, y así fue: se superponían hipótesis, se lanzaban análisis precarios en el torbellino de la discusión planetaria. La única previsión segura era que las lógicas que surgían, las nuevas síntesis, el nuevo escenario –si queremos mantener la figura teatral–, tardarían unos cuantos años antes de adquirir un perfil determinado.
La Conferencia de Santo Domingo (1992) se encontraba, en aquel momento, con la destrucción provocada por ese terremoto, con los restos de la caída aún calientes y humeantes; ella misma –la IV Conferencia General de los obispos– pertenecía en parte a algo que se estaba extinguiendo; era un observatorio desde el que no se podía ver bien lo que estaba pasando, y mucho menos tener una inteligencia histórica de gran perspectiva.
La Conferencia de Santo Domingo entraba todavía dentro del esquema de la anterior Conferencia de Puebla, buscando complementarla. Por lo tanto, no estaban dadas las condiciones para un pensamiento nuevo que asimilara el cambio en curso: estaba condenada al anacronismo. Mientras los obispos se reunían en la capital de la República Dominicana, el estrépito de la caída no se había aplacado, la polvareda todavía confundía la visión.