Me alegro de encontrarte aún por aquí. Me gustaría hablar un momento contigo.
Sus sospechas quedaron confirmadas en cuanto entró en el despacho del inspector jefe. Lyons no le había revelado nada en el transcurso de la llamada, pero la inspectora Amanda Beck estaba también presente, sentada de espaldas a él junto a la mesa, en el extremo más próximo a la puerta. Y, en aquel momento, ella solo estaba trabajando en una investigación, lo que significaba que únicamente existía un motivo por el que podían requerir su presencia.
Cerró la puerta intentando mantener la calma. Intentando, muy especialmente, no pensar en la escena que lo aguardaba cuando por fin pudo acceder al edificio anexo a la casa de Frank Carter, veinte años atrás.
Lyons le recibió sonriente. Tenía una sonrisa capaz de iluminar una habitación entera.
—Me alegro de que hayas subido. Toma asiento.
—Gracias. —Pete se sentó al lado de Beck—. Hola, Amanda.
Beck hizo un gesto de asentimiento a modo de saludo y le dirigió una leve sonrisa, un equivalente de bajo voltaje al haz de luz que proyectaba la del inspector jefe, que apenas consiguió iluminarle la cara. Pete no la conocía muy bien. Era veinte años más joven que él, aunque en aquel momento parecía mayor de lo que realmente era. Claramente agotada, pensó, y nerviosa, además. Tal vez estuviera preocupada por la posibilidad de que su autoridad se viese socavada y le retiraran el caso; Pete había oído comentar que era ambiciosa. Pero en este sentido, podía estar muy tranquila. Por mucho que Lyons pudiese ser implacable y decidiese retirarla de la investigación si lo consideraba adecuado, sabía que jamás le traspasaría el caso a Pete.
Lyons y él eran relativamente contemporáneos, pero a pesar de la disparidad de sus cargos, Pete se había incorporado al departamento un año antes y, en muchos sentidos, su carrera había sido más condecorada. Si el mundo fuera distinto, Lyons y Pete habrían estado sentados en aquel momento en lados opuestos de la mesa, y tal vez incluso deberían estarlo. Pero Lyons siempre había sido ambicioso, mientras que Pete, consciente de que los ascensos iban acompañados de conflictos y dramas, no tenía ganas de seguir ascendiendo en la escala profesional. Y esto siempre había exasperado a Lyons, Pete lo sabía. Cuando se persigue una meta con el ahínco con que la perseguía él, pocas cosas había que fastidiaran más que alguien que podría haberla alcanzado con más facilidad y no aspirara a ella.
—¿Estás al corriente de la investigación sobre la desaparición de Neil Spencer? —dijo Lyons.
—Sí. La primera noche estuve presente en la inspección de aquel descampado.
Lyons se quedó mirándolo unos instantes, evaluando tal vez si aquello era o no una crítica.
—Vivo cerca de allí —añadió Pete.
Lyons vivía también en la zona, pero aquella noche no había estado allí rastreando las calles. Al cabo de un segundo, sin embargo, el inspector hizo un gesto de asentimiento. Sabía que Pete tenía sus propios motivos para estar interesado en cualquier caso de niños desaparecidos.
—¿Estás al corriente de los avances que se han producido desde entonces?
«Estoy al corriente de la ausencia de avances». Pero sabía que eso sonaría como un reproche dirigido hacia Beck y aquella mujer no se lo merecía. Por lo poco que Pete había visto, Beck había gestionado bien la investigación y había hecho todo lo que estaba en sus manos. Y, más concretamente, había sido la que había recomendado a los agentes no criticar a los padres, un detalle que le había gustado.
—Estoy al corriente de que Neil no ha sido localizado —respondió—. A pesar de todas las labores de búsqueda y los interrogatorios.
—¿Cuál sería tu teoría?
—No he seguido la investigación tanto como para poder elaborar alguna.
—¿No la has seguido? —Lyons se quedó sorprendido—. Me ha parecido entender que la primera noche estuviste colaborando en la búsqueda.
—Por aquel entonces pensaba que lo encontrarían.
—¿Y ahora piensas que no?
—No lo sé. Espero que lo encuentren.
—Creía que habrías seguido el caso, teniendo en cuenta tu historia.
La primera mención. La primera pista.
—A lo mejor, precisamente es mi historia lo que me da motivos para no hacerlo.
—Sí, es comprensible. Fue una época difícil para todos nosotros.
El comentario de Lyons era aparentemente solidario, pero Pete sabía que aquello había sido otra fuente de rencores entre ellos. Pete había sido el responsable de cerrar el caso más importante que había tenido lugar en la zona en los últimos cincuenta años, pero Lyons había acabado siendo el jefe. Por distintos motivos, la investigación a la que le estaban dando vueltas era incómoda para ambos.
Lyons fue el que acabó cogiendo el toro por los cuernos.
—También doy por hecho que eres el único con quien Frank Carter estaría dispuesto a hablar.
Ahí estaba.
Hacía bastante tiempo que Pete no oía aquel nombre pronunciado en voz alta y tal vez por eso tendría que haberlo sobresaltado. Pero lo único que su mención provocó fue el ascenso a la superficie de aquella sensación de hormigueo que percibía en su interior. Frank Carter. El hombre que había secuestrado y asesinado a cinco niños en Featherbank hacía ya veinte años. El hombre a quien Pete había conseguido finalmente capturar. Con tan solo mencionar el nombre evocaba tanto horror, que siempre había tenido la sensación de que nunca jamás debería pronunciarse otra vez en voz alta; era como un conjuro capaz de convocar la presencia de un monstruo a tus espaldas. Peor todavía era el nombre que habían decidido utilizar los periódicos para referirse a él. «El Hombre de los Susurros». Estaba basado en la idea de que Carter había entablado amistad con sus víctimas, niños vulnerables y desatendidos, antes de llevárselos. Hablaba en voz baja con ellos por las noches desde el otro lado de la ventana de su habitación. Era un apodo que Pete jamás se había permitido utilizar.
Tuvo que contener la necesidad de salir corriendo de aquel despacho.
«Eres el único con quien estaría dispuesto a hablar».
—Sí.
—¿Por qué piensas que es así? —preguntó Lyons.
—Porque disfruta mofándose de mí.
—¿Mofándose de qué?
—De las cosas que hizo entonces. De las cosas que nunca llegué a descubrir.
—¿Y nunca te las ha contado?
—No.
—¿Y por qué te tomas entonces la molestia de hablar con él?
Pete se quedó dudando. Era una pregunta que se había formulado a sí mismo infinidad de veces a lo largo de todos aquellos años. Temía aquellos encuentros, y siempre se veía obligado a disimular los escalofríos que le entraban en cuanto tomaba asiento en la sala de interrogatorios de la cárcel y esperaba a que llegara Carter. Después se quedaba destrozado, a veces durante semanas. Había días en los que temblaba de forma incontrolable, y noches en las que se le hacía más difícil resistirse a la tentación de la botella. Luego, Carter se le aparecía en sueños, una sombra acechante y malévola que acababa provocándole un despertar a gritos. Cada encuentro con aquel hombre dejaba a Pete un poco más perjudicado.
Pero seguía yendo.
—Imagino que sigo esperando que un día tenga un desliz —respondió con cautela—. Que quizás revele algo importante por casualidad.
—¿Algo relacionado con dónde enterró el cuerpo del pequeño Smith?
—Sí.
—¿Y sobre su cómplice?
Pete