giratoria creada por los colonos con esculturas, textiles y dibujos.
Parker esbozó también su sonrisa de lameculos.
—Es cierto. Lo visito cada vez que voy a la Luna. Me ayuda a darme cuenta de que la humanidad prosperará entre las estrellas. El impulso de crear arte es uno de los rasgos más definitorios del ser humano.
—Qué ganas de ver cómo Marte inspirará a los artistas. —¿Se podía ser más ridícula? Pero era lo que me habían pedido. Se me revolvía el estómago con cada sonrisa y, por una vez en la vida, no era solo por la ansiedad. Era por la manera en que me estaban utilizando.
—Ahora me gustaría hacer una pregunta más seria, si me lo permite. Doctora York, en su regreso a la Tierra un grupo de terroristas secuestró su nave. ¿Cómo fue la experiencia?
—No eran exactamente terroristas, solo un grupo de hombres que estaban de caza que… —Me retuvieron a punta de pistola—. Estaban preocupados por quedarse en la Tierra.
Parker intervino y se inclinó hacia delante con los codos en las rodillas y los dedos juntos, como un rabino pensativo.
—Esa es una de las cosas que más me gustan de trabajar en la CAI. Salimos al espacio para allanar el camino a los demás. En los tiempos del Lejano Oeste, a nadie se le habría ocurrido cruzar el país llevando a la abuela en un carromato, pero, ahora, puede ir a cualquier parte. Pasa lo mismo en el espacio.
—Exacto. Nuestra misión es conseguir que el espacio sea seguro para las abuelas. —Cuando soltaba tonterías de este tipo, nadie diría que tenía un doctorado en física y otro en matemáticas. Aunque quizá fuera una oportunidad para dirigirme a las personas como Roy, que temían quedarse atrás—. Es un trabajo de equipo. Hay gente de todo el mundo trabajando en el programa espacial. Por ejemplo, Helen Carmouche es una calculadora de vuelo originaria de Taiwán. Ella tuvo la idea que sacó a todo el mundo sano y salvo de la Cygnus 14.
—Y tú ejecutaste esa idea. —La sonrisa de Parker era cegadora—. Por eso tenemos tanta suerte de que vayas a Marte con nosotros.
Imbécil.
—Solo soy una parte pequeña de un equipo más grande. Tenemos a Kamilah Shamoun, de Argelia, Estevan Terrazas, de España, y Rafael Avelino, de Brasil, solo por nombrar a algunos. —Quería dirigirme a las cámaras y apelar directamente a Roy, que estaría en prisión en algún lugar del país, y decirle: «¿Lo ves? No son solo los blancos. Todos trabajamos juntos». En vez de eso, dije—: Es como una Exposición Universal voladora.
Eso hizo reír al público. Genial. Tres hurras por mí. Parker se rio con ellos y se inclinó hacia Jack Paar.
—Y, por supuesto, todos los que forman parte de la misión son expertos en más de un campo.
Jack Paar alzó las cejas.
—¿De veras? ¿Y cuál es el suyo?
—Soy el comandante de la misión, pero también soy piloto y lingüista. —Parker me señaló con el pulgar—. La doctora York es física, calculadora y piloto. Una triple amenaza. Si supiera jugar al ajedrez, sería el paquete completo.
Mantuve la sonrisa y me reí con ellos. Por supuesto, Helen jugaba al ajedrez. Yo no.
Debería haber vuelto al hotel a estudiar tras terminar el programa, pero ¿cómo iba a estar tan cerca de mi hermano y no visitarlo? Cuando el servicio de coches nos dejó a Parker y a mí en el hotel, Hershel ya me esperaba con Tommy en uno de los sofás de terciopelo del vestíbulo. Mi hermano no había cambiado demasiado desde que nos habíamos visto en el Rosh Hashaná, pero Tommy había crecido un poco. Supongo que esa era la diferencia entre los dieciséis y los diecisiete años. Su cara todavía conservaba la suavidad de la niñez, pero su mandíbula empezaba a cuadrarse con las mismas líneas que la de mi padre.
