American College of Sports Medicine

Manual ACSM para el entrenador personal (Color)


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sobre la distinción de dos tipos principales: las de tipo I, o de contracción lenta, y las de tipo II, o de contracción rápida, con sus correspondientes subdivisiones. Estas fibras se han identificado y clasificado en función de características contráctiles y metabólicas, como la descomposición química de los hidratos de carbono, las grasas y las proteínas para la obtención de energía en el interior de la célula muscular (8).

       FIBRAS MUSCULARES DE CONTRACCIÓN LENTA

      Las características de las fibras musculares de contracción lenta son acordes con las de las fibras que resisten la fatiga. En consecuencia, las fibras de tipo I se seleccionan para las actividades de baja intensidad y larga duración. Además de su resistencia intrínseca a la fatiga, su resistencia aeróbica es prolongada, por la contracción constante que se produce para garantizar que las fibras musculares recién cargadas sean activadas mientras se mantiene el estímulo del ejercicio. Una persona normal presenta aproximadamente un 50% de fibras de contracción lenta, siendo esta distribución igual, en general, en todos los grupos musculares principales del cuerpo (36,37). Las personas que presentan mejor rendimiento en las actividades de resistencia suelen tener una mayor proporción de fibras de contracción lenta y, probablemente, ello se debe a factores genéticos, complementados por un entrenamiento con ejercicio adecuado. Desde un punto de vista metabólico, a las fibras de contracción lenta se las suele designar como «aeróbicas», ya que la generación de energía necesaria para la contracción muscular continuada se consigue mediante oxidación (descomposición química utilizando oxígeno) regular de los sustratos energéticos disponibles. Así pues, con una mínima acumulación de metabolitos producidos de modo anaeróbico (descomposición química sin oxígeno), en las fibras de contracción lenta se ve favorecida la contracción muscular submáxima continuada.

       FIBRAS DE CONTRACCIÓN RÁPIDA

      En el extremo opuesto de este espectro, quienes presentan mejor rendimiento en las actividades de potencia y velocidad de alta intensidad suelen tener una mayor proporción de fibras musculares de contracción rápida distribuidas por los principales grupos musculares. Dado que la generación de fuerza es tan importante en este caso, las fibras de contracción rápida se acortan y desarrollan tensión a una velocidad considerablemente superior que las de tipo I (47). Estas fibras son las consideradas de tipo IIb, o fibras de contracción rápida «clásicas». Metabólicamente, estas fibras son las fibras anaeróbicas clásicas, ya que dependen de las fuentes de energía presentes en el interior del músculo (p. ej., la fosfocreatina). Cuando se introduce un componente de resistencia aeróbica, como en los ejercicios que se prolongan varios minutos (p. ej., carreras de 800 o 1.500 m), interviene un segundo tipo de fibras de contracción rápida, las de tipo IIa. Estas representan una transición entre las necesidades cubiertas por las de tipo I y las de tipo IIb. Desde el punto de vista metabólico, aunque las fibras de tipo IIa tienen la capacidad de generar una cantidad moderadamente grande de fuerza, también presentan cierta capacidad aeróbica, aunque no tanta como las fibras de contracción lenta. Esta variedad constituye un puente, lógico y necesario, entre los tipos de fibras musculares, con el fin de poder cubrir las diversas actividades físicas que se presentan.

       Activación neuromuscular

      La actividad física supone realización de movimiento voluntario con un objetivo determinado. El estímulo para la activación del músculo voluntario procede del encéfalo, en el que la señal es transmitida desde el tronco del encéfalo, a través de la médula espinal, y transformada en un patrón específico de activación de la unidad motora. Para realizar una determinada tarea, las unidades motoras requeridas satisfacen una serie de demandas específicas para la producción de fuerza, activando las fibras musculares asociadas (9).

