Varias Autoras

E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020


Скачать книгу

id="ulink_d7750923-e791-5ad0-a46f-8371249112b6">Capítulo 5

      HabÍa ganado una batalla, pero Axel era consciente de que no había ganado la guerra.

      Dejó a Tara en la cocina y salió a la camioneta a buscar sus cosas. Dejó después su bolsa al lado del sofá, recorrió todas las habitaciones de la casa y salió de nuevo al jardín, dispuesto a inspeccionar los alrededores.

      Las luces de los porches vecinos iluminaban los jardines nevados. Apenas había coches aparcados y se oía el ladrido de unos perros a unas dos casas de distancia.

      Weaver era su hogar. Por muchos meses que pasara alejado de aquel lugar, cada vez que regresaba sentía que continuaba siendo el lugar al que verdaderamente pertenecía.

      Satisfecho tras comprobar que no había ningún elemento digno de preocupación, regresó al interior de la casa.

      —No sé por qué tienes que dejar la camioneta aparcada fuera de mi casa, donde todo el mundo puede verla —se quejó Tara en el momento en el que Axel cerró la puerta tras él.

      —Precisamente, la dejo ahí para que todo el mundo la vea—le recordó mientras giraba el pestillo—. Tendrás que poner cerrojos de seguridad en todas las puertas —en su recorrido, había visto que la puerta de la cocina daba directamente a un jardín sin vallar.

      Tara cruzó el cuarto de estar sin hacer ningún comentario y se dirigió al pasillo, presumiblemente a su dormitorio. La otra habitación que había en el pasillo estaba amueblada con dos modernas mesas de trabajo y una estantería llena de bolsitas con cuentas.

      Cuando regresó al cuarto de estar, Tara descubrió a Axel hojeando las revistas que tenía en la mesita del café.

      —Son todas de joyería y bisutería—comentó Axel.

      —De alguna parte tengo que sacar ideas si quiero vender algo en la tienda.

      —¿Haces tú misma las joyas que vendes?

      —Sí, la mayor parte, ¿pero por qué te sorprende? ¿No se supone que deberías saber todo sobre mi vida?

      —Me sorprende que no me hablaras sobre ello en Braden.

      Tara cambió inmediatamente de expresión y se acercó a la ventana, con intención de abrir las contraventanas.

      —Creo que es mejor que las dejemos cerradas.

      Tara se apartó de la ventana y Axel suspiró al ver su expresión, cada vez más sombría.

      —Lo siento.

      —Pero no puede ser de otra manera, ¿verdad?

      Ella se inclinó para ordenar las revistas que Axel había estado hojeando. Al hacerlo, su sedosa melena cayó hacia delante mostrando durante breves segundos la tierna piel de su cuello.

      Segundos que fueron más que suficientes para que Axel se tensara al recordarse besando aquella pálida piel, una experiencia que revivía en casi todos sus sueños.

      Se aclaró la garganta y desvió la mirada.

      —No hemos podido cenar nada en el baile, ¿no tienes hambre?

      —No —Tara ni siquiera le miraba—. Pero si tienes hambre, puedo prepararte algo.

      —No espero que cocines para mí.

      —Estupendo. Y supongo que tampoco terminarás todo el agua caliente por la mañana si te duchas antes que yo.

      Axel tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no regodearse en el recuerdo de Tara junto a él en la ducha.

      Tara se dirigió a la cocina y él la siguió. Para cuando llegó, Tara ya había sacado una sartén y estaba buscando algo en la nevera. Al final, sacó una jarra de plástico y la dejó en el mostrador.

      —En el armario de arriba tienes pasta.

      Axel comprendió la indirecta y abrió el armario. El interior estaba asombrosamente organizado. Sacó unos espaguetis.

      —Pensaba que exagerabas cuando me dijiste que tenías ordenados por orden alfabético los CDs, los DVDs y los libros —pero a juzgar por el armario, no era así.

      —Me gusta el orden.

      Eso mismo le había dicho cuando él había bromeado al ver que hacía la cama del hotel antes de que se acostaran en ella otra vez para volver a deshacerla.

      —¿Qué más puedo hacer? —preguntó, intentando olvidar. Tara estaba sacando verdura de la nevera—. ¿Lavar la verdura? ¿Cortarla?

      —Puedes ir cortándola.

      —¿Tienes una tabla?

      Tara sacó una tabla de madera con forma de manzana y la colocó en el mostrador, al lado de la verdura.

      —Pero antes lávala.

      Axel ya había abierto el grifo.

      —Sí, señora —contestó divertido ante la mirada atenta de Tara.

      Tara continuó observándole hasta que Axel alzó la mirada hacia ella.

      —Soy perfectamente capaz de cortar unas cuantas verduras sin llevarme un dedo.

      Tara se sonrojó ligeramente.

      —Es la primera vez que veo a un hombre trabajando en la cocina.

      —¿De verdad? ¿No has visto nunca a tu padre cocinando? ¿Ni a tu hermano? —apenas habían hablado del pasado o de sus familias durante aquel fin de semana en el que se habían alimentado a base de tarta de chocolate y pizza.

      —Mi padre pensaba que la cocina era cosa de mi madre y creo que consiguió inculcarle a mi hermano esa idea.

      Axel tomó un pimiento, lo partió en dos y limpió las semillas.

      —Ya conoces a mi madre, ¿crees que sería capaz de consentir que un hijo suyo no supiera desenvolverse en una cocina? Probablemente he pasado más tiempo en la cocina que mi madre o mi hermana Leandra. Mi hermana no aprendió a hervir agua hasta que fue a Europa a trabajar en el equipo de producción de un programa de cocina.

      —¿Estáis muy unidos?

      Axel se encogió de hombros, fijándose en la expresión fascinada de Tara. Expresión que seguramente negaría en el caso de que se lo señalara.

      —Sí, supongo que sí. Todos los Clay están muy unidos, ya sean hermanos o primos. ¿Y tú? ¿Cómo se siente uno al tener un hermano mellizo?

      —En realidad no sé lo que se siente al no tenerlo —se volvió, tomó una cazuela que había sacado del armario y se concentró en llenarla de agua.

      No volvió a manifestar ningún interés en la dinámica de la familia de Clay, que parecía tan diferente de la suya, mientras preparaban la cena. Tampoco comentó nada cuando cenaron en la cocina, ni siquiera mientras lavaban los platos, aunque Axel estaba seguro de que le había sorprendido tanto verle con un estropajo en la mano como verle cortando verdura.

      Ya era tarde para cuando terminaron. Tara apagó la luz de la cocina y le hizo un gesto a Axel para que se dirigiera al comedor.

      —El otro dormitorio de la casa lo utilizo como taller —dijo bruscamente—, así que tendrás que dormir en el sofá.

      —He dormido en sitios peores.

      Tara frunció el ceño, se cruzó de brazos y comenzó a avanzar hacia su dormitorio, como si quisiera poner distancia entre ellos.

      —¿Cuántas… cuántas veces has tenido que hacer este tipo de cosas?

      —La verdad es que he perdido la cuenta.

      —¿Tantas? —Tara se humedeció los labios—. ¿Y siempre han terminado bien?

      —En absoluto —admitió Axel.

      —¿Y cuál ha sido tu caso más largo?

      —En