perdería –eleva su bolsa de artículos mágicos, en donde el átame asoma por una pequeña rasgadura en el plástico–. Te veo esta noche.
–Nos vemos –respondo, pero pongo mis ojos en blanco una vez que Evan desaparece. Tengo suficiente de aspirantes a brujos con los turistas que visitan Salem. Es mucho más molesto cuando los locales lo hacen también. Actúan como si todo se tratara del atuendo y accesorios. Ten, compra un collar y algunas velas. Eso te convierte totalmente en brujo. Si tuvieran alguna idea de cómo somos las verdaderas brujas, de lo que somos capaces de hacer…
Probablemente no dormirían muy bien por las noches.
La risa de Veronica se filtra hasta el frente de la tienda. Oleadas familiares de deseo recorren mi espalda, pero el hielo en mis venas aplaca el sentimiento. La quiero fuera de la tienda. La quiero fuera de mi vida el tiempo suficiente para superarla.
Pero no. Ojalá fuera tan afortunada. La egoísta y hermosa cruz de mi existencia pertenece al mismo aquelarre que mi familia. Algo que era genial mientras estuvimos saliendo, pero ahora…
–Ah, Hannah. Olvidé que trabajabas aquí –Veronica se acerca furtivamente hasta el mostrador con una pequeña canasta de velas e incienso, mientras que la mentira sale sin esfuerzo de sus labios brillantes–. ¿Cómo estás?
–¿Qué haces aquí? –alcanzo las velas que depositó sobre el mostrador y las escaneo.
–Compras –ofrece una sonrisa burlona e intercambia una mirada con Cómo-se-llame, que hace estallar su goma de mascar.
–Esta trampa para turistas tiene sobreprecios y tú lo sabes –meto las velas en una bolsa de papel y dejo que mi pelo castaño hasta los hombros caiga sobre mi rostro. Crea barrera suficiente para evitar mirarla.
–Tal vez quería verte –su voz es dulce como la miel, pero puedo escuchar el veneno detrás de sus palabras–. No respondes mis textos.
–Sí, bueno, capta el mensaje –coloco el último incienso en la bolsa–. Serían cuarenta y cuatro con noventa y tres.
Me entrega el dinero y sus dedos acarician los míos. Un escalofrío corre por mi piel, pero no permito que ella lo vea. No puedo dejar que sepa que aún me afecta de ese modo.
–No tiene que ser así, Hannah –casi parece sincera. ¿Y el modo en que mi nombre suena al salir de sus labios? Tengo que tragar el nudo en mi garganta antes de poder hablar.
–Gracias por visitar el Caldero Escurridizo. Ten un buen día.
–Ven, Ronnie, vámonos –lanza Cómo-se-llame, a quien Veronica no se molestó en presentar, gira y se apresura hacia la salida, con sus tacones repiqueteando contra el suelo.
Pero Veronica hace una pausa. Se detiene. Como si hubiera algo más que quisiera decirme. Mi corazón retumba en mi pecho y estoy segura de que ella puede escucharlo.
–¿Desde cuándo dejas que las personas te llamen Ronnie? Lo odias –escupo, vuelvo a estirar mi uniforme.
Mi ex ve como su amiga se marcha y, cuando está segura de que estamos solas, se inclina sobre el mostrador y me observa a través de sus pestañas.
–Ten cuidado, Hannah. Podría pensar que estás celosa –una brisa intencionada roza mi cuello, cargada con una corriente del poder de Veronica. El humo del incienso se arremolina entre nosotras, acaricia mi mejilla y se desliza sobre la clavícula de Veronica, para atraer la atención a esa porción de piel desnuda.
