libre. Sólo habrá otro invitado, nuestro viejo amigo de Corea, John Seward. Él también vendrá, y los dos queremos mezclar nuestras lágrimas con el vino, y brindar de todo corazón por el hombre más feliz sobre la faz de la tierra, que ha ganado el corazón más noble que Dios haya creado y el más digno de ser ganado. Prometemos darte una calurosa bienvenida, una afectuosa felicitación y un brindis tan sincero como tu propia mano derecha. Ambos juraremos dejarte en tu casa si llegaras a beber demasiado en honor a cierto par de ojos.
¡Ven!
Tu amigo, hoy y siempre,
Quincey P. Morris
Telegrama de Arthur Holmwood para Quincey P. Morris
26 de mayo
Cuenten conmigo siempre. Tengo varias noticias que les harán zumbar los oídos.
Art.
Capítulo 6
Diario de Mina Murray
24 de julio. Whitby.
Lucy fue a recogerme a la estación, y se veía más dulce y bonita que nunca. Nos dirigimos a la casa de The Crescent, donde se hospedan ella y su madre. Es un lugar hermoso. Un pequeño río, el Esk, corre a través de un profundo valle, que se hace más ancho a medida que se acerca al puerto. Un gran viaducto lo atraviesa, con altos embarcaderos, a través de los cuales el paisaje parece más lejano de lo que está realmente. El valle es de un hermoso tono verde, y es tan empinado que, cuando te encuentras en su parte más alta, solo puedes ver lo que hay al otro lado, a menos que se esté lo suficientemente cerca del borde como para ver hacia abajo. Todas las casas del antiguo pueblo, el lado más alejado de donde nosotras estamos, tienen techos rojos y parecen estar apiladas unas sobre otras, como se ve en los cuadros de Núremberg. Justo encima del pueblo se encuentran las ruinas de la Abadía de Whitby, que fue saqueada por los daneses, y donde se sitúa una de las escenas de Marmión, cuando la chica es emparedada en el muro. Son unas ruinas grandiosas, de un tamaño inmenso, llena de rincones hermosos y románticos. Según una leyenda, se puede ver en una de sus ventanas a una dama vestida de blanco. Entre las ruinas y el pueblo hay otra iglesia, la parroquial, alrededor de la cual hay un gran cementerio, repleto de tumbas. En mi opinión, este es el lugar más hermoso en todo Whitby, pues está ubicado justo sobre el pueblo, y se puede ver desde allí todo el puerto hasta la bahía, donde el cabo Kettleness se extiende hasta el mar. El cementerio desciende tan empinadamente sobre el puerto que una parte de la ribera se ha caído y algunas de las tumbas han quedado destruidas. En ciertos puntos, algunas de las lápidas destruidas han llegado hasta el camino arenoso situado más abajo. Hay caminos, con bancas a los lados, a lo largo del cementerio; las personas van a sentarse allí todo el día disfrutando de la hermosa vista y gozando de la brisa.
Vendré a sentarme aquí a menudo para trabajar. De hecho, ahora mismo estoy escribiendo, con mi libreta sobre las rodillas, y escuchando la conversación de tres hombres mayores que están sentados junto a mí. Parece que no hacen otra cosa durante el día más que sentarse aquí y charlar.
A mis pies está el puerto. A lo lejos, hay una enorme pared de granito que se introduce hasta el mar, con una curva al final, en medio de la cual está el faro. Por la parte exterior del faro se extiende un sólido muro rompeolas. En el lado más cercano, el muro forma una especie de codo a la inversa, al final del cual también hay un faro. Entre los dos muelles hay una pequeña abertura hacia el puerto, que se ensancha a partir de ese lugar repentinamente.
La vista es agradable cuando la marea está alta, pero cuando baja se reduce prácticamente a la nada, lo único que queda es la corriente del Esk, que fluye entre los bancos de arena y algunas rocas esparcidas por aquí y por allá. De este lado, afuera del puerto, se eleva un gran arrecife que se extiende a lo largo de casi un kilómetro, cuyo lado más agudo proviene directamente de la parte trasera del faro ubicado al sur. Al final, hay una boya con una campana que suena cuando hay mal tiempo y envía al viento un sonido lúgubre.
