Y Tara terminó apareciendo.
Se había remangado la sudadera por encima de los codos y llevaba el pelo recogido en una especie de moño no particularmente efectivo a juzgar por los mechones de pelo que escapaban para enmarcar su rostro de duende.
Cuando llegó a la puerta, hizo una mueca y señaló el cartel que había puesto en la ventana para indicarle que la tienda estaba cerrada.
—No pienso marcharme, Tara —replicó Axel.
—Déjame en paz, ¿o tengo que llamar al sheriff?
—Llámale si quieres. Hace un año que no veo a Max. Es una oportunidad tan buena como cualquier otra para que nos pongamos al día.
—Supongo que debe de ser una sensación agradable estar emparentado con la mitad del pueblo.
En realidad, a veces era casi una maldición.
—¡Abre!
—¿No eres capaz de aceptar un no como respuesta?
—No —un golpe de viento arrastró hasta él una ráfaga de nieve—. Así que podrías dejarme pasar.
Tara miró por encima de Axel hacia la calle. Éste no habría podido decir si fue la visión de su camioneta o la del turismo que pasaba en aquel momento por allí la que le hizo esbozar una mueca. Pero tampoco le importó, teniendo en cuenta que al final le abrió.
—Podrías haber aparcado en el callejón que hay detrás del edificio —le reprochó mientras cerraba la puerta tras él—. Todo el mundo en el pueblo reconoce tu camioneta.
—¿Y?
—Y no quiero que la gente se pregunte qué estabas haciendo aquí —Axel comenzó a bajarse la cremallera de la cazadora—. No te molestes en quitártela —le advirtió Tara—, no vas a quedarte mucho tiempo.
Axel se quitó de todas formas la cazadora y la dejó sobre una barra de madera de caoba en forma de u que hacía las veces de mostrador en el centro de la tienda.
—Hay alguien que quiere acabar con tu hermano —dijo bruscamente.
Por un instante, Tara se limitó a mirarle con los ojos abiertos como platos. Después parpadeó lentamente.
—¿Perdón?
—Ya me has oído. Le han puesto precio a la cabeza de tu hermano.
Tara se sentó bruscamente en un sofá de cuero; un sofá tan grande que le hacía parecer incluso más indefensa.
—¿Cómo… cómo lo sabes?
—Porque trabajo para la misma agencia que te hizo instalarte en Weaver cuando tu hermano tuvo que pasar a la clandestinidad en la Brigada de Estupefacientes.
Tara palideció de tal manera que Axel corrió hacia ella y posó la mano en su espalda.
—¿Sabes dónde está Sloan? —tragó saliva—. ¿Está bien? Se supone que está en Chicago bajo protección, ¿no es cierto?
La verdad era que Axel no estaba del todo seguro del paradero de Sloan.
—Nos mantenemos en contacto —respondió, aunque Tristan era el único con el que McCray mantenía algún tipo de comunicación.
Vio la expresión asustada de Tara y se obligó a meter las manos en los bolsillos para evitar tocarla otra vez. Ya había habido demasiado contacto entre ellos. El recuerdo de las horas que habían compartido todavía le quitaba el sueño.
—¿Qué sabías tú del caso en el que estaba trabajando?
Tara se apartó un mechón de pelo de la cara.
—Lo único que sé es que cuando se infiltró en la banda de Deuce quería que me alejara de Chicago por si alguien sospechaba que no era el ex confidente que fingía ser —dejó caer las manos en el regazo—. Pero era una exageración. En realidad, nunca me pasó nada, ni mientras estuvo infiltrado en la banda ni cuando consiguió que les detuvieran —miró alrededor de la tienda—. Tuve que renunciar a mi casa para venir aquí. Pero esto es algo temporal. Sólo continuaré aquí hasta que todo esto termine.
Una decisión que había durado ya cinco años no parecía tan temporal como Tara pretendía, pero Axel prefirió no decirlo.
—Unos años antes de que Sloan se infiltrara en la banda, lo había hecho otro agente federal, pero le descubrieron y mataron a su familia antes de acabar con él.
No había manera de suavizar lo ocurrido, pero aun así, Axel se sintió como un auténtico canalla al verla palidecer todavía más.
—Los federales no pudieron acusar a nadie en ese momento —continuó con voz queda—. Ha sido tu hermano el que ha conseguido cerrar el caso y ahora que por fin va a salir el juicio adelante, es muy probable que quieran vengarse.
—Pero se supone que Sloan está protegido por una identidad falsa.
—Eso puede no ser suficiente y tu hermano no quiere que corras ningún riesgo.
—Pero si ni siquiera estoy utilizando mi nombre de soltera. ¡Y hace más de cinco años que no hablo con Sloan! No tengo ni su número de teléfono ni su dirección. ¿Cómo van a poder dar conmigo?
—Porque tienes una relación muy directa con él. Eres su hermana melliza —además de su único pariente.
—¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Renunciar a todo lo que tengo y empezar otra vez desde cero?
—Ahora mismo, Weaver sigue siendo el lugar más seguro para ti.
—¿Y desde cuándo sabes todo esto?
—¿Te refieres al peligro que corre Sloan o a la razón por la que viniste a Weaver?
—A las dos cosas.
—Lo primero, desde esta mañana, y lo segundo, desde hace cinco años.
—Genial. Entonces, todo ese asunto del criadero de caballos es un invento. Tú también eres un agente.
Durante el fin de semana que habían pasado juntos no habían hablado de su trabajo. Habían hablado de la tienda de Tara, de libros, de películas y de religión. Y habían hecho el amor una y otra vez.
—Jamás te he mentido. Me dedico a la cría de caballos.
—Pero no sólo a eso, ¿verdad?
—No —admitió—, pero no soy agente de la Brigada de Estupefacientes…
—Pero tú has dicho que fue la agencia…
—No fue la Brigada la que te hizo venir aquí, sino una agencia llamada Hollins-Winword.
—Pero Sloan me dijo…
—Eso no importa.
En un mundo perfecto, cualquier cuerpo policial sería capaz de proporcionar plena protección a sus agentes. Pero Axel había aprendido mucho tiempo atrás que el mundo no era perfecto. McCray había hecho lo mismo que habría hecho él si se hubiera encontrado en su situación.
—Sloan confió en Hollins-Winword para mantenerte a salvo, y es esa agencia la que te está protegiendo ahora.
Tara cerró los ojos un instante, como si estuviera intentando reunir fuerzas. Axel alargó la mano hacia ella, sin importarle arriesgarse a su rechazo, pero Tara abrió los ojos, posó las manos en las rodillas y se levantó bruscamente.
—Muy bien. Ahora que ya lo sé, ¿puedes marcharte? —comenzó a caminar hacia la puerta—. Tus cinco minutos han terminado.
Axel la agarró del brazo y disimuló el estremecimiento que le produjo aquel contacto.
—No he venido solamente para ponerte al tanto de la situación. A partir de ahora soy tu guardaespaldas.
Capítulo 3
Tara