Pippa Roscoe

Reclamada por el multimillonario


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o el mal disimulado asombro maravillado que, fastidiosamente, había presenciado en las otras entrevistas.

      –Señorita Guilham, no parece muy interesada en esta entrevista.

      No tenía paciencia cuando le hacían perder el tiempo y tampoco quería una mujer que le dijera «sí» a todo, pero, aun así, eso era… insólito.

      –Todavía tiene que hacerme una pregunta, señor Arcuri –replicó ella en un tono que no tenía nada de acusatorio u ofendido–. ¿Puedo hablar con claridad?

      Él contestó con un gesto de la mano para que lo hiciera.

      –Señor Arcuri, ya he pasado por tres entrevistas previas para conseguir ese puesto; una con Recursos Humanos de Reino Unido, otra con Recursos Humanos de Estados Unidos y la tercera con su anterior secretaria personal. No me hago ilusiones en cuanto a mi poca experiencia si se compara con la de las candidatas más veteranas y solo puedo considerar que su decisión de llevarme en su… desplazamiento es toda una cortesía por su parte… y se lo agradezco –entonces, la morena dio unos golpecitos en la mampara de cristal que los separaba del conductor–. Por aquí a la izquierda y, luego, la segunda a la derecha –le indicó ella antes de volverse hacia él–. Creo que, llegados a este punto, su elección se reduce a la personalidad y, en lo relativo a usted como mi jefe, no tengo por qué darle ninguna explicación respecto a eso. ¿Quiere a alguien que solo viva y respire por Arcuri Enterprises? Yo puedo serlo. ¿Quiere a alguien que se ocupe de una agenda internacional? Puedo hacerlo con los ojos cerrados. ¿Quiere a alguien que le despeje el camino y lo libre de todo lo que pueda impedirle emplear su valioso tiempo en lo que quiera? Soy la que está buscando. El resto, puede saberlo por mi currículum o no tiene por qué saberlo. Quiero trabajar con usted porque es el mejor, así de sencillo.

      La limusina de detuvo delante del club Asquith de Londres mientras Antonio estaba intentando asimilar ese discurso bastante impresionante y no menos sorprendente.

      La señorita Guilham esbozó una sonrisa afable y Antonio notó que él también elevaba ligeramente las comisuras de los labios.

      –Tengo una pregunta, señorita Guilham.

      –¿Cuál?

      –¿Qué se llevaría si fueran a abandonarla en una isla desierta?

      –Un teléfono por satélite.

      Él había oído todo tipo de respuestas, desde la música de Mozart o las obras completas de Shakespeare, a un piano. Sin embargo, solo había oído la respuesta de ella una vez, y se la había dado él a sí mismo.

      Él asintió inexpresivamente con la cabeza.

      –Señor Arcuri –siguió ella–. Le agradezco que me haya dado la oportunidad de hablar con usted. Esperaré a que Recursos Humanos se ponga en contacto conmigo y deseo que disfrute con el almuerzo. Yo volveré a la oficina.

      Dicho eso, Emma Guilham lo dejó en el coche. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan atónito… y no era el único a juzgar por cómo la miraba el conductor mientras se alejaba.

      Se bajó de la limusina y se dirigió hacia el reservado del club donde lo esperaban Dimitri Kyriakou y Danyl Najem Al Arain mientras intentaba borrarse de la cabeza cómo había contoneado las caderas ella de camino a la estación de metro de Picadilly Circus.

      Con una eficiencia implacable, volvió a concentrarse en El Círculo de los Ganadores.

      Los tres se habían conocido cuando eran estudiantes y su amistad se había forjado en lo más profundo de sus momentos más sombríos, gracias a todo lo que se habían respaldado los unos a los otros, y a todo lo que habían celebrado juntos. Además, Dimitri, Danyl y su abuelo materno habían sido los primeros inversores cuando necesitó capital para poner en marcha su negocio. Él, naturalmente, les había devuelto todo el dinero, con intereses y en la mitad del tiempo acordado. Sin embargo, no había olvidado en ningún momento la deuda que había contraído con sus amigos.

