ya fueron clase media. Y cuando las familias se agrandaban y las treinta y tres hectáreas quedaban chicas, entonces los hijos se iban a fundar otras colonias.
Fue un motor muy fuerte y rápidamente se produjo la movilidad social. En el museo vi los retratos de parejas, de matrimonios entre colonos allá lejos y hace tiempo. Y viéndolos, y pensando en la historia de las dos iglesias, de la calle que dividía las nacionalidades y las creencias, fue que se me ocurrió preguntar qué pasaba en aquel tiempo si un joven católico gustaba de una chica protestante. O al revés. Digamos, si el amor formaba a una pareja más allá de la división de la calle.
En 1867, Alois Tavernig, un herrero austríaco tirolés, católico, padre de tres niñas, había quedado viudo. Pero no estaba hecho para la soledad y decidió buscar una compañera. “Este señor se pone de novio con Magdalena Moritz, alemana y protestante −rememora Iñiguez, con pasión–. Él ya tenía treinta y ocho años; ella, veintiuno. Y deciden casarse. El problema se armó porque ni el sacerdote quiso aceptarla a ella, ni el pastor quiso aceptarlo a él. Los dos religiosos querían imponer su credo”.
El novio no era de andar con chiquitas y ella, al parecer, tampoco. Un domingo a las cinco y media de la tarde apareció Alois llevando del brazo a su novia. Entre amigos y curiosos, se subió a un banquito y habló: contó las causas por las que no los dejaban casarse y pidió que los presentes fueran testigos de su decisión y asegurando que los hijos que nacieran serían considerados legítimos y reservándose de celebrar en la iglesia el acto de casamiento tan pronto lo permitiese el señor cura: “Yo vengo para explicarles esta situación y para decirles que tomo por esposa a Magdalena Moritz y quiero que ustedes sean mis testigos y que la reconozcan como tal a partir de este momento”, dice Iñiguez que dijo Alois.
Ninguno de los dos sabía la importancia de lo que estaban haciendo y cómo quedarían en la historia… Hasta ese momento, las dos religiones prohibían el casamiento mixto. Pero este hecho es tomado después como un antecedente del matrimonio civil, que todavía no estaba institucionalizado. Tanto es así que el gobernador de Santa Fe, Nicasio Oroño, liberal entre los liberales de su época, había querido establecer el matrimonio civil, pero el intento le costó el gobierno, cuando una revolución fogoneada por sectores vinculados a la Iglesia lo tumbó.
Esta historia resultó clave para organizar la vida de un país que estaba en formación y viviendo profundos cambios todos los días. “Es el resultado de una historia de amor −subraya Iñíguez−. Cuando se discutió la Ley de Divorcio en 1985, el miembro informante de Santa Fe recordó este episodio, porque el divorcio es también una cuestión del matrimonio civil, y esta historia de amor era el antecedente más lejano”.
A Tavernig y a su compañera les dijeron que estaban locos −muy especialmente el cura y el pastor−, pero resulta que el episodio sirvió de inspiración inmediata a Dalmacio Vélez Sarsfield, que estaba redactando su Código Civil.
El de “los gauchos judíos” es otro capítulo de la “pampa gringa”.
No lejos de Esperanza, el pueblo al que estoy llegando, después de diez años de ausencia, se llama Moisés Ville. Está en el corazón de Santa Fe, viven allí ahora algo más de dos mil seiscientas almas y sigue en retroceso demográfico. Pero solo Dios y ellos saben de la importancia histórica y cultural que aun así atesora, pues se trata de la primera colonia judía del país.
Cómo lo hicieron y cómo siguió la historia es algo que sabe muy bien Eva de Rosenthal, la directora del Museo Histórico Comunal, una mujer que ha consagrado su vida a proteger ese legado. ¿Por qué? Ya vamos a ver cuánto de importante es Moisés Ville. “‘Moisés Ville’, dijo el rabino Goldman cuando Palacios, el terrateniente que los trajo le vino a preguntar cómo iban a llamar al pueblo, porque así como Moisés sacó a los judíos de Egipto y los llevó a la tierra prometida, ellos huyeron de la Rusia zarista para llegar a la libre Argentina que los recibió con los brazos abiertos y que era, que iba a ser la nueva patria”.