Mi sobrino se levantó de un salto con una sonrisa de cachorrillo. Cruzó la sala para abrazarme mientras Hershel se peleaba para ponerse de pie con las muletas.
—¡Tía Elma! —Tommy me hizo retroceder un paso con su entusiasmo. Por favor, Dios, que mi querido niño nunca pierda la alegría.
«Mi querido niño». Por un segundo, el recordatorio de que nunca tendría un hijo de mi propia sangre me cegó y me aferré a mi sobrino con una fuerza innecesaria.
—Hola, tigre. —Lo solté y me volví hacia Parker, que se había detenido a mi lado—. Deja que te presente a…
—¡Toma ya! ¡Es Stetson Parker!
Parker esbozó su sonrisa zalamera.
—Así es. —Le ofreció la mano y se saludaron como hombres—. Debes de ser Tommy.
Casi me caí de espaldas. No recordaba haberle hablado nunca de mi sobrino. Sí. Lo había hecho. El simulacro de muerte. Todos los astronautas habían establecido qué hacer en caso de que muriéramos en las misiones lunares. Habíamos detallado a quién contactar y en qué orden, así que Parker sabía quién era Tommy igual que yo sabía que sus gemelos se llamaban Elmer y Watson.
—Sí, señor, lo soy. —Tommy aún le daba la mano a Parker y el pecho se le había hinchado hasta tres veces su tamaño habitual al pensar que le había hablado de él.
Hershel se acercó a nosotros con el ligero chasquido de los refuerzos de sus piernas.
—Tommy, seguro de que el coronel Parker tiene cosas que hacer.
—Por desgracia, sí. —Parker retiró la mano y fingió una sonrisa apenada muy convincente—. Y seguro que querrás pasar un rato con tu tía.
Tener un hermano que ha sobrevivido a la polio hacía que me fijase en ciertos detalles. Parker no miró las muletas de Hershel ni los refuerzos de sus piernas. La mayoría lo hacía y, después, le dirigía una mirada de compasión. Parker, a pesar de todos sus defectos, trató a mi hermano con absoluta normalidad.
Después de guiñarle un ojo a Tommy, se alejó de nosotros como el gran héroe americano. Por encima del hombro, nos llamó.
—No la entretengáis demasiado; tiene deberes y mañana hay clase.
Capullo. Era cierto, pero innecesario. Me volví hacia mi familia.
—¿Vamos al restaurante? Me muero de hambre. —Y me vendría bien una copa. Menos mal que el restaurante seguía el horario de Hollywood.
—Por mí, perfecto. —Hershel se balanceó a mi lado hacia el puesto de la encargada al lado del vestíbulo—. La tía Esther te manda recuerdos. Doris también.
—Mamá no podía venir porque Rachel está castigada. —Tommy negó con la cabeza e intentó parecer serio, como un adulto—. Por fumar.
—¿Cómo? —¿Mi sobrina de trece años fumaba?
—Tommy. —Hershel frunció el ceño y miró a su hijo por encima de las gafas—. No te corresponde contarlo.
—Solo es la tía Elma.
Hershel se aclaró la garganta.
—No sé si tu hermana diría lo mismo.
El proceso de encontrar asiento en el restaurante retrasó la inmensa lista de preguntas que tenía. Era incapaz de imaginar a mi sobrina con un cigarrillo. ¡Tenía trece años! No, catorce. Aun así. Dios. Tendría quince años cuando nos marchásemos a Marte y dieciocho cuando volviera a casa. Tommy estaría en la universidad.
—Elma. —Hershel me puso una mano en la muñeca—. ¿Qué pasa?
—¿Qué? —Pestañeé para volver a la realidad. Me picaban los ojos—. Ha sido un día largo.
Miró a mi sobrino de reojo. No sé si me sentía aliviada de que Tommy estuviera allí, porque de ese modo Hershel no podía interrogarme, o decepcionada por no poder contárselo todo a mi hermano. En realidad, ¿qué había que contar? Nathaniel y yo no íbamos a tener hijos y dudaba que aquella decisión fuera a sorprender a nadie,