      Sabía, y tenía muy presente, que sin ellos no habría llegado a ser lo que era, y ellos dirían lo mismo de él. En ese momento, al cabo de un año, esos tres hombres, que solían aparecer en los periódicos como unos de los más grandes empresarios vivos, volverían a reunirse por fin en la misma habitación.

      Mientras se dirigía hacia la mesa del comedor privado, una pequeña rubia se cruzó apresuradamente con él y lo miró con el ceño fruncido.

      –¿Qué me he perdido? –preguntó Antonio mientras observaba el aspecto de sus amigos.

      El encarcelamiento injusto de Dimitri le había pasado factura, pero sus imponentes rasgos griegos todavía hacían que las mujeres giraran la cabeza a su paso. Danyl, por su parte, no tenía que depender de su título de jeque heredero del trono de Ter’harn. Irradiaba una intensidad melancólica, como había comentado la última secretaria de Antonio.

      Solo el implacable sistema legal de Estados Unidos había conseguido impedir que se reunieran todos los trimestres, lo único inamovible en su agenda cada vez más repleta. Sin embargo, se había demostrado la inocencia de Dimitri y por fin se habían juntado otra vez.

      –Una proposición –le contestó Dimitri a Antonio.

      –¿En público y a estas horas? Caballeros, mi escandalosa reputación está quedando como un juego de niños.

      –Una proposición profesional –gruñó Danyl entre dientes.

      –Ella… –Dimitri señaló con la cabeza hacia el sitio por donde había salido la rubia–. Ella quiere correr con nosotros en la Hanley Cup.

      –Ya tenemos jockey –intervino Danyl.

      –Ella dice que puede ganar las tres carreras.

      –Eso no lo ha hecho nadie desde… –empezó a decir Antonio sin disimular la curiosidad.

      –Desde que su padre entrenó al caballo y al jinete hace veinte años –terminó Dimitri.

      Antonio empezó a darle vueltas a lo que había oído.

      –¿Era Mason McAulty?

      Danyl dejó escapar un gruñido desabrido, pero Antonio pensó en las repercusiones, en las ganancias para el ganador y en la atención de la prensa de todo el mundo… Las noticias sobre su club habían ido menguando a lo largo de los años, pero nadie podía discutir todo lo que habían conseguido. Lo crearon poco después de haber salido de la universidad. Había sido el proyecto perfecto para tres hombres que adoraban las apuestas altas, los caballos y la adrenalina.

      Antonio podría haber llegado a ser un jugador de polo de nivel internacional, pero eso fue antes de que todo lo que hizo Michael Steele hubiese estado a punto de destrozar a su familia. Contuvo la rabia que le producía acordarse de ese hombre y volvió a centrar su atención en la proposición.

      –¿Y ella puede hacerlo?

      Dimitri se encogió de hombros, pero pareció como si Danyl lo pensara más detenidamente.

      –Es probable –acabó reconociendo.

      –Yo acepto –afirmó Antonio encogiéndose de hombros con un estilo muy italiano.

      Si Mason McAulty lo conseguía, las ganancias serían increíbles. Si no… Bueno, ¿acaso había mala prensa? A Antonio le encantaba vivir en el filo de la navaja.

      –¿Por qué no?

      Dimitri también aceptó y Danyl asintió con la cabeza a regañadientes y con los labios apretados con firmeza. Antonio no sabía por qué Danyl había mirado con esa furia a Mason McAulty cuando salía, pero sí esperaba que ella supiera que estaba jugando con fuego.

      –¿Whisky? –preguntó Dimitri cuando Antonio se sentó por fin.

      –Desde luego –Antonio se dejó caer sobre el respaldo y observó a sus amigos–. Me alegro de volver a veros.

      –Repítelo y sabré que te has ablandado –replicó