hacía él aquí?
–¿Eh? –Lauren alborota su pelo y las mangas anchas de su vestido caen hasta sus codos–. Ah, ¿Ryan? Es nuevo en el pueblo. Supongo que está presentándose con todos los dueños de los negocios locales. –Suspira y apoya su cadera contra el mostrador.
–¿Qué hacía en la parte trasera? –Algo no encaja.
–Le ofrecí una lectura de tarot. –Lauren se sonroja aún más–. Invitación de la casa.
–¿Algo interesante? –Tal vez se reveló algo acerca del fogón. No es probable, pero tampoco imposible, en especial dado que el detective ha estado investigándolo tan recientemente.
–Hannah, sabes que no puedo discutir sobre la lectura de un cliente –Lauren podrá lucir como un cliché ridículo (con su vestido negro antiguo, pelo oscuro muy por debajo de sus hombros y un pentáculo del tamaño de una bola de béisbol colgando de su cuello), pero es una profesional hecha y derecha. Tampoco es una Reg que juega a disfrazarse; ella es real.
Bueno, algo así.
Lauren no ha nacido en los Clanes de brujas, pero es una Alta sacerdotisa Wicca de tercer grado legítima. Ha estudiado Wicca durante casi una década, en donde avanzó por las etapas de iniciación y aprendió todo lo posible acerca de las propiedades mágicas de las hierbas, las fases de la luna, los cristales y el resto del mundo natural. Brinda consejo a sus propios iniciados y a aquellos que recurren a ella en busca de una guía.
Es casi como una Bruja Conjuradora que prepara pociones y lanza hechizos. Con la misma sed de aprender siempre algo más.
Pero allí es donde terminan las similitudes. Lauren no es una Conjuradora. Su magia no iguala su alcance. La inmediatez. La fuerza. Aun así, no puede negarse el poder que posee.
–Pero sí diré esto –continúa, con una mirada a la puerta para asegurarse de que el detective Archer no se haya demorado en las premisas–, ese hombre será bueno para Salem. –Suspira, un sonido suave y soñador, y luego parece notar que aún estoy de pie junto a ella–. ¿Por qué no limpias los estantes mientras esperamos a que llegue Cal?
–¿Cal?
–Ha tenido una entrevista ayer y estaba ansioso por comenzar. Cuando llegue, ¿podrías enseñarle a registrarse? Tengo citas casi todo el día.
–Seguro –respondo y busco la franela detrás del mostrador y el aerosol de limpieza hecho por Lauren, una mezcla de agua, vinagre y aceite de limón. Estoy segura de que bendice cada preparado bajo la luna llena por si acaso.
Comienzo por el mostrador, luego sigo por limpiar las cimas de los espejos y los marcos de los cuadros que cuelgan de la pared trasera. Los clientes siempre se entretienen con el letrero bordado que reza: ¡Los rateros serán embrujados!
La campanilla sobre la puerta tintinea y giro para escoltar al primer cliente oficial de Lauren a su sala de lectura privada. La mayoría de nuestros clientes son atraídos a la tienda por la reputación de Lauren con el tarot y hoy no es la excepción. Guío a un hombre bajo con un traje negro arrugado al fondo de la tienda, en donde Lauren tiene velas e incienso encendidos para limpiar y preparar el lugar. Al regresar al mostrador, hay alguien tamborileando los dedos sobre el vidrio.
–¿Puedo ayudarte? –pregunto en un esfuerzo por mantener la irritación fuera de mi voz. Acabo de terminar de limpiar eso.
El tamborileo se detiene y el chico gira con una amplia sonrisa que me tranquiliza de inmediato. Tiene aproximadamente mi misma altura, su pelo rubio afeitado a los lados y más largo arriba. Viste vaqueros oscuros y una de nuestras camisetas del Caldero.
–Soy Cal. Se supone que comience a trabajar hoy. –Señala nuestras camisetas púrpuras a juego para ilustrar el punto.
