de estar, se metió directamente en el baño, teniendo mucho cuidado de cerrar la puerta con cerrojo antes de abrir el armario para sacar la pasta de dientes. Y lo primero que vio fue el frasco de las vitaminas para los primeros meses de embarazo. Inmediatamente lo sacó de allí y lo guardó en el bolsillo de la bata. Cuando terminó de lavarse los dientes ni siquiera se miró en el espejo, temiendo que éste le devolviera una mirada culpable.
Abrió después el grifo de la ducha y esperó la habitual eternidad a que saliera el agua caliente.
Tener a Axel en casa la hacía sentir una intimidad entre ellos que ya no existía. Sin embargo, el recuerdo de aquel fin de semana continuaba persiguiéndola como si hubiera sido el día anterior.
Se desnudó y se metió en la ducha, esperando que el agua pudiera borrar sus recuerdos, pero en ese sentido, el agua falló miserablemente. Salió minutos después de la ducha, se peinó, se puso la bata y salió al pasillo.
—Buenos días.
El corazón estuvo a punto de salírsele del pecho al oír la voz de Axel.
—Creía que estabas dormido.
—Llevo un rato despierto —respondió Axel desde la mesa de la cocina—. Te he traído el periódico.
Tara miró hacia la ventana de la cocina, pero, naturalmente, las contraventanas estaban cerradas.
Axel alzó una taza que tenía justo al lado del ordenador portátil y del periódico del domingo.
—Por cierto, se ha acabado el café.
Estaba irritantemente despierto para ser un hombre que había dormido en un sofá casi medio metro más corto que él.
—Ya te dije ayer que ya no tomo café —respondió bruscamente, más por el esfuerzo que estaba haciendo para no fijar la mirada en su camisa desabrochada que por la falta de café.
Había dejado de comprar café porque la tocóloga le había recomendado que no lo tomara durante el embarazo.
—¿Entonces por qué conservas la cafetera?
—Porque es un regalo de Sloan —contestó—. Pero si quieres café, podemos comprar, no me molesta —al fin y al cabo, siempre había tenido mucha fuerza de voluntad.
Se volvió rápidamente y se encerró en el dormitorio. Le habría gustado permanecer allí escondida, pero se negaba a comportarse como una cobarde.
De modo que decidió ignorar los fuertes latidos de su corazón y su creciente tensión. Fingiría que nada de eso existía y con el tiempo conseguiría acabar con aquellos pensamientos estúpidos.
Axel Clay era el hombre que menos le convenía por muchas razones. En primer lugar, por su trabajo. Un trabajo de cuyos peligros y mentiras había querido mantenerse alejada desde que era una niña. Crecer con un padre cuya vida giraba en torno a los secretos no era vida para nadie.
Así que al final salió del dormitorio, fue hasta la ventana del cuarto de estar y abrió las contraventanas lo suficiente como para poder mirar al exterior, sin importarle que Axel pudiera regañarla. Tanto el jardín como la calle estaban cubiertos de nieve.
Se puso rápidamente el anorak y un gorro de lana y se dispuso a salir.
—Si vas a la iglesia, yo ya estoy preparado —le dijo Axel.
—No pienso ir a la iglesia.
—Pero si vas todos los domingos.
¿Lo sabía porque le habían pasado un informe o porque ella se lo había dicho mientras estaban en la habitación del hotel comiendo pizza?
—Hoy no voy a ir.
—¿Por qué?
—Porque supongo que insistirás en acompañarme y no pienso sentarme durante toda la ceremonia fingiendo que hay algo entre nosotros.
—Muy bien, pero supongo que entenderás que la gente entonces pensará que estamos haciendo algo más… entretenido. Sobre todo teniendo en cuenta que hoy es el día de San Valentín.
—Muy bien —se bajó la cremallera del anorak—. Iré a vestirme.
Regresó al dormitorio y cerró la puerta de un portazo. Se cambió de ropa, se puso un pantalón rojo y un jersey suelto que le llegaba casi a las rodillas, se maquilló y regresó a la cocina.
—¿Y bien? —le preguntó a Axel, que seguía sentado a la mesa—. ¿Nos vamos o no?
—Vamos.
Axel apagó el portátil y se levantó.
—Dame cinco minutos.
Pasó por delante de ella para dirigirse al cuarto de baño. En cuestión de segundos, comenzaron a sonar las cañerías, indicando que había abierto la ducha.
Tara tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para borrar las imágenes que se agolpaban en su mente.
Afortunadamente, consiguió controlarse y cuando Axel salió de la ducha, la descubrió bebiendo un vaso de leche y leyendo el periódico del domingo.
Axel tenía el pelo empapado y una toalla alrededor del cuello. Las gotas de agua salpicaban sus hombros y se deslizaban hasta su cintura. Tara lo vio inclinarse sobre la bolsa de lona que había dejado al lado del sofá.
Sacó una camisa, se la llevó a la nariz y, tras hacer una mueca, la volvió a guardar.
—Hoy vamos a comer en el Double-C. Habrá montones de comida. Así que, si hay algo que quieras hacer antes de que vayamos allí, dímelo ahora —sacó de la bolsa un jersey de color marfil—, porque nos ocuparemos de ello después de la iglesia.
—Si tú tienes que ir, ve. Yo prefiero quedarme en mi casa.
Axel volvió a levantarse. Dejó el jersey en el sofá antes de secarse con la toalla el pecho sin ningún pudor. ¿Pero por qué iba a tenerlo? Aquel hombre tenía el cuerpo de un dios griego.
—¿Es que no has entendido bien lo de las veinticuatro horas del día? —respondió Axel mientras se ponía una camiseta. Alargó después la mano hacia el jersey.
—¿Pero por qué quieres que yo, representando el peligro que represento, esté cerca de tu familia?
—No creo que haya otro lugar en el que puedas estar más segura, lo que significa que tienes que ir.
—No tengo por qué hacer nada que no quiera —le recordó Tara.
—Muy bien, pero sé que querrás porque estoy convencido de que en alguna parte de esa bonita cabeza hay un mínimo de sentido común. Si no fuera así, me habrías pedido que me largara incluso después de haber oído la voz de tu hermano.
Tara sentía una presión creciente en el pecho.
—¡Pero yo no quiero ir!
—¿Por qué no? Me dijiste que te encantaría tener algún día una familia enorme con la que reunirte a comer los fines de semana.
—¡No quiero que menciones nada de lo que dijimos en Braden!
Axel la miró con los ojos entrecerrados.
—Es sólo una comida familiar. No es para tanto.
—Cuando todo esto haya terminado, yo tendré que seguir viviendo y trabajando aquí. No me gustaría darle motivos a tu familia para ponerse en mi contra.
—No estoy pensando en anunciar que estoy locamente enamorado de ti ni nada de eso. Es sólo una comida familiar, un momento para relajarse… Además, tú misma has dicho que no piensas quedarte a vivir en el pueblo, que en cuanto todo esto haya terminado podrás marcharte. Así que, ¿qué más te da lo que pueda pensar la gente?
Le importaba porque la gente de la que estaba hablando, su familia, la familia Clay, siempre había sido muy amable con ella. Le importaba porque aquella familia era la familia de su hijo. Las náuseas que la habían acompañado