–¿Qué demonios estás haciendo? –a pesar de no ver a nadie más en la tienda, mantengo la voz baja para que no nos oigan–. Si lady Ariana te atrapara usando magia en público…
–Relájate, Hannah. No es como si ella fuera a poner un pie en un lugar como este. Nadie lo sabrá –fija su mirada esmeralda en mí, pero retrocedo fuera de su alcance. Utilizar magia en público es un camino seguro para perder privilegios en el aquelarre. Y yo, por mi parte, no quiero que mi entrenamiento sea retrasado porque mi odiosa ex es descuidada.
Veronica suspira, se aparta del mostrador y libera su dominio sobre el aire. El viento cesa y retoma un curso más natural.
–¿Feliz?
No la honro con una respuesta. Ella sabe lo que sucedería si un Reg nos descubriera. Si nuestra alta sacerdotisa lo supiera.
–Escucha, Hannah –juega con su bolsa de velas–. Quería saber… ¿Vendrás mañana a la graduación? Creo que finalmente he perfeccionado mi discurso.
–¿En verdad? –me sobresalto por el ánimo en mi voz. El instinto de una vida de amistad es difícil de acallar, sin importar cuánto me haya lastimado. Me cruzo de brazos y miro alrededor de la tienda para asegurarme de que sigamos solas–. No, no lo haré. Preferiría que el Consejo me despojara de mi magia antes que presenciar eso.
Las palabras penden en el aire entre nosotras, cargadas de más poder que el viento manipulado por Veronica. Sus labios se separan, pero nada sale de ellos. Me pregunto si estará pensando en el día en que fuimos de compras en busca de su vestido de graduación. Si recordará lo que hicimos la noche en que fue nombrada oficialmente como la primera de su clase, luego de que sus padres se durmieran. La culpa presiona mi pecho, pero la hago a un lado.
Es su culpa que ya no estemos juntas. Ella fue quien me lastimó a mí.
Veronica cambia la bolsa de mano y una máscara se instala sobre sus facciones. Desapareció el dolor. Desapareció la chica a la que amaba, reemplazada por la que rompió mi corazón.
–¿Todo está bien aquí? –Cómo-se-llame ha regresado a la tienda.
–Por supuesto –Veronica sonríe con su sonrisa perfecta, que blande como un si fuera un arma–. Solo creí haber olvidado mi recibo. Vámonos.
Gira, enlaza el brazo con el de su amiga y desaparece por la puerta.
Mientras que la campana resuena con su partida, mi corazón amenaza con estallar. Las lágrimas escuecen en mis ojos, pero no las dejaré caer. No le daré esa satisfacción a Veronica.
Si cree que puede presentarse en mi trabajo todo el verano, está completamente equivocada. Porque cuando se trata de guardar rencor, soy una campeona olímpica.
2
Después de salir del trabajo, paso por el estudio de danzas para buscar a Gemma en su clase de ballet. Es fácil de reconocer, casi una cabeza más alta que sus compañeras de clases. Cuando alcanzó el metro setenta en el quinto año de primaria, todos intentaron hacer que se uniera al equipo de baloncesto, pero su cuerpo está hecho para la danza. Incluso cuando camina hace una presentación; prácticamente llega flotando a mi automóvil.
–¿Estás lista para rockear por completo ese fogón? –abrocha su cinturón de seguridad y libera su pelo rubio del rodete.
Me encojo de hombros y me adentro en el tráfico.
–Conozco esa expresión, Han –Gemma frunce el ceño–. ¿Qué ha hecho Veronica?
No existe un cambio de tema que pueda distraer a Gemma cuando tiene esa expresión, así que le cuento el Incidente Veronica. Sin mencionar el asunto de que ha utilizado magia en público. El único secreto que le he guardado a mi amiga alguna vez es mi posición como Bruja Elemental, y ese es un secreto que me llevaré a la tumba.
Al terminar la historia se ve un brillo asesino en la mirada de Gemma.
–Deberías pedirle a tu jefa que la vede de la tienda.
–Eso parece algo extremo –digo al dar el último giro en mi calle.
–Todo sobre Veronica es algo extremo. Necesitas espacio –Gemma toma mi mano cuando detengo el automóvil–.