la que pones cuando vas vestida con setenta y tres kilos de traje espacial en la gravedad de la Tierra mientras un fotógrafo te hace una foto más.
Había aprendido a sonreír a pesar del dolor.
—Sí, cariño. Todos los niños que nazcan en Marte estarán allí gracias a mí.
—¿Y los que nacen aquí?
¿Qué pasaba con los huérfanos como ella y con todas las personas que el Gobierno no consideraba importantes? Peor aún, si se desmantelaba el programa espacial, ¿qué pasaría con todos los niños como ella, que crecerían en una Tierra moribunda? Me arrodillé ante Dorothy, que había tomado mi decisión por mí, y saqué el águila del bolso.
—Son los más importantes.
Después de hablar con Dorothy y los demás niños, volví a entrar y fui directa a la oficina de Clemons. La señora Kare, su secretaria, levantó la vista de la máquina de escribir con una sonrisa.
—Doctora York, qué alegría tenerla de nuevo en la Tierra.
—Gracias. —Señalé con la cabeza al interior del despacho—. ¿Está aquí?
—Sí, y creo que no está al teléfono. Deje que lo compruebe. —Presionó el botón del intercomunicador—. ¿Señor? York ha venido a verlo.
—¿Cuál de ellos?
—La astronauta.
Lo oí gruñir a través de la puerta y del intercomunicador.
—Que pase.
Incluso después de tantos años, a veces se me humedecían las palmas de las manos cuando tenía que hablar con Clemons. No era racional, pero el cerebro hacía cosas raras. Sea como sea, me limpié las palmas en los pantalones antes de abrir la puerta al interior lleno de humo de tabaco del despacho.
Clemons tenía un puro en una mano. Se reclinó en la silla y me miró mientras entraba. Su barriga habría crecido con los años, pero su cara no había perdido ni una gota de severidad.
—Siéntese.
—No le robaré mucho tiempo. —Me senté en la silla frente a él, molesta porque ya me estaba disculpando por la intromisión—. Lo haré. Iré a Marte.
Apagó el puro y dio una palmada con una sonrisa, encantado.
—Queridísima Elma, no se hace una idea de lo importante que es esto.
Acababa de conocer a los niños a los que nuestro triunfo o fracaso afectaría directamente. Estaba casi segura de que me hacía una mejor idea de lo que estaba en juego que Clemons, aislado en su despacho.
—Haré todo lo que esté en mi mano para que sigamos adelante.
—Excelente. —Metió la mano en el cajón del archivador de su mesa y sacó una carpeta—. Le pedí a la señora Kare que le preparase un dosier; esperaba que dijera que sí. Aquí tiene la línea temporal inicial y el plan para que se ponga al día con el resto del equipo.
Revisamos la información y me la explicó a grandes rasgos. Al mirar los parámetros y todo lo que tendría que aprender para ponerme al día, empecé a emocionarme. Llevaba tanto tiempo sin enfrentarme a un reto que la sangre me bullía de excitación.
Hasta que salí del despacho con la carpeta bajo el brazo, abandoné del edificio, me subí al tranvía para ir el centro y abrí el dosier para echarle un vistazo, no me di cuenta de que no le había contado a Nathaniel que ya había tomado una decisión.
Vivir en el espacio por mi cuenta me había hecho olvidar cómo formar parte de una pareja.
Capítulo 5
Los clérigos piden la paz en Chicago
La ciudad se calma mientras los sacerdotes cruzan el distrito negro
Boletín especial para The National Times
Chicago, Illinois, 28 de agosto de 1961 — En el barrio del West Side de Chicago, devastado por los disturbios, hoy reinaba la calma, pero la Guardia Nacional ha permanecido alerta en cinco armerías de la ciudad. Varias brigadas policiales armadas han patrullado la zona para evitar que se repitieran los eventos violentos que resultaron en sesenta heridos el viernes pasado por la noche. Las tabernas seguirán cerradas hasta nuevo aviso.
Los líderes del movimiento por los derechos civiles han explicado que la mayoría de los trabajos disponibles en la región son en la industria espacial, mientras que el nivel educativo promedio no va más allá de la educación secundaria debido al alto número de refugiados de la Costa Este cuya escolaridad se vio interrumpida abruptamente por el meteoro. Dado que muchos de estos hombres no están cualificados para trabajar en el campo de la tecnología punta, la tasa de desempleo es del dieciocho por ciento en el distrito. Las organizaciones en la comunidad carecen de liderazgo y los grupos marginales militantes, como el movimiento La Tierra Primero, han tratado de llenar el vacío con cierto éxito.
En la colonia comía en la cafetería con el resto de la colonia, pero en casa cocinaba. A veces lo hacía como respuesta al estrés. A veces, cocinaba por estrés un banquete kosher completo. Después de hablar con Clemons, hasta preparé una tarta. Cuando Nathaniel llegó a casa, la humedad reinaba en el apartamento, que olía a chocolate, romero, carne y vino tinto. Me senté delante del ventilador y me incliné hacia delante para que el aire refrescara mi escote. Me arrepentí de mi decisión de preparar la cena a la vez que me preguntaba si debía hacer otro plato.
El arrepentimiento se esfumó en cuanto Nathaniel apareció en la puerta y ladeó la cabeza. Inhaló y sonrió.
—¿Has preparado ternera bourguignon?
—Y patatas asadas. Y ensalada. —Me levanté y desbloqueé el ventilador para que volviera a girar—. Y galletas.
Dejó el maletín junto a la puerta y colgó el sombrero en el perchero.
—¿He mencionado lo muchísimo que te echaba de menos?
—Le he dicho a Clemons que iré. —Me mordí el labio. Mierda. Quería contárselo durante la cena—. Lo siento.
Nathaniel cruzó la habitación y me cogió las manos. Las apretó con cariño y las observó como si fueran algo extraordinario. Suspiró, pero una sonrisa le suavizó la expresión.
—En fin, ya sabía que irías.
—Lo siento. Todavía estoy a tiempo de echarme atrás.
—Elma, no. —Levantó la mirada y tenía los ojos humedecidos. Me puse a temblar. Me levantó la mano izquierda y me besó el dedo anular—. Estaba seguro de que querías ir, pero estaba esperando a que te dieras cuenta por ti misma. Por si me equivocaba.
—Pero…
Mi marido negó con la cabeza, aún con una sonrisa en los labios, pero tenía los ojos rojos.
—No quiero que te quedes en la Tierra mientras anhelas estar entre las estrellas. Eso no es un matrimonio.
Mi separación física de Nathaniel comenzó casi de inmediato. La formación de la que Helen me había hablado se llevaba a cabo en el planetario Adler. Sigo a la espera de que se les ocurra algo mejor que un sextante para navegar por el espacio, pero, sin un campo magnético, dependíamos de las estrellas. Es cierto, contábamos con la UMI, la unidad de medición inercial, pero todavía necesitábamos las estrellas como referencia y, dado que la UMI no eran más que un montón de giroscopios, requería que una persona estudiase previamente el firmamento. Con un sextante.
Además, había que reajustar la UMI cada cierto tiempo en el transcurso de un viaje largo porque los giroscopios se desviaban y, para restaurarla a una alineación estelar precisa, otro astronauta tenía que volver a observar las estrellas. Con un