Isabel Sterling

Estas brujas no arden


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separadas), como si temieran que mi sexualidad sea contagiosa.

      –Buenos días –entono cuando finalmente frota sus ojos y se sienta.

      –Buenos días –refunfuña en respuesta. Extiende los brazos sobre su cabeza y bosteza audiblemente–. Así que, anoche fue un gran desastre.

      –Y grotesco –agrego y un escalofrío recorre mi espalda. Sujeto las sábanas ajustadas alrededor de mis hombros al sentarme, un escudo afelpado en contra de los recuerdos de los fragmentos de animal masacrado y de la sangre derramada.

      –No puedo creer que hablaras con La Innombrable sin que nadie resultara asesinado –Gem toma su cepillo de dientes de su bolso y se dirige al baño–. Es un milagro de verano.

      –Muy gracioso, Gem. Realmente.

      –Sabes que me amas –dice y desaparece por la puerta. El olor a tocino se intensifica con su partida.

      Mientras que Gem ocupa el baño de invitados del corredor, yo recojo mi pelo en una coleta y busco mi móvil, desesperada por ver las noticias. Tal vez la policía ya ha atrapado al Reg descarriado que incursiona en sacrificios mágicos.

      Ingreso mi contraseña y me sorprende que mi madre haya dejado que duerma hasta tan tarde. Normalmente, un minuto pasado de las nueve merece un sermón. Por costumbre, reviso mis notificaciones antes de ver las noticias. Estoy etiquetada en algunas fotografías borrosas del fogón, mi fotografía con Gem previa a la fiesta tiene un número decente de nuevos «me gusta» y hay un mensaje directo sin leer esperándome. Sin pensarlo, abro el mensaje y me quedo helada.

      Es de Veronica.

      Ver resaltar su nombre hace que las lágrimas ardan en mis ojos. Debería borrarlo sin leerlo. Bloquear su cuenta para que no pueda enviarme nada más. Pero no puedo. Tengo que saber. Tal vez escriba para disculparse. Tal vez anoche hizo que se arrepienta de lo sucedido entre nosotras. Tal vez…

      Hannah:

      Me graduaré hoy, como la mejor de mi clase, justo como lo prometí cuando éramos niñas. Lo logré, Han, realmente lo logré.

      Deberías estar ahí, sentada en la primera fila. Escribí gran parte de mi discurso para ti. No estará bien si tú no estás allí. Todos vendrán, todas las familias. ¿Eso no significa algo para ti? Hemos sido amigas todas nuestras vidas. Lo que sucedió en NY no debería cambiar eso.

      Yo iría si se tratara de ti.

      –V.

      Vuelvo a leer su mensaje (codificado para evitar mencionar el aquelarre) y me torturo con sus palabras. ¿Debería asistir? ¿Ella realmente asistiría si nuestros lugares estuvieran invertidos?

      Una puerta se abre y se cierra en el corredor. Seco las lágrimas de mi rostro y elimino nuestro historial de mensajes. Mi pecho se comprime al tiempo que años de intercambios desaparecen en un instante. Deseo deshacerlo en el mismo segundo que está hecho, pero como en nuestra relación, lo hecho, hecho está.

      Mi puerta se abre y Gemma entra, con el pelo envuelto en una toalla y su camiseta pegada a su piel no tan seca.

      –¿Qué haces?

      –Nada –Mi voz suena culposa, incluso para mí.

      Gemma inclina su cabeza a un lado, algo que luce ridículo con una toalla gigante cubriendo su pelo.

      –¿Entonces por qué luces como si alguien te hubiera dado un golpe?

      –Yo no…

      –Se trata de Veronica, ¿no es así? –Sube a la cama junto a mí y toma mi mano–. ¿Qué ha hecho esta vez? –Miro al techo, como si ello fuera a frenar la oleada de emociones que bañan mis ojos.

      –Quería que fuera a la graduación. –Que comenzó hace veinte minutos. Debe estar dando su discurso justo ahora, mirando a un mar de rostros con esperanzas de encontrarme.

