que podría tener para inventarme una cosa así, pero de momento, basta con que sepas que la mayoría de la gente no tiene ningún motivo para oír hablar de la agencia, y me alegro de que sea así.
—No es que no me crea lo que me has contado, pero mi hermano tiende a ser exageradamente protector —quizá por culpa de su propia infancia. Ella también tenía sus propios traumas. Eso era lo que ocurría cuando alguien vivía al lado de un hombre cuyo trabajo exigía cierto secretismo—. Pero creo que estoy en condiciones de hacerme cargo de mi propia seguridad.
Axel bajó ligeramente la mano por su espalda.
—¿Te he dicho ya lo guapa que estás esta noche?
Tara le pisó deliberadamente el pie, mientras deseaba que fuera igual de fácil poder pisotear el recuerdo de los labios de Axel acariciando el mismo rincón de su piel que en aquel momento rozaba con la mano.
—Lo siento.
—No lo sientes en absoluto, pero es normal que estés a la defensiva. Te he puesto en una situación muy difícil.
Volvieron a entrarle ganas de echarse a reír. Si él supiera…
—Qué comprensivo por tu parte.
Intentó apartarse ligeramente de él, aunque sólo fuera para poder respirar, pero Axel cubrió su mano con la suya.
—La gente se va a llevar una idea equivocada —el corazón le latía con fuerza y era dolorosamente consciente de que era Axel, y no lo que le estaba diciendo, el motivo de que se le acelerara de aquella manera.
—¿Una idea equivocada sobre qué? A mí no me importa que se den cuenta de que me gusta bailar contigo.
—Pues a mí sí.
Tara sintió sus labios contra su sien y su pulgar acariciándole la muñeca.
—Mentirosa, el pulso te late a toda velocidad.
—Eso es porque estoy enfadada.
Axel suspiró con fuerza.
—No estaba bromeando cuando he dicho que todo esto resultaría más fácil si contara con tu colaboración. Pero si prefieres que te persiga como si fuera una especie de acosador, lo haré.
Tara quería escapar de sus brazos y salir corriendo de allí. Pero se limitó a seguir bailando la balada interminable que tocaba el grupo.
—Ya te lo he dicho, sé cuidar de mí misma.
Le sintió suspirar otra vez.
—¿Quieres que te cuente cómo murió la familia del otro agente? ¿Sabes que hacían una vida completamente normal, que jamás sospecharon…?
—Ya basta —se le estaba revolviendo el estómago—. No quiero oír los detalles.
—Y yo no quiero dártelos —le aseguró él—, pero lo haré si de esa forma puedo demostrarte que esto va en serio —giró suavemente para evitar que chocaran con otra pareja y bajó la voz—. No tenemos la seguridad de que la amenaza de muerte contra Sloan proceda de Deuce, pero es bastante probable, teniendo en cuenta que el juicio es la semana que viene. Si no quieres hacer esto por ti, hazlo por tu hermano. Tara, por favor, déjame hacer mi trabajo.
—Entonces, protege a Sloan.
—Mi misión consiste en protegerte a ti.
Misiones, trabajos. Su insistencia estaba directamente relacionada con su trabajo. No tenía nada que ver con ella. No tenía nada que ver con la noche que habían pasado abrazados, y, desde luego, mucho menos con las consecuencias de aquellas horas. Consecuencias que, afortunadamente, Axel ignoraba.
—Gracias, pero no.
Aprovechando que había terminado la canción y que Hope Clay estaba animando a todo el mundo a disfrutar del bufé, Tara se separó de él.
—Si me perdonas —dijo en voz alta, para que cualquiera que estuviera cerca pudiera oírla—, hay algunas personas a las que me gustaría saludar.
Y sin esperar respuesta, se volvió y se fundió entre la masa de gente que se dirigía hacia la comida. Pero en vez de acercarse a la cola, fue rápidamente al cuarto de baño.
Desgraciadamente, tampoco allí encontró escapatoria. Emily Clay, la madre de Axel se estaba secando las manos con una toalla de papel.
—Hola, Tara —al igual que la mayor parte de las mujeres que habían ido a la cena, iba con un vestido rojo, muy apropiado para la fecha—. Qué vestido tan bonito.
—Gracias —contestó Tara, dolorosamente consciente de su sencillez—. La verdad es que me he puesto lo primero que he encontrado en el armario.
—Vaya, no se te ocurra decirlo muy alto si no quieres ganarte unas cuantas enemigas. No todas nosotras podemos agarrar lo primero que encontramos en el armario y conseguir que nos quede tan bien como a ti.
Tara no necesitó mirarse al espejo para saber que se había ruborizado.
—Tengo la sensación de que te estás describiendo más a ti que a mí, pero muchas gracias.
Sabía que no era una mujer especialmente guapa, no era alta y tenía la nariz cubierta de pecas que el maquillaje no siempre conseguía disimular, y en aquel momento llevaba un vestido especialmente diseñado para disimular que comenzaba a engordar.
Afortunadamente, Emily no pareció notarlo. Tiró la toalla de papel a la papelera y se dirigió hacia la puerta.
—Asegúrate de que mi hijo se pase por nuestra mesa —le dijo a Tara con una sonrisa—. Aunque es evidente que prefiere dedicarte a ti toda su atención.
A Tara le resultó prácticamente imposible devolverle la sonrisa. Musitó algo sin sentido, pero no importó, porque Emily se apartó de la puerta para que pudieran pasar un par de adolescentes y se marchó.
Tara les devolvió el saludo a las recién llegadas y se lavó las manos. A continuación, en vez de dirigirse hacia la puerta que conducía al gimnasio, salió por la que daba al largo pasillo de cemento que conducía al frontón. Tenía intención de rodear el edificio, ir a buscar su abrigo al gimnasio y marcharse a casa. Una estrategia sencilla… O al menos eso le pareció hasta que al doblar la esquina descubrió a Axel apoyado contra la pared del gimnasio en actitud indolente y sosteniendo su abrigo.
—¿Olvidas algo? —levantó su abrigo con una mano. En la otra tenía las llaves de su coche.
Tara se acercó rápidamente a él y le quitó ambas cosas. Se echó el abrigo por los hombros y se volvió hacia el aparcamiento.
—Tu madre te está buscando.
—No pienso irme, Tara.
Tara aceleró el ritmo de sus pasos hasta empezar prácticamente a correr entre los coches. Pero entonces resbaló sobre un trozo de hielo que el frío comenzaba a formar en el suelo y echó las manos hacia delante, intentando amortiguar la caída. Afortunadamente, no llegó a hacer contacto con el suelo porque Axel la agarró por detrás.
—Tranquilízate —susurró contra su cuello.
Tara intentó desasirse de sus brazos, pero le resultó imposible.
—Suéltame.
—No voy a hacerte ningún daño.
La dejó suavemente en el suelo y soltó un juramento al descubrir que Tara tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Por favor, no llores. Puedo soportar cualquier cosa, salvo verte llorar.
Aquello era lo último que necesitaba. Tara sintió que las lágrimas desbordaban sus ojos y culpó a sus hormonas de aquella deplorable falta de control.
—Siento que tengas que sentirte incómodo —se secó las lágrimas, pero no sirvió de nada—. ¿Por qué no me dejas en paz?
—Porque no puedo —contestó Axel con expresión