puerto a través del Muelle Este, donde se esperaba el choque, y los presentes miraban sin poder respirar.
Entonces el viento cambió súbitamente de dirección hacia el noreste, y los remanentes de la niebla marina se desvanecieron en la ráfaga de aire. Y entonces, mirabile dictu, entre los dos muelles, saltando de ola en ola mientras avanzaba a gran velocidad, apareció la extraña goleta, con todas sus velas desplegadas, y logró llegar a la seguridad del puerto. El faro la siguió, y un escalofrío recorrió a todos los que presenciaron el suceso, pues atado al timón había un cadáver, con la cabeza colgando, que se balanceaba horriblemente hacia un lado y hacia el otro siguiendo el movimiento del barco. Sobre la cubierta del barco no se distinguía ninguna otra forma de vida.
Un gran temor sobrecogió a todos los presentes cuando se dieron cuenta de que el barco, como por un milagro, había encontrado el puerto, dirigido únicamente ¡por la mano de un hombre muerto! Sin embargo, todo sucedió mucho más rápidamente del tiempo que toma escribir estas palabras. La goleta no se detuvo, sino que navegando a toda velocidad a través del muelle, se clavó en una montaña de arena y grava, acumuladas por muchas mareas y tormentas en la esquina sureste del muelle que sobresale bajo East Cliff, conocido localmente como el Muelle Tate Hill.
Desde luego, hubo una gran conmoción cuando la nave llegó hasta el montón de arena. Cada mástil, cuerda y montante se tensaron, y una parte del “mástil principal” colapsó estrepitosamente. Pero lo más extraño de todo fue que, en el instante en que la goleta tocó la costa, un enorme perro saltó a la cubierta desde abajo, como si hubiera lanzado por el golpe, y corriendo a toda velocidad, saltó desde la proa a la arena.
Se echó a correr directamente hacia el empinado despeñadero, donde el cementerio cuelga tan inclinadamente sobre las callejuelas que conducen hasta el Muelle Este, que algunas de las lápidas “planas” o “piedras atravesadas”, como les llaman coloquialmente aquí en Whitby, proyectan su sombra en los lugares donde el despeñadero que las sostenía se ha derrumbado. El perro desapareció en la oscuridad, que parecía intensificarse justo detrás de la luz del faro.
Dio la casualidad de que en ese momento no había nadie en el Muelle Tate Hill, pues todos aquellos cuyas casas estaban en las cercanías ya se habían ido a la cama o habían ido a suelo más elevado para ver mejor. Por ello, el primero en subir a la goleta fue el guardacostas de turno en el lado este del puerto, que había corrido inmediatamente hacia el pequeño muelle. Los hombres que manejaban el faro, después de escudriñar la entrada del puerto sin encontrar nada extraño, encendieron la luz sobre la nave en ruinas y la dejaron ahí. El guardacostas corrió a popa, y cuando llegó hasta el timón, se inclinó para examinarla, retrocedió súbitamente como empujado por una fuerte emoción. Esto pareció despertar la curiosidad general, y un gran número de personas empezaron a correr hacia la nave.
Hay una distancia bastante considerable desde West Cliff pasando por Drawbridge hasta el Muelle Tate Hill. Pero su corresponsal es un buen corredor, y llegó mucho antes que el resto de la multitud. Sin embargo, cuando llegué, encontré ya reunida en el muelle a una multitud, a quienes tanto el guardacostas como la policía les negaban el permiso para subir al barco. Gracias a la amabilidad del jefe de marineros, se le permitió a este su corresponsal, subir a cubierta, y fui una de las pocas personas que vio al marinero muerto mientras seguía todavía atado al timón.
No fue nada raro que el guardacostas se hubiera sorprendido, e incluso aterrado, pues no es nada común presenciar un espectáculo como este. El hombre muerto estaba atado a uno de los radios del timón con las manos una sobre la otra. Entre la mano interior y la madera había un crucifijo y el resto del rosario al que estaba fijo se encontraba alrededor de ambas muñecas y del timón, todo fuertemente atado por las cuerdas. Es probable que el pobre hombre estuviera sentado en algún momento, pero el batir y el golpeteo de las velas habían llegado hasta la madera del timón, empujándolo de un lado a otro, hasta que las cuerdas con que estaba atado habían cortado la carne llegando al hueso.
