Pippa Roscoe

Reclamada por el multimillonario


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en Sorrento. Le había impresionado, durante los últimos dieciocho meses, que su secretaria fuese tan tranquila e imperturbable. Dieciocho meses en los que había reprimido sin contemplaciones ese interés sensual y no deseado que se le había despertado desde el mismo momento en el que se montó en aquella limusina que lo llevó al club Asquith de Londres.

      Naturalmente, también le había ayudado que ella se vistiera como si fuese la fundadora de una orden religiosa y no mostrara el más mínimo interés hacia él, aparte de su relación profesional. Había tenido otras secretarias y habían arqueado las cejas con incomodidad cuando les había encargado ciertos cometidos indiscretos, como que rechazara a examantes o que comprara regalos de… despedida. Emma, a pesar de lo que indicaba su apariencia conservadora, los había llevado todos a cabo sin rechistar. Lo único que le había pedido había sido que aprobara el presupuesto.

      En resumen, Emma Guilham hacía muy bien su trabajo.

      Por eso precisamente había confiado en ella para que se ocupara de la investigación de Benjamin Bartlett. No podía arriesgarse a que se filtrara su interés antes de que hubiese podido concertar una cita con él. Sin embargo, su objetivo no era el propio Benjamin Bartlett. Podría haberse quedado su famosa e histórica empresa, él no tenía ninguna necesidad de añadirla a su cartera de inversiones. No. Su objetivo era el otro posible inversor, el inversor al que quería aplastar hasta que no quedara ni rastro de él.

      Una vez allí, detrás del ventanal, no veía ni un milímetro de ese vergel que había en medio del bullicio de Nueva York, solo veía la victoria al alcance de la mano. Por fin, tenía la oportunidad de doblegar a Michael Steele, de destrozarlo de una vez por todas. Había pasado mucho tiempo investigando las operaciones empresariales de Steele y quedándose con lo que creía que le correspondía a su madre y a su hermana. No olvidaba la devastación que había llevado a su familia con una eficiencia despiadada, el dolor que casi había acabado con su madre y las cicatrices emocionales que su hermana se había dejado en el cuerpo hasta que no había quedado casi nada de ella.

      Él se había pasado años ascendiendo en la escala social para eso, para tener la oportunidad de hundir a Michael Steele para siempre.

      Oyó el zumbido del intercomunicador y salió del ensimismamiento cuando Emma le informó de que ya tenía a Danyl y Dimitri conectados.

      –¿Qué pasa? –le preguntó Danyl.

      Cualquiera podría haber pensado que había captado rabia en su voz, pero Antonio sabía que era preocupación.

      –No pasa nada, al contrario.

      –Son las… las seis en Nueva York, ¿no? –le preguntó Dimitri–. Ni tú sueles empezar tan pronto.

      –Son las siete.

      –Compadezco a tu secretaria –comentó Danyl–. Ha tenido que pelearse con mi ayudante para no tener que llamar al ministerio de Asuntos Exteriores de Ter’harn.

      –No la compadezcas –replicó Antonio–, admírala.

      –La admiro –reconoció Danyl–. Cualquiera que pueda sacar a mi ayudante de los asuntos de Estado vale su peso en oro.

      –Ya sé cómo acabar con Steele de una vez por todas.

      No hacía falta que explicara de quién estaba hablando ni por qué era tan importante. Danyl y Dimitri habían sabido lo que significaba para él desde que tenía dieciséis años.

      –¿Cómo? –le preguntó Dimitri.

      –Según informadores de toda confianza, Benjamin Bartlett está buscando una inversión sólida en su empresa. Sería la última oportunidad para que Steele consiguiera seguridad económica. Tiene dinero para invertirlo, pero no tanto como para sobrevivir sin él.

      –Y piensas ser tú el inversor, hacer lo que haga falta para serlo.

      –No será necesario –Antonio sonrió–. Puedo mejorar cualquier oferta de Steele.