–Hannah –me presento y estrecho su mano–. Lauren está ocupada, así que me pidió que te enseñe el procedimiento. –Le indico que me siga detrás del mostrador–. ¿Te ha dado un código para registrarte?
Cal asiente y busca un pequeño anotador de piel. Lo abre y revisa las páginas.
–Sip. Aquí está. –Abro la pantalla de registro y dejo que Cal ingrese su código.
–Eres nuevo en el pueblo –pregunto cuando termina–. No te he visto antes.
–Eso depende de cómo definas «nuevo». Acabo de terminar mi primer año en la Estatal de Salem. Soy de Boston originalmente, pero decidí quedarme por aquí y ganar algo de dinero extra mientras me adelanto en mis cursos. –Señala la caja registradora–. ¿Te importa si lo intento?
–Seguro. –Regreso la registradora a la cursi pantalla de inicio de comienzos del 2000 y observo cómo Cal abre la función de registro de entrada–. ¿Por qué tienes que adelantarte?
–La universidad no es barata –responde Cal, como si fuera una respuesta obvia–. Si puedo completar mi carrera de Ciencias Informáticas en tres años, ahorraré todo un año de matrícula y de gastos de vivienda. ¿Qué hay de ti?
–¿Qué hay de mí?
–¿Qué estudiarás en la universidad?
Mis mejillas se acaloran, pero hay algo tan sincero en cómo lo preguntó Cal que no me molesta decirle la verdad.
–De hecho, comenzaré mi último año de instituto este otoño. Pero Veronica irá a la universidad este año. Estudiará periodismo en la Universidad de Ítaca, en Nueva York.
–¿Quién es Veronica?
Mi corazón se detiene al notar lo que hice. Creí que ese estúpido reflejo, esa necesidad subconsciente de incluir a Veronica en cada parte de mi vida, se había roto. Muerto. Desaparecido.
–Ella es mi ex –susurro y mi estómago se cierra mientras espero a que Cal responda. Salir del clóset es algo que siempre provoca nervios, sin importar cuántas veces lo haga. Y ahora que Veronica y yo estamos separadas, hay una nueva sensación de pérdida añadida al resto de las emociones ansiosas.
Cal se detiene un momento, evaluándome. Luego suelta un suspiro de reconocimiento.
–Mi primer novio rompió conmigo unos meses antes de ir a la universidad también.
–¿Sí? –pregunto y siento al instante una afinidad con mi nuevo compañero de trabajo, como si viera un rostro familiar en una multitud de extraños–. ¿Qué sucedió?
–Las cosas habituales, en parte, como no querer remontar una relación mientras asistíamos a universidades diferentes. Aunque, más que nada, no creo que quisiera salir con un hombre. –Cuando ve mi expresión confundida, clarifica–. Soy trans. Me definí en mi último año.
–Ah –respondo e intento ocultar mi sorpresa–. Lamento que te botara.
–Está bien. –Cal sonríe ampliamente y sus mejillas pálidas se encienden–. Mi nuevo novio es mucho mejor. Aunque está en su casa de Brooklyn por el verano.
Le ofrezco mis condolencias por la distancia y lo guío por las funciones más comunes de la registradora. Mientras trabajamos, intercambiamos historias sobre nuestros ex. Cal bufa compasivamente cuando le cuento de la pelea a los gritos que terminó con mi relación y yo lo fastidio para que me cuente detalles de cómo conoció a su nuevo novio.
–Este es el sistema de registro menos intuitivo que he visto jamás. ¿Qué tan vieja es esta cosa? –pregunta al interrumpir su propia historia. Estamos en medio de una práctica de cómo dar cambio y la caja no deja de lanzarle pitidos enfadados.
–Ya lograrás entenderla. Algunas veces ayuda darle un golpe.
–Eso en realidad no…
Golpeo la registradora con el talón de mi mano y Cal se estremece ante el estruendoso ruido metálico que produce la vieja máquina.
–Intenta ahora.