Alejandro Mascó

Los 7 mitos capitales


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sentamos en el living de su casa como si fuésemos parte de la familia. “¿Comieron?”, preguntó Roberto. Casi automáticamente, negué con la cabeza. Los grandes ojos de Sandra me hicieron dar cuenta del error de mi respuesta. Varios minutos después, Laura llegó con una bandeja repleta de milanesas y ensaladas. Almorzamos, tomamos café y charlamos livianamente.

      Llegó la hora de encender el grabador y comenzar a preguntar. Recostado en los sillones comenzó a fluir la historia y detrás, la emoción. Con cada anécdota, que Laura acompañaba, revivíamos la experiencia: sentimos la amistad, el miedo, el hambre, la esperanza, la tristeza y la alegría. Todo se condensaba en sus palabras. Era una historia sobre destino, el liderazgo, el trabajo de equipo entre hombres diferentes y conflictivos, y el talento para sobrevivir en la fría montaña.

      Mientras escuchaba sus palabras entrecerraba los ojos. La imaginación hacía el resto para ponerme en su lugar, cercanamente lejos de su terrible experiencia de vida. Quería preguntar todo: cómo rearmarse ante tantos obstáculos, cómo no perder la esperanza, de dónde sacar fuerzas para seguir viviendo cuando el contexto indica todo lo contrario.

      “¿Cómo seguir cuando todo indica que es imposible?”, pregunté. Rápido tomé mi lapicera y comencé a escribir. El relato era hipnotizante. Durante cinco minutos tomé nota, pero su dolor, que se convertía en el mío, me congeló. Sandra cayó bajo el mismo embrujo. Los dos paramos y solo escuchamos atentamente el relato. Sin pensarlo, me dejé invadir por la historia.

      No era solo el cuento de un accidente aéreo o de un grupo de personas luchando por sobrevivir. Era una marca indeleble en la historia, una enseñanza de vida. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no llorar. Roberto revolucionaba mi corazón evocando con su discurso a ese joven que en 1972 tenía sólo 19 años y que debió enfrentar lo inimaginable, lo indecible, lo impensable.

      Para todos aquellos que se aventuren con este libro, tengo un anhelo. Quiero que tengamos una oportunidad distinta de posicionarnos en la vida y, como consecuencia de ello, en las organizaciones. Quiero que, gracias a estas palabras en letra de molde, descubramos algo nuevo. Este es simplemente un viaje exploratorio. Intentemos quebrar mitos preestablecidos.

      En cada capítulo buscaré mostrarles diferentes puntos de vista sobre las temáticas que en la actualidad nos preocupan a los directivos de las organizaciones, a las personas de todas las ciudades, a los jóvenes inquietos por el futuro y a las familias desesperadas por la integración.

      Este es un libro para todos aquellos que día a día nos desarrollamos, ayudamos a otros a que florezcan en una organización, y para aquellos que debemos tener la inmensa capacidad y responsabilidad de poder entrelazar las diversas experiencias con una mirada mucho más amplia. En nuestro lugar, encargados del capital humano en las empresas y organizaciones, es un riesgo que estamos obligados a correr, sobre todo si queremos hacer bien nuestro trabajo.

      Pero para lograr el objetivo es preciso afilar una mirada que nos permita entendernos y entender las emociones de los otros. Canalizarlas para, muchas veces desde la negociación, empujar un liderazgo positivo en la diversidad que nos permita retener y seducir al talento. Una mirada en la que no dependamos de la suerte ni del destino, pero en la que sepamos que podemos aprovecharlos. En definitiva, ponerse los anteojos que permitan balancear el dónde estamos y el hacia dónde vamos. Una mirada de equilibrio, salud y calidad de vida que no excluya al trabajo.

      Estoy seguro que solo con abrir la mente y el corazón, podemos tener un fuerte impacto en los otros, ante cada situación de la vida, y eso es único. Necesitamos que se multipliquen esas sensaciones en las empresas, que se vuelvan infinitas. En ese sentido, buscar caminos alternativos para enfrentar las situaciones diarias es una excelente manera de empezar.

      Es hora que nos animemos a ir por más para cruzar las montañas de lo imposible mediante organizaciones más comprometidas. Espero que este libro ayude a batir un poco la cabeza y el corazón para generar tendencias que impriman un sello en nuestras vidas y las de los demás.

