la pedagogía en tanto ciencia tiene su origen en una disciplina técnico-práctica de la educación.
Naturalmente, en cada caso permanece siempre el interés de dirigirse a los hombres prácticos y darles prescripciones útiles; siempre se necesita una reglamentación práctica para los juristas, los teólogos (los sacerdotes), los educadores, etc. Y así, siempre debe haber maestros que, estando ellos mismos en actitud práctica, quieran ayudar a sus alumnos empeñados en la praxis. Pero, de otro lado, una teoría pura expresa una necesidad particular y también una teoría de la praxis. Las ciencias puras aquí pertinentes se ordenan bajo la unidad universal del interés teórico, que vincula todas las ciencias y, en definitiva, las vincula en la unidad de la filosofía. [26] Y precisamente ahí es de la máxima importancia que se llegue realmente a una ciencia libre y pura, y que el hombre teórico no dirija, en modo alguno, su mirada a la práctica y, en lugar de ejercitar en una libertad ilimitada su interés teórico, reduzca su teoría a una mera servidora de la praxis.
Obviamente, esto también concierne a la lógica en tanto ciencia práctica, tecnología del conocimiento o del intelecto teórico en general, así como a la estética y no menos a la ética, que aquí nos interesa especialmente. En ellas y en todas partes, encontramos las mismas imperfecciones, que se deben a los motivos universales descritos, la misma inclinación a no ir en lo teórico mucho más allá de lo que a primera vista podría ser útil al hombre interesado y concretamente vinculado al nivel práctico.
Por lo demás, la estrechez de las ciencias tecnológicas tiene sus consecuencias inevitables también para la praxis misma; pues es un hecho, primero, sorprendente y, luego, sin embargo, del todo comprensible, que justamente la ciencia pura, que en su ilimitado interés teórico hace indiferentemente caso omiso de todas las exigencias de la praxis, haga posible los máximos triunfos de la efectuación práctica. Mientras parece, en definitiva, perderse por completo en el reino infinito de posibilidades puramente ideales y alejadas de la realidad, el conocimiento de las leyes ideales, válidas para el universo de las posibilidades, resulta ser muy eficaz (aunque, a decir verdad, solo en tiempos recientes) para el control del campo de las posibilidades reales y prácticas.
La estrechez mencionada debe necesariamente dañar de la forma más funesta a la filosofía en tanto teoría, que, no obstante, también tiene junto a sí su praxis. Si nos limitamos a la filosofía como ciencia pura, entonces esta es afectada por las diferentes ciencias prácticas que la integran, en consecuencia, por las así legítimamente denominadas tecnologías filosóficas, entre las cuales la superior es, según una jerarquía que hay que fundamentar correctamente, la tecnología ética. La filosofía es directamente afectada, digo, del modo más funesto, pues, au fond, no es otra cosa que una ciencia en conformidad con la idea de la más radical y, al mismo tiempo, universal cientificidad. Su esencia consiste, precisamente, en ser la ciencia en la que el interés teórico debe encontrar su satisfacción y realizarse de la manera más perfecta concebible. De hecho, [27] se atribuye a su función determinar de modo último el sentido y valor de verdad de todas las otras ciencias y de anclar todos los valores de verdad en valores últimos, teóricos, y de elevarlos mediante una síntesis universal a los valores máximos, absolutos; así, esta es idealmente la ciencia de la verdad absoluta, que, como reina, confiere a todas las otras ciencias un significado absoluto en el cual las abraza a todas. En un cierto modo, es un pecado mortal para la filosofía moverse en esta ciencia de manera ambigua e incoherente.
Pero es una insuficiencia híbrida si, como hasta hace poco, uno queda bloqueado en considerar tanto la lógica como la ética como disciplinas técnicas que han de ser diseñadas desde el punto de vista del hombre práctico y, por consiguiente, se las trata sin una clara separación entre una disciplina técnica fundada prácticamente y una tecnología puramente científica, en un modo que no puede satisfacer el interés filosófico, o sea, el pura y libremente teórico. La consecuencia fue que, detenidos por la mayor importancia dada a los motivos prácticos, precisamente no se llegó hasta lo filosóficamente último ni se penetró radicalmente en las fundamentaciones teóricas que, por así decir, constituyen el contenido esencial de las tecnologías filosóficas. Así, no se llegó tampoco a la formación de aquellas disciplinas puras y por principio filosóficas que, por así decir, constituyen el núcleo duro de aquellas tecnologías empeñadas en el nivel práctico y empírico, y que lo superan ampliamente en significado. Estas son tales que, según el conocimiento de esta situación, deberían ser descritas en primer lugar como lógica y ética filosóficas, en lugar de ser denominadas indiferentemente tecnologías del conocer y del actuar humanos.
