No, por supuesto que no –suspira y entrelaza las manos sobre su cabeza–. Me siento como un bastardo en este momento.
La tensión en mi pecho se libera. Un poco.
–Finjamos que esto nunca sucedió –extiendo una mano–. ¿Amigos?
–Amigos –estrecha mi mano, pero su ceño se frunce–. No comprendo por qué Savannah dijo que te invitara a salir. Dijo que eras bisexual. Incluso afirmó que yo te gustaba.
No escucho lo que sea que diga a continuación. Savannah. Ese es su nombre. Cómo-se-llame, de la tienda esta tarde. Aferro el brazo de Benton.
–¿Savannah te lo dijo? ¿Cuándo? –él observa el lugar en donde mis dedos rodean su piel descubierta. Lo dejo pasar.
–Hace como diez minutos –patea una piedrita en el suelo y la lanza rodando hacia el fuego–. Esto es tan retorcido.
–Realmente –ya me encuentro analizando a la multitud en busca de su extensión de rizos oscuros–. ¿Dónde estaba cuando te lo dijo?
–Por allí –señala al otro lado del claro, hacia una muchedumbre de cuerpos retorcidos.
–Genial, gracias –parto en dirección a la masa de danzarines que mueven sus caderas al ritmo de otra canción sin letra con un bajo resonante. El chasquido del fuego es fuerte en mis oídos, pero una risa familiar lo penetra. Mis manos se cierran en puños.
–¿A dónde vas? –llega la voz de Benton detrás de mí.
–A buscar a Veronica.
Y a acabar con esto.
El campo alrededor del fogón está atestado de alumnos del último año que tendrán una dolorosa resaca en la graduación de mañana. Camino entre sus cuerpos orbitantes, con cuidado de esquivar los vasos de cerveza. Mataré a Veronica cuando la encuentre. Tiene suerte de que vaya en contra de las leyes del Consejo el atacar a otra bruja.
Me encuentro casi al final de la multitud cuando escucho su voz, fuerte y aguda mientras habla con Savannah. Me escabullo más allá del límite del gentío y las encuentro.
Savannah está apoyada contra un árbol y toma la mano de Veronica.
–Vamos, Ronnie –la consuela–. ¿Después de lo que te ha dicho? Merecía algo peor.
Veronica sisea algo en respuesta, pero no puedo distinguir las palabras.
Mi garganta se cierra y mi visión se vuelve roja. Soy fuego; pura pasión y perfecta agresividad. Toda la frustración que sentí esta tarde en la tienda estalla en mi interior, lista para pelear. Savannah es la primera en verme. Una expresión petulante curva sus labios purpuras, un color intenso y sofisticado en contraste con el tono de su piel. Veronica voltea y sus ojos destellan bajo la luz de la luna. Limpia su rostro de toda expresión y enseña su máscara perfecta.
El solo verla, verla mientras me mira, hace que mi piel se acalore. Deseo, no por primera vez desde que rompimos, poder olvidar lo bien que se siente cuando su cuerpo está presionado contra el mío.
–¿Cuál demonios es tu problema?
Veronica vacía su vaso y se lo entrega a Savannah.
–¿Podrías traerme otra bebida? Creo que Hannah necesita hablar –me mira fijamente mientras habla, como si quisiera comprobar cuán enfadada estoy, ver cuánto puede presionarme antes de que pierda todo el control de mí misma.
En momentos como este no puedo creer que hayamos salido alguna vez.
Savannah nos mira a ambas y la victoria se desvanece de sus ojos. Toma el vaso de Veronica y sale disparada hacia los barriles de cerveza.
–¿Hay algún problema? –Veronica alza una ceja en fingida preocupación cuando su amiga está fuera del alcance–. Luces algo pálida.
–Sabes exactamente lo que has hecho.
–No he hecho nada –responde con la cabeza de lado.
–De acuerdo, bien, has hecho que tu amiguita Reg lo hiciera –sentencio cuando ella no deja de lucir confundida. Realmente hará que lo diga–. Le ha dicho a Benton que me invitara a salir. Mintió diciendo que soy bisexual para convencerlo.
–No hay nada de malo en ser bi, Hannah –responde mientras examina su manicura.
–Nunca dije que lo hubiera. Pero no soy bi, no tenías derecho de mentir al respecto –todo mi cuerpo tiembla al contener el grito que burbujea en mi interior. Pero Veronica simplemente está de pie, altanera–. ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Qué podrías ganar al hacer mi vida miserable?
Levanta la vista y juro que parece arrepentida. Casi.
–No quiero que tu vida sea miserable –echa un vistazo a la multitud de adolescentes bailando–. Pero eres una chica linda. Debes aprender a enfrentarte al coqueteo de los chicos.
–¿Discúlpame?
–¿Estar sola no es lo peor? –se acerca, hasta elevarse sobre mí.
Y allí está. Pendiendo en el aire entre las dos.
–¿Entonces eso es? –una risa sin humor escapa de mi pecho–. ¿Harás que mi vida estando sola sea tan miserable que corra de regreso a ti?
–Tú y yo estábamos bien juntas, Hannah –lleva un mechón de pelo detrás de mi oreja y baja dos dedos por mi cuello, mi brazo, y eriza la piel hasta mi muñeca. Algo que no es de ayuda–. No tiene que acabarse todo entre nosotras –rodea mi cintura con su brazo y me impulsa hacia ella, hasta que nuestros cuerpos están pegados.
Mi piel arde y todo mi cuerpo hormiguea.
Hasta que reconozco su contacto, su posesividad, como la misma basura controladora que acabó con nosotras en primer lugar.
Empujo a Veronica lejos de mí y retrocedo hasta que el aire frío gira a mi alrededor.
–No. No lo hagas. Esto es tu culpa y lo sabes –meto la mano en mi bolsillo y alcanzo las llaves que guardo allí. Necesito encontrar a Gemma y largarme de aquí. Veronica me fulmina con la mirada.
–Puedes reescribir nuestra historia todo lo que desees, pero tú has roto conmigo.
–¡Como si me hubieras dejado otra opción! ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Continuar como si todo fuera normal? ¿Que fingiera que lo de Nueva York nunca ocurrió?
–¡Sí! Fue un mal fin de semana, Hannah. Ni siquiera me has dado la oportunidad de explicártelo –está cerca, gritando a centímetros de mi rostro. Giran cabezas en nuestra dirección. Miradas acusadoras. Ojos curiosos.
–No quiero pelear por esto cada vez que te vea –mi voz es apenas más que un susurro, pero sé que ella puede escucharme. El aire entre nosotras me dice que apenas está respirando–. Quiero seguir adelante con mi vida.
–Bien –la palabra me alcanza como una bofetada en el rostro–. Hazte responsable de la ruptura y esto acabará.
–Al diablo.
Veronica lanza chispas por los ojos. Comienza a decir más, pero un grito penetrante atraviesa la noche.
La música se detiene. Alguien ríe hasta que le indican que haga silencio. Echo un vistazo a Veronica y luego comienzo a correr hacia la fuente del grito. Nuestros compañeros de clases podrían necesitar de otro grito para ubicar el lugar de origen, pero el viento carga el pánico y el sonido de sollozos ahogados directo hacia mí.
Por favor, que no sea Gemma.
Alguien sigue mis pasos. Miro hacia atrás y Veronica