       ACTIVACIÓN DE UNIDADES MOTORAS

      La unidad funcional del sistema neuromuscular es la llamada unidad motora. Está constituida por una neurona motora y las fibras musculares que inerva. El número de fibras que integran una unidad motora varía de unas pocas a varios cientos. Las fibras musculares de distintas unidades motoras pueden ser anatómicamente adyacentes a las de otra unidad y, por consiguiente, es posible que una fibra muscular esté generando fuerza activamente mientras que la adyacente se mueve de forma pasiva, sin estimulación nerviosa directa. Cuando es necesaria una fuerza máxima, se activan todas las unidades motoras disponibles. Otro mecanismo adaptativo que se ve afectado por el entrenamiento intenso de la resistencia es la fuerza muscular, condicionada por diferentes velocidades y/o frecuencias de activación de las unidades motoras.

      SISTEMA ESQUELÉTICO

      Además de proteger los órganos vitales y de actuar como importante fuente de nutrientes y de componentes de la sangre, la principal función del sistema esquelético es proporcionar soporte al cuerpo para la locomoción y el movimiento (48). El sistema esquelético se diferencia en esqueleto axial (integrado por el cráneo, la columna vertebral, las costillas, la pelvis y el esternón) y esqueleto apendicular (formado por las extremidades superiores e inferiores). Una capa fibrosa externa de tejido conjuntivo une los huesos a los músculos, la fascia profunda y las cápsulas articulares. Inmediatamente por debajo de esta capa externa se sitúa una capa interna muy vascularizada que contiene las células encargadas de la producción de hueso nuevo. Las capas externa e interna que recubren los huesos conforman el periostio. Dicho periostio, en continuidad con los tendones y las estructuras articuladas adyacentes, fija el músculo al hueso. Los tendones se hallan también en continuidad con el epimisio, la capa exterior de tejido conjuntivo que recubre el músculo.

       Estructura y función de las articulaciones en movimiento

      La interacción eficaz de hueso y músculo para producir movimiento depende, en cierta medida, de la función articular. Las articulaciones son las uniones entre los huesos y, junto con los propios huesos y con los ligamentos, conforman el sistema articular. Los ligamentos son tejidos conjuntivos resistentes y fibrosos que conectan un hueso a otro, en tanto que los tendones unen el músculo al hueso. Las articulaciones suelen diferenciarse en fibrosas, que son aquellas en las que los huesos están unidos por tejido fibroso, cartilaginosas (con anclaje de cartílago o fibrocartílago), o sinoviales, en las que una cápsula articular fibrosa y un revestimiento de membrana sinovial interna engloban la cavidad articular. Dicha cavidad está llena de líquido sinovial, que proporciona lubricación constante durante el movimiento humano, con el fin de minimizar los efectos de desgaste de la fricción sobre la cubierta cartilaginosa de los huesos articulados. Habitualmente, las articulaciones están bien irrigadas por numerosas ramas arteriales e inervadas por ramos de los nervios de los músculos adyacentes y la piel que las cubre.

      La propiocepción, definida como la recepción de información procedente de articulaciones, músculos y tendones, hace que el cerebro determine los movimientos y las posturas del cuerpo y de sus componentes. La retroalimentación propioceptiva es una importante sensación articular, igual que el dolor, debido a la alta densidad de fibras sensitivas presente en la cápsula articular. Esta retroalimentación tiene una importancia evidente en la regulación del movimiento humano y en la prevención de lesiones. El grado de movimiento en una articulación se denomina amplitud de movimiento (ADM). Esta puede ser activa (ADMA), si la amplitud se alcanza con movimientos voluntarios, o pasiva (ADMP), si se consigue con medios externos (p. ej., intervención de quien realiza la exploración o un dispositivo). Es característico que las articulaciones vean condicionada su amplitud de movimiento en función de la unión de los huesos (como en la limitación de la extensión del codo por efecto de olécranon del cúbito), de la disposición de los ligamentos y de las limitaciones de los tejidos blandos, como sucede en la flexión de codo o rodilla. El movimiento en una articulación puede influir en el alcance del movimiento en articulaciones adyacentes, ya que diversos músculos y otras estructuras de tejidos blandos atraviesan múltiples articulaciones. Por ejemplo, la flexión de los dedos se reduce en presencia de flexión de la muñeca, puesto que los músculos que flexionan tanto la muñeca como los dedos cruzan varias articulaciones. En el capítulo 3 puede accederse a una información más detallada sobre el sistema esquelético.

      SISTEMA NEUROLÓGICO