      –¿Estás molesta por habértela perdido?

      Sí. No. Tal vez. Niego con la cabeza.

      –No –Juego con mi cobertor–. ¿Eso me convierte en una persona horrible? Hemos sido amigas desde que usábamos pañales, mucho antes de que fuera mi novia.

      –¿Esa es su excusa? –Gemma rodea mis hombros con su brazo–. Ella te lastimó, Hannah. No dejes que te haga sentir culpable por intentar sanar. No le debes nada.

      –Lo sé. –Si tan solo las cosas fueran tan simples. Si tan solo pudiera borrarla de mi vida por completo–. Pero…

      –Sin peros. Has tomado tu decisión y también ella. Ya es demasiado tarde para asistir de todas formas –Gemma se aparta y retira la toalla de su cabeza–. ¿Debemos tener una quema ceremonial de las cosas de Veronica? –Señala mi armario, en donde escondió todos los recuerdos de mi relación en una caja de zapatos–. Sé que dije que debías conservarlos, pero tal vez necesitas una buena purga.

      –¡Chicas! –exclama mi madre desde la base de las escaleras antes de que pueda responder–. El desayuno está listo.

      Gem se anima ante la mención de la comida. Cepilla su pelo apresuradamente y salta hacia la puerta. Yo la sigo con pesadez, un ogro tosco tras los pasos de su gracia de bailarina.

      –Buenos días, señora Walsh –dice Gemma con una sonrisa–. ¿Necesita ayuda para poner la mesa?

      –Ya está hecho, pero gracias. –Mi madre señala al comedor por el corredor–. Adelante, solo necesito buscar el pan tostado.

      Gemma no necesita que se lo digan dos veces. Prácticamente sale disparada por el corredor y desaparece en el comedor. Pero yo no la sigo. Me dirijo a la cocina, detrás de mi madre.

      –¿Hannah? –Mi madre se detiene con un plato lleno de pan tostado en sus manos–. ¿Qué sucede?

      –Algo extraño sucedió anoche. En el fogón, Veronica y yo…

      –¡Marie! ¿Vienes? –La voz de mi padre atraviesa la casa, profunda y resonante–. Los huevos se están enfriando.

      –Lamento que tuvieras una mala noche, Han. –Mi madre pasa el plato a una mano y coloca la otra sobre mi hombro–. Sé que Veronica y tú no están en buenos términos ahora, pero tendrán que aprender a estar en presencia de la otra tarde o temprano. Podemos hablar después de desayunar.

      –No, mamá…

      Pero ella ya se marchó. La sigo al comedor, en donde huevos fritos, frutas y una pequeña montaña de tocino llenan cada uno de los platos. Mi madre ubica el pan tostado en el centro de la mesa y ocupamos nuestros lugares.

      –Buenos días. –Mi padre me sonríe sobre su café.

      Mascullo una respuesta sobre el trozo de tocino que metí en mi boca.

      –¿Cómo estuvo el fogón? –pregunta él cuando mastico mi pan en lugar de decirle hola. Gemma deja caer su tenedor sobre su plato.

      –No creerán lo que sucedió. –Se inclina hacia el frente y yo tengo la boca demasiado llena como para decirle que se calle–. Alguien mató a un mapache y quemó un pentáculo en la tierra. Había sangre por todos lados. Y luego hubo una pelea y una chica se rompió el brazo. No por la pelea, se lastimó antes. Esperen, déjenme retroceder. No estoy contándolo bien.

      –Cielos, Gem. Respira en algún momento –digo, en un débil intento de alivianar el ánimo. Mis padres giran para mirarme. Una arruga se profundiza en el ceño de mi madre.

      –Lo siento, no era mi intención olvidar la parte más inusual –Gemma ahueca una mano junto a su boca y finge susurrarles a mis padres–. Hannah y Veronica hablaron sin asesinarse una a la otra.

      –Ahora eso es algo. –Mi padre ríe amablemente.

      Mientras Gemma vuelve a comenzar con su historia, describiendo