En primer lugar, consideremos las circunstancias en la lógica, la primera que alcanzó un alto nivel de desarrollo teórico en el que además se efectúa, ante todo, una clarificación y que, por eso, parece decisiva para servir de guía a una ética pura. Partamos de la lógica en el sentido de la tradición originaria, es decir, pensada como una tecnología del conocimiento. Si, en su tratamiento, como de costumbre, uno todavía está en lo profundo motivado prácticamente, entonces se siente continuamente referido, en tal nivel, a los seres humanos y a la meta de mejorar su conocimiento. Se empieza, naturalmente, en la actitud empírica, la cual nos mantiene en la motivación práctica [28]. Se tiene delante de sí la vida cognoscitiva del ser humano en sus éxitos y fracasos, en y fuera de las ciencias humanas. Si ahora se nos pregunta, esforzándonos en crear una regla cognoscitiva fundada científicamente, qué ciencias pueden ser de ayuda, entonces la respuesta parece clara: en la medida en que se trate, en general, de una reglamentación mediante la voluntad (aquí hay conocimientos que deben ser dirigidos por la voluntad), viene tomada en consideración una ciencia que tiene que ver con el querer y con el actuar. El querer y el actuar conciernen a lo psíquico y pertenecen a la psicología, a la teoría de la vida psíquica humana.
Sin embargo, puesto que aquí hay conocimientos que deben ser regulados en el nivel práctico (el pensar, el fundar, etc.), entra en juego en este lugar la psicología, pero en particular la psicología del conocimiento, dado que describe solo una clase de eventos psíquicos. Según ello, se concluye y se toma por algo completamente comprensible de suyo que una lógica como tecnología del conocimiento debe tener sus fundamentos teóricos esenciales en la psicología y casi que debe también ser enteramente formada por principios empíricos. Esta es la opinión que domina ampliamente, pero es fundamentalmente falsa, como lo es el empirismo en general, el cual es ciego para todo lo a priori, para el anclaje último de toda <verdad> teórica y moral.
Quizás ahí se va demasiado lejos. El argumento por el cual una disciplina técnica que, como la lógica, apunta a una regulación de las vivencias de la conciencia, de lo psíquico, debe ser obviamente una ciencia empírica es, desde luego, obvio si esto psíquico es pensado en referencia a una vida humana empírica. Pero también puede ser pensado de otro modo. La tendencia a permanecer apresado en lo empírico y a hacerse ciego al hecho de que, ahí donde se habla de regulación en el sentido de la razón, imperan principios ideales y se descubre una disciplina a priori, esto es, ser ciego al hecho de que los fundamentos teóricos más esenciales de una tecnología de la razón deben ser supraempíricos. En la lógica, esta tendencia es evidentemente muy favorecida si, mediante la actitud práctica, se quiere regular el conocer humano y se dirige desde el inicio la mirada a lo empírico, y si, mediante la motivación práctica, se limita al mismo tiempo la libertad teórica.
[29] Un teórico puro y radical contemplará meticulosamente la situación en la más fría objetividad y se dirá: ciertamente, para una tecnología del conocimiento humano, se puede y debe estudiar teóricamente el conocer humano, y ello en relación con la psicología y con la entera ciencia de la vida psíquica humana; pero estamos vinculados solo a la vida psíquica empírico-humana si consideramos, precisamente, el conocer empírico del ser humano empírico y queremos regularlo en el nivel práctico. Pero podemos liberarnos de esta atadura como lo hacen desde siempre las ciencias matemáticas, las cuales no tratan de números terrenos ni del contar terreno ni tampoco de los triángulos en los planos y en la tierra, sino de triángulos en general, de figuras espaciales en general, sean pensadas estas en este mundo o en otro mundo de fantasía. ¿Y no está incluida desde el principio en el conocer racional una idealidad que remite a un