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E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020


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      Axel se apoyó entonces con los brazos cruzados sobre el mostrador y se inclinó de tal manera hacia delante que sus labios quedaron a sólo unos milímetros de los de Tara.

      —Ésa es mi vida.

      Tara retrocedió bruscamente, para que no hubiera ningún peligro de que la besara.

      —Pues ésta no es mi vida.

      Giró bruscamente y se dirigió hacia el almacén, donde tenía una docena de paquetes que quería abrir. Pero antes de que pudiera sacar su contenido, tendría que hacer sitio en la tienda. Por supuesto, la venta del sofá la ayudaría.

      —¿Por qué decidiste abrir una tienda de este tipo cuando viniste a Weaver? —preguntó Axel tras ella.

      —¿Qué otra cosa podía hacer? —lo miró de reojo mientras abría una de las cajas con una cuchilla—. La revista para la que escribía estaba en Chicago.

      —¿Qué revista?

      —¿Ese detalle no figura en tu informe?

      Le dijo el nombre de la revista y Axel arqueó las cejas sorprendido.

      —Mi madre lee esa revista.

      —Mucha gente la lee, y ésa es una de las razones por las que estaba entusiasmada con aquel trabajo —hizo una mueca—. Duró dos años. Ahora estoy aquí.

      —Pero siempre se puede escribir a distancia.

      —No, cuando estás escribiendo una sección sobre estilos de vida en Chicago —quitó el plástico protector de los paquetes y dejó al descubierto dos mesas de jardín de hierro forjado.

      Cuando comenzó a levantar la primera, Axel se ofreció a ayudarla.

      —Puedo hacerlo yo.

      Pero Axel la ignoró y sacó las dos mesas de las cajas.

      —No es ningún delito aceptar ayuda.

      —Ya lo sé. Pero cuando vas a tener que prescindir pronto de esa ayuda, es preferible no acostumbrarte a ella —llevó la caja hasta la puerta y se detuvo un instante para mirarlo.

      —Estás aprendiendo —Axel tomó la caja y la sacó al cubo de basura que había en el callejón. Regresó a los pocos segundos—. Pero todavía no me has contado por qué abriste una tienda como ésta. En Weaver nunca ha habido nada parecido.

      —Y ésa es la razón por la que tenía tantas posibilidades de fracasar como de tener éxito.

      —Exacto —Axel levantó el portavelas en el que Tara había colocado una vela con olor a café—. Este olor me hace la boca agua.

      —Si quieres, puedes prepararte un café —señaló la cafetera que tenía encima de un escritorio que rara vez utilizaba—. Tienes café en el primer cajón. Lo guardo para los clientes —abrió el segundo cajón—. Aquí tienes galletas y bizcochos. También son para mis clientes.

      —Una tienda que ofrece un servicio completo.

      —Algo así —se lavó las manos en un lavabo que había en una esquina, sacó una bandeja de cristal y comenzó a colocar las galletas.

      —Todavía no me has dicho por qué pusiste esta tienda.

      Tara inclinó la cabeza y suspiró. Realmente, aquel hombre le daba a la palabra «insistente» un nuevo significado.

      —Mi madre siempre había soñado con tener una tienda de este estilo —hablaba constantemente de ello, pero los continuos traslados de su padre le habían impedido hacer realidad su sueño.

      —Perdiste a tus padres siendo muy joven.

      —A los veinte años, sí —contestó Tara mientras llevaba la bandeja al mostrador.

      El reloj de péndulo que tenía en una de las paredes indicaba que todavía faltaba un cuarto de hora para las nueve, pero aun así, colocó el cartel de «abierto» y quitó el cerrojo.

      —¿Y ahora qué? —cuando se volvió, encontró a Axel a sólo unos centímetros de ella.

      —Ahora tenemos que esperar a que comiencen a venir los clientes —afortunadamente, aquel día, gracias a la venta del sofá, no tendría que preocuparse por las ventas.

      Permaneció cerca de la puerta observando la tienda e intentando decidir cómo la decoraría cuando el sofá desapareciera.

      —Supongo que pedirte que te encargues de llevarte el sofá esta mañana no serviría de nada.

      —¿Quieres perderme de vista? —sacudió la cabeza—. Lo siento, pero me temo que el sofá tendrá que esperar.

      No esperaba otra cosa. Sabía que no le iba a quedar más remedio que trabajar con él.

      Se metió en la cabina telefónica para ordenar la lencería. Axel volvió a sentarse en el sofá.

      —Continúo pensando que es una pena que no tengas esa lencería en tu casa.

      —Si no estás cómodo en mi casa, ya sabes lo que tienes que hacer —cometió el error de mirarlo a través de la cabina y se encontró atrapada en la intensidad de su mirada.

      Recordó inmediatamente sus palabras: «tú y yo vamos a hacer el amor en este sofá».

      —Marcharte —añadió.

      —Me temo que no puedo hacerlo.

      —No tuviste ningún problema en hacerlo en otra ocasión —replicó Tara sin poder evitarlo.

      —Eso fue inevitable. Surgió algo inesperado.

      —¿Un asunto de trabajo?

      —Sí —contestó Axel tras una leve vacilación.

      Pero Tara tuvo la certeza absoluta de que le estaba mintiendo.

      Me parece increíble haber vendido tanto esta mañana —comentó Tara cuando la última clienta salió de la tienda.

      En aquel momento estaban solos. Ella estaba sentada en un taburete, detrás del escritorio, repasando los recibos.

      —Nunca había vendido tanto.

      —Admítelo, te traigo suerte.

      —La mayor parte de la gente viene porque tiene curiosidad por saber qué has visto en mí.

      —Cualquiera que tenga ojos lo comprendería.

      Tara esbozó una mueca y colocó juntos los recibos con un clip, antes de guardarlos debajo del mostrador.

      Echó después los brazos hacia atrás, para estirarse, tensando con aquel movimiento la blusa contra sus senos.

      Axel se obligó a desviar inmediatamente la mirada.

      Había pasado la mayor parte de la mañana deshaciendo paquetes en la trastienda. Había ayudado también a doblar ropa y a quitar el polvo de las estanterías y de aquellas plantas artificiales que parecían absolutamente reales. Se había dedicado a hacer docenas de tareas que no eran responsables en absoluto de su tensión. Porque su tensión estaba directamente relacionada con la otra distracción del día.

      Respiraba la dulce fragancia de Tara cada vez que ésta se acercaba a él.

      Observaba la gracia de sus movimientos.

      Disfrutaba del tintineo de su risa cuando hablaba con los clientes, y le desgarraban los celos porque sabía que aquella risa no era para él.

      La deseaba con tanta intensidad que le dolía.

      Se acercó a la ventana y vio a Mason Hyde sentado en la cabina de su camioneta. Axel alzó ligeramente la mano. Demostrando sus dotes de observador, Mason abrió la puerta y cruzó la calle. Segundos después, entraba en la tienda con su sombrero de vaquero en la mano.

      Tara