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E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020


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ojos entrecerrados.

      Ya no estaba acariciándola con el pulgar. En aquel momento, tenía el dedo en el centro de su mano, contra su palma y Tara lo sentía como si una corriente eléctrica la atravesara directamente desde allí hasta el corazón.

      Axel volvió ligeramente la cabeza, como si quisiera contemplar sus manos unidas.

      —A mí me parece que ahora somos dos.

      El corazón le latía con una fuerza atronadora. Tara se sentía como si todas sus terminales nerviosas estuvieran a punto de estallar.

      —De acuerdo —su palabras fueron poco más que un suspiro, pero Axel curvó los labios en una lenta y satisfecha sonrisa.

      Entrelazó los dedos con los suyos y antes de ser siquiera consciente de lo que estaban haciendo, Tara sintió el frío aire de una noche de octubre contra su rostro y se descubrió frente a la puerta abierta del local. Se acordó entonces de que se había olvidado la chaqueta, pero no le importó, porque cuando todavía no se habían apartado de la puerta, Axel le hizo volverse entre sus brazos, la estrechó contra él y cubrió sus labios con la boca.

      En el interior de Tara estalló todo el calor de una tarde de verano.

      Axel posó la mano en su cuello y fue deslizándola lentamente hasta su barbilla. Después, alzó la cabeza y fijó la mirada en sus ojos.

      —Dejemos los deseos a un lado, ¿qué quieres de regalo de cumpleaños, Tara Browning?

      Tara se humedeció los labios, saboreando al hacerlo el gusto que Axel había dejado en ellos.

      —A ti —se le escapó. Qué descaro. El rostro le ardía—. Lo siento, puedes echar la culpa a las margaritas.

      —Me habría gustado tener también algo que ver en ello —le acarició la espalda y la estrechó de tal manera contra él que ni el frío aire de Wyoming pudo interponerse entre ellos.

      Tara tomó aire. Toda ella se sentía tan suave, tan blanda…, mientras que él… Él era todo lo contrario.

      Axel le rozó la barbilla con los labios y continuó deslizándolos hasta su oreja.

      —Tenerme a mí es la parte más fácil. Pero antes —esbozó una sonrisa traviesa— tendremos que celebrar tu cumpleaños como es debido.

      Si no hubiera sido porque Axel la tenía abrazada, Tara habría vuelto a tambalearse.

      —¿Celebrarlo?

      —Por lo menos no pueden faltar la tarta y las velas —se quitó la cazadora con un rápido movimiento y se la echó por los hombros.

      Tara notó a su alrededor el peso del cuero y la intensidad de la fragancia de Axel. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no terminar convertida en un charquito a sus pies mientras se sujetaba la cazadora con una mano. Axel le tomó la otra y la condujo por el aparcamiento hasta su camioneta.

      —Si conseguimos encontrar una tarta a estas horas, soy capaz de comerme un sombrero —dijo Tara, intentando dominar la emoción que corría por sus venas.

      —Hay cosas mucho más sabrosas.

      Axel le abrió la puerta, agarró a Tara por la cintura y la alzó, deslizándola a lo largo de su cuerpo.

      —Desde que tenía quince años, no había vuelto a sentir la tentación de hacer el amor con una mujer en un aparcamiento.

      Tara tragó saliva, impactada por el eco húmedo y ardiente que sus palabras tenían en ella.

      —Yo… no suelo hacer este tipo de cosas.

      —¿Te refieres a celebrar tu cumpleaños? —susurró Axel contra su cuello.

      —Me refiero a invitar a un hombre a mi habitación. Estaba pensando en quedarme a dormir en el hotel que hay al otro lado de la carretera.

      Tara no sabía si eran Axel o las margaritas las que le hacían tan audaz, pero la verdad era que no le importaba. Al fin y al cabo, eran dos personas adultas.

      —Estupendo —contestó Axel, deslizando los labios sobre los suyos con un beso que le aceleró a Tara nuevamente el pulso—. Ya tenemos un lugar al que ir con nuestra tarta —la sentó en el asiento de la camioneta—, y también en el que comerla.

      A Tara le dio un vuelco el corazón en el instante en el que Axel cerró la puerta. Le siguió con la mirada mientras él rodeaba la parte delantera de la camioneta y en el momento en el que sus ojos se encontraron, el tiempo pareció detenerse… Hasta que Axel continuó caminando, abrió la puerta y se sentó tras el volante.

      —¿Lista?

      —Sí —contestó Tara con voz ahogada.

      Dios santo, ¿en qué lío se había metido?

      Pero Axel la miró de reojo, sonrió y le estrechó la mano, borrando todas sus preocupaciones, disolviendo todos sus temores. En ese momento, comprendió que estaba exactamente donde quería estar: con Axel.

      Había corazones por todas partes. Si alguien hubiera entrado en aquel momento en el gimnasio de la escuela preguntándose qué se estaba celebrando, definitivamente, los corazones habrían despejado todas sus dudas.

      —¿Cuánto valen estos pendientes?

      Tara le sonrió a la adolescente que acababa de acercarse a su puesto. Aunque era trece de febrero, estaban celebrando el día de San Valentín. Los organizadores habían decidido que para los habitantes de Weaver, era preferible organizar la feria un sábado.

      —Te los puedes llevar a cambio de una lata de comida para la campaña de recogida de alimentos —el resto del dinero que ganara estaba destinado al proyecto de ampliación de la escuela.

      —Prométeme que no los venderás, ¿de acuerdo? Ahora mismo vengo.

      —Te lo prometo —Tara observó a la chica alejarse a toda velocidad por un gimnasio repleto de puestos en los que se podía encontrar desde besos hasta galletas.

      Todos los comercios de Weaver tenían algo interesante que ofrecer para la feria. Incluso Tara, a pesar de que lo último que le apeteciera celebrar fuera el amor.

      Permanecía sentada en un taburete detrás de su mesa. Dos horas más y podría llevar de nuevo sus cosas a Classic Charms, sintiéndose satisfecha por haber participado en el último ejercicio destinado a enaltecer el espíritu de la comunidad.

      No tenía ningún motivo para quedarse después en el gimnasio. La feria terminaría con una cena y un baile, pero el hecho de haber comprado la entrada para ambas cosas no la obligaba a asistir.

      Porque lo único que le apetecía hacer aquella noche era meterse en la cama. Sola.

      —Buenas tardes, Tara —Hope Clay, una de los organizadoras de la fiesta y miembro de la junta del colegio, se detuvo ante su puesto—. Parece que ha ido bien el negocio —señaló la mesa, casi vacía—. Es la primera vez que me acerco a tu puesto. Quería comprarles algo a mis sobrinas.

      Tara esbozó una sonrisa. Ya había visto por allí a sus sobrinas.

      —Leandra ha entrado con Lucas en brazos en cuanto han abierto la puerta del gimnasio.

      Hope se echó a reír; era una mujer que no aparentaba los cincuenta años que tenía.

      —Aunque sólo tenga dos años, ese niño lleva la sangre de los Clay en las venas. Tristan y yo nos quedamos con él y con Hannah hace unas semanas. Cuando Leandra y Evan vinieron a buscarlos estábamos agotados —sacudió la cabeza sin dejar de sonreír—. Pero no puedo decir de Lucas nada que no tenga que decir del resto de los bebés de la familia.

      Hope se fijó entonces en uno de los brazaletes del expositor de cristal.

      —Es precioso. ¿Es una amatista?

      Tara lo sacó para enseñárselo.