Según cuenta una leyenda, cuando un barco se pierde, las campanas se oyen hasta el mar. Le preguntaré sobre esto al anciano. Ya lo veo venir caminando hacia mí…
Es un hombre muy gracioso. Debe ser muy viejo, porque su rostro está lleno de pliegues y retorcido como la corteza de un árbol. Según me ha dicho tiene casi cien años, y que ya era marinero de la flota pesquera de Groenlandia durante la batalla de Waterloo. Me temo que es una persona muy escéptica, pues cuando le pregunté sobre las campanas en el mar y acerca de la Dama de Blanco en la Abadía, me dijo muy bruscamente:
—Si yo fuera usted, no perdería mi tiempo en esos asuntos, señorita. Esas cosas están muy desgastadas. No digo que nunca hayan sucedido, pero no ocurrieron en mi época. Eso está muy bien para los visitantes, viajeros y gente parecida, pero no para una señorita tan agradable como usted. Tal vez se lo crean esos caminantes de York y Leeds que siempre están comiendo arenques curtidos y bebiendo té, atentos a comprar cualquier baratija. Me preguntó quién se tomará la molestia de contarles estas mentiras, ni siquiera salen en los periódicos, que están llenos de tonterías.
Me pareció que podría ser una persona de la cual aprender cosas interesantes, así que le pregunté si podía contarme algo sobre la pesca de ballenas en los tiempos antiguos. Estaba acomodándose para empezar su relato, cuando el reloj marcó la seis, entonces se levantó con muchos esfuerzos y dijo:
—Debo irme a casa, señorita. A mi nieta no le gusta esperar cuando el té ya está listo, pues me toma bastante tiempo caminar cojeando entre las tumbas, porque son muchas. Y según el reloj, ya va siendo hora de comer algo.
Se alejó cojeando y pude verlo bajando la escalinata tan a prisa como podía. Esta última es una de las principales características del lugar, pues conduce del pueblo a la iglesia, y tiene cientos de escalones, no sé exactamente cuántos, que concluyen en una delicada curva. La pendiente es tan leve que un caballo podría muy fácilmente subir y bajar por ella.
Me parece que deben haber tenido algo que ver con la abadía originalmente. Yo también debo irme a casa. Lucy salió a hacer algunas visitas con su madre, y como sólo se trataba de visitas de cortesía, no tuve que acompañarlas.
1 de agosto.
Hace una hora llegué aquí arriba con Lucy y tuvimos una conversación de lo más interesante con mi viejo amigo y los otros dos que siempre están con él. A todas luces, él es el gran oráculo de los tres, me parece que en su época debió haber sido una persona muy dictatorial.
Nunca cede en su opinión y le lleva la contraria a todo el mundo. Si no puede ganar en las discusiones entonces los amedrenta, luego toma su silencio como aceptación de sus puntos de vista.
Lucy se veía dulcemente hermosa en su vestido de algodón blanco. Desde que llegamos aquí, tiene muy buen color. Me percaté de que los ancianos no desaprovecharon la oportunidad de sentarse junto a ella. Es tan dulce con los hombres mayores, que creo que todos se enamoraron de ella al instante. Hasta mi viejo amigo sucumbió ante ella, pues no la contradijo en lo absoluto, pero a mí me atacó el doble. Logré que hablara sobre el tema de las leyendas, e inmediatamente se embarcó en una especie de sermón. Trataré de recordarlo para anotarlo todo aquí.
—Todo eso no son más que tonterías; eso son y nada más. Esos cuentos, dichos, fantasmas, señales y todo lo que tiene que ver con ellos, únicamente sirven para asustar a las mujeres locas y a los niños. Sólo es palabrería, nada más que señales y advertencias inventadas por curas y personas malvadas, así como por los ferrocarrileros embaucadores para asustar a los pobres tipos y obligarlos a hacer cosas que de lo contrario no harían. Me llena de rabia pensar en todo eso. ¿Por qué no se conforman con imprimir sus mentiras sobre papel y predicarlas desde los púlpitos? No, encima de todo quieren grabarlas hasta en las lápidas. Miren a su alrededor, y verá todas esas lápidas inclinadas asomando sus cabezas tanto como su orgullo se los permite, pero en realidad están cayendo bajo el peso de todas las mentiras grabadas en ellas. Todas tienen escritas cosas como: “Aquí yace el cuerpo” o “A la sagrada memoria”, y sin embargo,