      –He conocido a Bartlett y tengo que reconocer que me sorprende que esté buscando un inversor. Nunca ha tenido problemas económicos.

      –¿Lo conoces? ¿Por qué? –le preguntó Antonio mientras empezaba a maquinar cómo podría aprovecharse.

      –Le gustan mucho las carreras de caballos y se le ve con frecuencia por los hipódromos de todo el mundo.

      Antonio frunció el ceño mientras rebuscaba en la memoria, que solía ser perfecta, para acordarse de alguna vez que lo hubiera visto en alguna de las muchas carreras a las que había asistido como integrante de El Círculo de los Ganadores.

      –Aunque normalmente es muy discreto –siguió Dimitri–. Suele quedarse al margen de las zonas más concurridas y animadas a las que vamos nosotros. Seguramente, irá a Argentina para ver la primera carrera de la Hanley Cup. ¿Sabes por qué está buscando un inversor?

      –Da igual el motivo. Haré lo que haga falta para serlo yo y no Steele.

      Se hizo el silencio y Antonio temió, durante un instante, que se hubiese cortado la comunicación.

      –Antonio, ten cuidado –le advirtió Dimitri–. La desesperación hace que un hombre sea peligroso y yo lo sé mejor que nadie.

      –Puedo lidiar con él –gruñó Antonio.

      –No me refería a él.

      Llamaron a la puerta y Emma apareció con un café espresso que necesitaba muchísimo en ese momento. Les pidió a Danyl y Dimitri que esperaran un momento mientras Emma le dejaba el café en las mesa… y él ganaba tiempo. La advertencia de Dimitri no había caído en saco roto, pero él llevaba mucho tiempo esperando la ocasión. Sabía que ese empeño en vengarse entristecería a su madre. Ella le había pedido infinidad de veces a lo largo de los años que pasara página, que dejara atrás el dolor, que todos lo dejaran atrás, pero él no podía.

      Mientras Emma volvía a su mesa, detrás de la puerta que daba a su despacho, él se preguntó si ella lo entendería. Algunas veces, su secretaria, de aspecto conservador y de mirada fría, había mostrado un brillo desafiante, algo parecido al conflicto que sentía él en ese momento. Sin embargo, ella cerró la puerta y él dejó esa idea a un lado antes de retomar la llamada.

      –Antonio, ese podría no ser el único problema con el que te encuentres –siguió Danyl.

      –Puedo afrontarlo sea el que sea.

      –No estoy tan seguro. Bartlett es muy… tradicional y tu reciente relación con una modelo sueca, ampliamente divulgada, podría disuadirlo.

      Él, inmediatamente, volvió a ver en la cabeza la imagen de la rubia que honró su cama durante meses. Todo había transcurrido sin alteraciones durante casi todo el tiempo. Habían sido encuentros muy gratificantes cuando sus respectivas agendas se lo habían permitido, hasta que ella empezó a pedirle más, a pedirle cosas que ya le había dicho que no entraban en la relación.

      Cuando él dio por terminado todo, ella dejó de ser una acompañante equilibrada, fría y sofisticada para convertirse en una amante despechada, furiosa e increíblemente dada a airearlo todo en público.

      –Yo no tengo la culpa de que acudiera a la prensa. No le prometí nada ni mentí. Sabía las condiciones y debería haber encajado el final de nuestro… trato con más… elegancia.

      –El caso es que no lo hizo y a Bartlett no va a gustarle lo más mínimo. Impone una cláusula de comportamiento muy estricta a todos los integrantes de su consejo de administración. Según he oído, él último que la incumplió, hacer dos años, sigue buscando trabajo.

      –¿Qué quieres decir exactamente, Danyl?

      –Bueno… Es posible que tengas que… retirarte del mercado, por decirlo de alguna manera.

      Antonio, perplejo, apretó tanto los dientes que no pudo emitir sonido.

      –Danyl, lo has dejado mudo y vas a tener que explicárselo con más