Tara la vació en él.
—Oh, cariño, ya me ocupo yo de eso —dijo Jaimie rápidamente.
—No importa —de hecho, prefería mantenerse ocupada mientras la madre de Axel cantaba las alabanzas de su futuro nieto.
Posiblemente, si se enterara de su embarazo no mostraría tanto entusiasmo.
—¿A qué se debe tanto alboroto? —en ese momento apareció Gloria con Hope, Courtney y Sarah y pronto la cocina estuvo abarrotada de familiares que acababan de enterarse de la noticia.
Intentando mantenerse en segundo plano, Tara comenzó a preparar el puré de patatas, pero fue dolorosamente consciente del grito de alegría de Axel cuando se unió al grupo.
Con aquel alboroto, le pareció casi milagroso que minutos después estuvieran todos sentados a la mesa del comedor. En cuanto se hizo el silencio, Squire bendijo la mesa con unas palabras que emocionaron a Tara, pero en cuanto se pronunció el «amén», volvieron las risas y los gritos.
Tara no podía evitarlo. Quería estar allí sentada, quería verlo todo. Porque aquello era un espectáculo glorioso para ella, que jamás había vivido nada parecido.
—¿Estás bien? —le preguntó Axel con voz queda, para que sólo ella pudiera oírle.
Tara parpadeó e intentó concentrarse en el plato que le habían llenado hasta los bordes.
—Sí, estoy bien —contestó forzando una sonrisa—, pero no puedo comerme todo esto.
—Claro que sí. Pero si de verdad no puedes, no te preocupes. Yo me lo terminaré por ti.
—Siempre tan glotón —dijo Leandra con cariño. Estaba sentada frente a él—. No sé cómo consigues mantener esa silueta de jovencita.
Axel le tiró la servilleta y ella la atrapó entre risas.
—No juguéis en la mesa —les regañó Gloria, sin dejar de prestar atención a Courtney, que estaba sentada a su lado.
—No es mi silueta la que está en peligro —le dijo Axel a Leandra, que, a pesar de la advertencia de Gloria, también le lanzó la servilleta—. Es Tara la que tiene el plato lleno de comida.
—Por favor, Ax —le regañó Sarah, sacudiendo la cabeza.
—¡Que estoy de broma! —miró a Tara de reojo—. Ya lo sabías, ¿verdad? Vaya, tienes una silueta tan perfecta como… —se interrumpió al ver que Tara tenía las mejillas ardiendo—. Muy bien —se concentró de nuevo en el plato—. Será mejor que me dedique a comer.
—Buena idea, hijo —contestó Jefferson.
Todo el mundo se echó a reír. Hasta Tara consiguió unirse a sus risas, y, por lo menos en lo que a los demás concernía, pasó rápidamente lo embarazoso de la situación,
Ella, sin embargo, estuvo intentando dominar durante un buen rato el placer y la sorpresa que le había causado que Axel la considerara perfecta en algún sentido.
Para cuando todo el mundo terminó de comer, creía tener la situación dominada. En el instante en el que Jaimie se levantó para quitar la mesa, ella la imitó.
—Te diría que te sentaras porque eres una invitada, pero cuantos más ayuden, mejor —le dijo Jaimie con una sonrisa—. Y más rápido serviremos el postre.
Tara fue agrupando los platos que le tendían mientras iba rodeando la mesa y contando al mismo tiempo las personas allí reunidas. Veintidós, y eso que no estaba toda la familia.
—Cariño —le pidió Emily a Axel—, ayuda a Tara con los platos. Pesan mucho para ella.
—No, no hace falta —protestó Tara rápidamente.
Sin embargo, Axel se levantó y le quitó los platos de las manos.
—Ya aprenderás que no se debe discutir nunca con mi madre.
—Tiene razón —se sumó Jefferson—. No sirve de nada.
—¡A callar! Dime, Leandra, cariño, ¿cuándo nacerá el bebé?
Tara retiró algunas de las fuentes del centro de la mesa y comenzó a dirigirse hacia la cocina.
—A principios de julio —oyó que contestaba Leandra.
Fue casi inevitable que se detuviera para mirar sorprendida a la hermana de Axel. Por esas mismas fechas daría ella a luz y, sin embargo, no estaba en condiciones de ponerse un vestido de lana tan ajustado como el que Leandra llevaba sin que se notara su vientre hinchado.
Estuvo a punto de chocar con Axel, que regresaba en aquel momento de la cocina.
—¿Quieres que lo lleve yo a la cocina?
—¡No! —contestó, quizá con un énfasis excesivo—. No, gracias, ya lo llevo yo.
¿Fueron imaginaciones suyas o Axel la miró con los ojos ligeramente entrecerrados?
Pasó por delante de él y se dirigió a la cocina, donde Jaimie estaba sacando las tartas.
—Eres un encanto —le dijo a Tara—, pero no voy a dejar que ahora metas todo eso en el lavavajillas.
Eso era precisamente lo que Tara pretendía hacer. Cualquier cosa con tal de no tener que volver a sentarse con toda la familia. Sólo había compartido una comida con ellos y ya quería huir de allí. Todo era demasiado perfecto. Y ella sabía que cualquiera cosa que fuera demasiado perfecta nunca duraba.
—Pero yo…
—De verdad, déjalo —la interrumpió Jaimie divertida mientras empezaba a cortar las tartas—. Me ha costado quince años conseguirlo, pero en esta casa son los hombres los que se ocupan de lavar los platos. Lo que puedes hacer es ir a ver qué quieren de postre. Las opciones son tarta de manzana y de chocolate.
Tara no tuvo elección. Regresó al comedor y se aclaró la garganta con intención de llamar la atención de todo el mundo. No lo consiguió, así que tuvo que elevar la voz.
—Perdonad… —ya estaba. Más de una docena de cabezas se volvieron hacia ella—. Jaimie quiere saber qué queréis de postre.
Fue tomando nota mentalmente de todas las respuestas hasta que miró a Axel.
—Chocolate —dijo él, pronunciado aquella palabra como si fuera una caricia.
Antes de que volvieran a verla sonrojarse, Tara dio media vuelta y regresó a la cocina. Pero ni siquiera allí pudo olvidar lo peligrosa que podía llegar a ser una tarta cuando Axel era uno de los ingredientes.
Capítulo 8
A qué hora vas a la tienda?
Era lunes por la mañana y Tara estaba sentada en la encimera, metiendo una bolsita de té en el agua caliente. Axel estaba sentado a la mesa, con el periódico a un lado y el portátil al otro. Y ella continuaba luchando contra sus hormonas, que parecían haber enloquecido el día anterior.
—Me gusta llegar allí a las ocho —intentó concentrarse en el té y apartar la mirada de aquel hombre tan atractivo—, para así tener tiempo de organizarlo todo antes de abrir a las nueve.
Excepto durante los últimos meses, en los que había estado pensando en retrasar la apertura una hora, porque ése era aproximadamente el tiempo que tardaba en tener las náuseas bajo control.
Aquella mañana, sin embargo, no se había levantado con náuseas, sino con un antojo que no podía permitirse el lujo de aliviar.
Axel dobló la sección de deportes del periódico.
—Voy a ducharme y después podremos irnos cuando quieras.
Tara musitó algo casi para sí. ¿Cómo iba a poder pasar otras veinticuatro horas con Axel Clay?
Bajó la mirada, pero aun así, pudo verle salir de la