Se asentaron a lo largo de una calle, una casa al lado de la otra, con las quintas o la pequeña huerta detrás. Esta traza responde a la necesidad de autodefensa y vida en comunidad, basada en principios solidarios y de ayuda mutua.
Santa Fe era su destino final, pero cuando llegaron a la desierta estación de tren nadie los recibió. Nadie los alimentó, quedaron a la buena de Dios. Las familias judías quedaron abandonadas a su suerte. A veces les tiraban un bocado los obreros italianos que estaban construyendo el ferrocarril.
Eran 824 personas, 136 familias, que habían llegado en el vapor alemán Wesser el 14 de agosto de 1889. Murieron sesenta niños por una epidemia y de inanición durante aquel tiempo de zozobra en ese monte hostil. Eso fue en octubre, tal vez, noviembre; no se sabe con exactitud.
Moisés Ville no tiene fecha de fundación. “Sobrevivieron en pajonales, sin que nadie que les diese una mano. Ellos hablaban el ídish, sabían muy bien el hebreo, nadie era analfabeto, pero no conocían el idioma local. Con ellos vino el rabino Goldman, que fue el primer rabino de la Argentina, que además era circuncidador y matarife. Esta es la primera colonia judía de la Argentina. Agraria, independiente, un grupo organizado, una comunidad que comienza en Europa. Y que se trasladó con sus rabinos, sus libros sagrados. Todo esto va a ser la base de lo que es la comunidad israelita”.
Hasta 1891, la colonización tenía más de tragedia que de épica.
Los salvó la alfalfa, que da varias cosechas anuales.
Y trajeron retoños de paraísos y eucaliptus que todavía adornan este pueblo enteramente querible y raro: pequeño y enorme a la vez para la cultura judía.
Es importante destacar que en aquella torre de Babel que era la Argentina, donde había más extranjeros que nativos, los judíos de Santa Fe cambiaron la vestimenta que traían de Europa. Así aparecen en escena los gauchos judíos. Notaron que la vestimenta europea era muy pesada para el trabajo de campo. La vestimenta del gaucho, que aún hoy se sigue usando, era bárbara. Y el inmigrante judío que no dice una palabra en castellano y ni siquiera conoce los colores de la bandera del país que habita, ni sus fechas patrias, aprende del gaucho a manejar la hacienda y la tierra, a cultivar, a tomar mate, por ejemplo, aunque ellos lo tomaban a la europea, con un pedacito de azúcar en la boca.
Aún hoy uno se cruza un fin de semana frente a la plaza con rabinos y judíos con vestimenta gaucha en Moisés Ville.
En la recorrida que hacemos con Eva de Rosenthal por el museo, observo la evolución de la colonia en documentos amarillos, en planos ajados, en fotografías que han perdido el color, pero no la fuerza testimonial. Los judíos gauchos vivieron finalmente de trabajar la tierra. Y fueron agricultores y lecheros. Fundaron la primera cremería en 1897 y con ella surgió la primera cooperativa. En general, Moisés Ville está lleno de singularidades. Como eran familias numerosas y no había tierras suficientes para heredar, los padres hicieron estudiar a los hijos, como lo intentaron la mayoría de los inmigrantes.
Por eso, la historia de M’hijo el dotor se hizo carne entre los judíos de Moisés Ville a tal punto que en el pueblo se acuñó el dicho: “Sembramos alfalfa y cosechamos doctores”.
No vamos a creer que para los inmigrantes fue llegar al paraíso y ya. Al contrario, también hay una historia negra.
Entre las penurias y crueldades que debieron atravesar los colonos hay otra, de la que poco se habla, y que está vinculada a una serie de crímenes que tuvieron por escenario esta comarca durante los primeros años del asentamiento.
Una serie de asesinatos que el joven periodista de investigación Javier Sinay fue sacando a la luz después de años de buscar y rebuscar hasta construir lo que es casi una novela policial con trasfondo de la primera oleada de inmigrantes judíos, al tiempo que la misma búsqueda lo lleva también a explorar su propia historia. “Mi bisabuelo –viaja en el tiempo con la mirada− fue periodista y vivió algunos años en Moisés Ville. Ya viejo, en 1947, escribió un artículo periodístico que es una especie de memoria titulada ‘Las primeras víctimas judías de Moisés Ville’, donde hace un repaso de los veintidós homicidios cometidos entre 1889 y 1906”.
Sinay