      1

       Negociación: el traje de la batalla a la cooperación

      Había llegado la hora. Caminé, como hacía diariamente, por el extenso pasillo del séptimo piso del edifico de L’Oreal en Clichy. Miré por las ventanas. Afuera estaba nublado y había comenzado a lloviznar sobre la ciudad. Era un camino conocido, el miso que había transitado en los últimos años haciendo el planeamiento estratégico de Talento y Recursos Humanos para el mundo. Pero esa tarde, el objetivo era distinto. Iba a paso firme y con el rostro tenso. Había pasado horas deliberando, hasta que finalmente empujé la puerta y entré en la oficina.

      Un rato antes del trascendental encuentro tenía la ñata contra el vidrio. París, como siempre, se mantenía iluminada a pesar de las nubes negras que ese agosto de 2008 amenazaban a los transeúntes que recorrían sus calles. Pero mis pensamientos se ocupaban de otro tema. A las 5 de la tarde me presentarían la propuesta para ser expatriado a Nueva York. Sabía que había obstáculos, por lo que intentaba plantear mi mejor estrategia.

      Era una negociación clave para mi futuro profesional y por eso hacía días que venía planificando mi táctica de ataque. Había pasado los mensajes de lo que buscaba (en números, beneficios y desarrollo de carrera), pero era difícil saber qué eco encontraría en mis jefes o, en definitiva, en mi adversario del día. Pero, a pesar de la respuesta negativa que esperaba, estaba dispuesto a batallar. Por cómo se habían dado las cosas, parecía que podría haber un solo triunfador. Y ese debía ser yo. Era ganar o ganar.

      Mi oponente tenía fama de duro. Lo conocía muy bien. Sabía que iba a intentar vencerme. Contaba a mi favor con mi buena performance en la capital francesa. Pero a pesar de esa experiencia sabía que debería presionar para mejorar la oferta que me aguardaba esa tarde, y que la empresa, con todo su poder detrás, iba a querer imponer.

      Con cada hora, la tensión crecía. Pero finalmente canalicé las energías cuando el reloj dio las 5 y tomé fuerzas para levantarme de la silla de mi oficina. Había llegado el momento. Recorrí el pasillo, empujé la puerta y ahí estaba, sentado frente al escritorio. Me ubiqué en la silla y esperé el momento para desenfundar mis armas. Todo era silencio.

      Allí estaba él, seguro de sí mismo y sin titubear. Era el ejecutivo francés encargado de comunicarme la oferta. Cruzamos miradas. La ansiedad me mataba, pero no podía darme el lujo de demostrar ninguna emoción. Afuera, la llovizna se convertía en diluvio. La tormenta estaba servida. Era hora de que cada uno echara sus cartas sobre la mesa.

      “Este es un gran desafío y un paso enorme en tu carrera”, disparó el ejecutivo mientras miraba su carpeta. “L’Oreal deposita una gran confianza en vos al elegirte para este puesto”, cerró. Luego describió la oferta, mucho más importante de lo que hubiese imaginado. Me sentí desinformado. Quedé claramente descolocado y perdido a pesar de sentir que había ganado. Era hora de jugar al póker. No demostrar que tenía cartas ganadoras a mi rival, pero mi estrategia original, la que había preparado por semanas, era ofensiva. Estaba desorientado.

      Tras su anuncio, el silencio ganó la escena. Comencé a sentirme sin palabras para poder continuar con el proceso. Y aunque era difícil no hacerlo, no debía mostrar conformidad, alegría, gratitud. Todo era un juego. En definitiva, era una negociación y sentía que tenía que pelear por algo, a pesar de que la impresión era que las dos partes terminaban el proceso ganando. Era un campo nuevo para mí y yo no me sentía preparado para ese resultado.

      Como buen argentino, después de mucho reflexionar, se me ocurrieron algunas ridiculeces para agregar a mis demandas. Salí de la oficina transpirado, caminé algunos pasos por el largo pasillo. Mi cara era otra. Todo era felicidad pero había gastado mucha energía en una batalla estéril justamente por pensar a la negociación como una guerra. Me iba a Nueva York, pero mi nuevo desafío pasaba por desentrañar qué había pasado en ese cuarto minutos atrás.

      Para sobrevivir, tendemos a vivir en sociedad. A convivir. Como sabe todo aquel que eligió un compañero para compartir su vida, la convivencia lleva a que existan, muchas veces, diferentes intereses, los que a su vez devienen en conflictos