Se llevó a cabo un registro detallado de todas las cosas, y un doctor, que llegó inmediatamente después de mí, el cirujano J.M. Caffyn, que radica en el No. 33 de East Elliot Place, declaró, luego de realizar una inspección minuciosa del cadáver, que el hombre había muerto desde hacía dos días por lo menos.
En uno de sus bolsillos había una botella, cuidadosamente tapada con un corcho y vacía, excepto por un pequeño rollo de papel, que resultó ser un anexo de la bitácora.
El guardacostas dijo que el hombre debió haber atado sus propias manos, apretando los nudos con sus dientes. El hecho de que un guardacostas hubiera sido el primero a bordo puede evitar ciertas complicaciones en el futuro a la Corte del Almirantazgo, pues los guardacostas no pueden reclamar el salvamento que por derecho le corresponde al primer civil que ingresa a un barco en ruinas. Sin embargo, las autoridades legales ya se están moviendo, y un joven estudiante de leyes está asegurando a voz en cuello que los derechos del propietario han sido completamente atropellados, ya que su propiedad ha sido confiscada en contravención a los estatutos de manos muertas, pues el timón, como símbolo, si no es que como prueba, de posesión delegada, estaba sostenido por la mano de un muerto.
Sobra decir que el cuerpo del piloto muerto ha sido removido reverentemente del lugar donde llevó a cabo su honorable guardia y custodia hasta su muerte. Tan tenaz y noblemente como el joven Casabianca, y ha sido colocado en la morgue en espera de las investigaciones.
La repentina tormenta ya está pasando, su furor ya ha menguado. La multitud ha empezado a retirarse a sus casas y el cielo está empezando a enrojecer sobre la campiña de Yorkshire.
En mi próxima entrada, proporcionaré más detalles sobre el barco abandonado que logró llegar milagrosamente hasta el puerto en medio de la tormenta.
9 de agosto.
Las consecuencias de la extraña llegada del barco abandonado en la tormenta, es casi tan sorprendente como el suceso en sí mismo. Resulta que la goleta es rusa, de Varna, y se llama Demeter. El lastre estaba conformado casi en su totalidad por sacos de arena fina, con solo un pequeño cargamento, unas cuantas enormes cajas de madera llenas de tierra.
El cargamento fue consignado a un abogado de Whitby, el Sr. S.F. Billington, que radica en el No. 7 de The Crescent, y que esta mañana subió a bordo del banco para tomar posesión formal de los bienes que le habían sido consignados.
El cónsul ruso, en su calidad de representante del transportista, también tomó posesión formal del barco, y se hizo cargo de todos los derechos portuarios, etc.
No se habla de otra cosa hoy más que de la extraña coincidencia. Los funcionarios del Ministerio de Comercio se han esforzado al máximo para asegurarse de que todos los trámites legales se lleven a cabo según las regulaciones en vigor. Como el asunto parece no ser más que una “maravilla de nueve días”, están tomando todas las medidas necesarias para que no haya ningún otro motivo de queja.
El asunto del perro que saltó a la tierra cuando el barco atracó ha generado gran interés, y más de un miembro de la S.P.C.A. (Sociedad para la Prevención de la Crueldad a los Animales) , asociación muy importante en Whitby, se ha ofrecido a ayudar al animal. Sin embargo, para la decepción de la mayoría, no han visto al perro por ningún lado. Parece haber desaparecido completamente de la ciudad. Tal vez estaba tan asustado que corrió hasta los pantanos, donde probablemente siga escondido aterrorizado.
Hay quienes creen que esta posibilidad es terrible, pues podría suceder que el animal se convirtiera en un peligro, ya que a todas luces se trata de una bestia feroz. Esta mañana temprano fue encontrado muerto, en el camino frente al patio de su dueño, un perro de gran tamaño, cruza de mastín que pertenecía a un mercader de carbón que radica cerca al Muelle Tate Hill. Había estado peleando y era evidente que se había enfrentado a un oponente salvaje, pues su pescuezo estaba desgarrado y su vientre abierto como por una garra salvaje.
Más tarde. —Gracias a la amabilidad del inspector del Ministerio de Comercio, se me ha permitido echar un vistazo a la bitácora del barco Demeter, que se actualizó hasta hace tres días. Pero no contiene nada importante, con excepción de lo relacionado a los hombres desaparecidos. Sin embargo, lo más