Pippa Roscoe

Reclamada por el multimillonario


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Antonio–. Si lo tuvieras, no te veríamos el pelo.

      Sin embargo, en vez de complacerse con la relación familiar que tenía con sus dos mejores amigos, Antonio dejó que su cabeza volviera a pensar en la mujer que, como acababa de decidir, iba a ser su nueva secretaria personal.

      Emma Guilham…

      Capítulo 1

      Dieciocho meses después…

      EMMA, con rapidez y eficiencia, se recogió los mechones de pelo oscuro que se le habían escapado y se hizo un discreto moño. Aunque no hubiese visto que Antonio Arcuri fruncía el ceño cuando algún mechón de pelo se le escapaba de las horquillas, ella sabía, intuitivamente, que eso era lo que quería su implacable jefe; rapidez, eficiencia y discreción.

      Mientras comprobaba su aspecto en el espejo del cuarto de baño de las oficinas en Nueva York de Arcuri Enterprises, se fijó en la «A» y la «E» grabadas que había en una esquina de todos los espejos y sintió una punzada de emoción y satisfacción.

      Había llegado muy lejos desde la pequeña, pero cómoda, casa de su madre en los alrededores de Hampstead Heath. Se acordó de la entrevista tan extravagante que le había hecho Antonio en la limusina mientras se abrían paso entre el tráfico navideño de Londres. Creía que había estado descarada, pero la verdad era que había creído que no tenía ni la más mínima posibilidad de conseguir el empleo y, como no había tenido nada que perder, había dicho la verdad.

      Había creído sinceramente todas y cada una de las palabras que había dicho y se había ceñido estrictamente a todas durante los dieciocho meses que llevaba allí. Había peleado mucho para estar allí, para estar en Nueva York y ser la secretaria personal de Antonio Arcuri… y no iba a permitir que esa llegada atípica, imprevista y cada vez más inminente la alterara.

      Desde que le sonó el teléfono, a la una de la madrugada, para comunicarle que Antonio volvería de Italia y estaría en la oficina en menos de seis horas, había estado dominada por algo parecido al pánico… aunque se hubiese dicho a sí misma que ya no sentía pánico. Aun así, se había levantado de un salto de la cama y había comprobado en la agenda que Antonio no tenía ningún motivo para volver tan precipitadamente. No sabía qué esperar de su hermético jefe.

      Había empezado a anhelar esas ausencias de Antonio. Fuera porque tenía que acudir a sus inamovibles reuniones con El Círculo de los Ganadores o porque tenía que visitar las oficinas de Londres, Hong Kong o Italia, agradecía tener que tratar con él mediante correo electrónico o videoconferencias. Agradecía esos respiros porque en realidad, palpablemente, la presencia de Antonio era… abrumadora.

      No se trataba solo de su belleza clásica. Sus ojos color chocolate, sus pómulos prominentes y su mentón firme serían devastadores en cualquier hombre. Además, el bronceado italiano de su piel contrastaba sensualmente con los labios color vino y todo su cuerpo transmitía una energía depredadora, pero sabía que lo que la atraía de verdad era la vitalidad, la autoridad que rezumaba todo su ser.

      Aun así, había aprendido a sofocar esa atracción y no iba a permitir que interfiriera en su trabajo. Estaba allí para hacer su trabajo, no para que se le cayera la baba con su jefe. No iba a caer en la misma trampa en la que habían caído muchas mujeres. Además, tenía sus objetivos, sitios que quería conocer y cosas que quería hacer, y Antonio Arcuri no entraba en ninguno de ellos.

      La puerta del amplio cuarto de baño se abrió de golpe y unas mujeres entraron armadas hasta los dientes con bolsas de maquillaje. Emma las observó mientras sacaban todo tipo de herramientas destinadas a seducir y se aplicaban con delicadeza un millón de productos, como también había hecho ella a los diecisiete años para disimular los estragos de la quimioterapia.

      Sin embargo, hizo un esfuerzo para dejar esos recuerdos a un lado. A Antonio le importaba muy poco su aspecto, solo le importaba su capacidad. Sonrió con cierto abatimiento ante esa fila de empleadas de Arcuri. Antonio tenía ese efecto en las mujeres, pero no en ella. Podía parecerle que su jefe era devastadoramente atractivo, pero eso no iba a trastocarla.

      Ningún hombre iba a trastocarla.

      Sentada al ordenador, en la antesala del despacho de Antonio en la última planta, dejó que una sensación de control y calma se adueñara de ella. Esos eran sus dominios y le encantaba.

      Ese despacho en el piso veinticuatro de un rascacielos de Manhattan era mucho más de lo que había podido llegar a imaginarse en toda su vida. Las cristaleras le permitían tener una vista increíble de Central Park y del famoso perfil de la ciudad. La decoración y todo ello transmitía una sensación de poderío que ella disfrutaba durante el día, antes de volver, todas las noches, a su minúsculo piso en Brooklyn. Ir a Nueva York había sido el primer objetivo cumplido de su lista de objetivos en la vida. Después de cinco años curándose, por fin había puesto punto final a esa enfermedad espantosa que le había arrebatado tantas cosas. Aunque se había quedado más tiempo del que había previsto como secretaria de Antonio y había tenido que renunciar a algunos de sus objetivos en la vida… prefería pasarlo por alto. Estaba contenta y siempre tendría tiempo en el futuro, en su futuro.

      –¿Sabes por qué viene?

      Emma levantó la mirada y vio a James, un ejecutivo de nivel bajo que estaba muy nervioso, casi presa del pánico. Él se quitó las gafas y la miró con unos ojos hinchados por el sueño mientras otros empleados, igual de nerviosos, miraban desde el pasillo.

      La noticia de la inminente llegada de Antonio debía de haber corrido como la pólvora porque si bien no era raro ver a algunos empleados trabajando como locos a esa hora de la mañana, sí lo era verlos a todos. Sin embargo, eso era lo que conseguía Antonio Arcuri. Él no pedía nada, lo esperaba todo. Él no exigía, no hacía falta.

      –¿Ha llegado ya? –volvió a preguntarle James sin esperar a que hubiese contestado la primera pregunta.

      –El señor Arcuri tiene que ocuparse de ciertos asuntos, eso es todo.

      –Es que… Dada la situación actual…

      –Arcuri Enterprises es lo bastante fuerte como para sobrevivir a cualquier situación.

      La voz con acento italiano de Antonio le interrumpió en un tono cortante.

      A Emma le espantaba que entrara sigilosamente en las habitaciones, como una pantera, y sintió lástima por el pobre James, que, antes de salir corriendo, había pasado de estar pálido por el miedo a estar rojo por la humillación.

      –¿Por qué parece como si todo el mundo creyera que voy a despedirlo? –le preguntó Antonio con rabia a Emma.

      Ella contuvo las ganas de suspirar. Evidentemente, estaba de ese humor, un humor que le facilitaba contener también las ganas de comerse con la mirada ese metro noventa de musculatura fibrosa.

      –Es un poco raro que interrumpas tu estancia en Italia.

      –Necesito una videoconferencia con Danyl y Dimitri inmediatamente. También necesito un informe completo sobre Benjamin Bartlett. Todo lo que puedas saber sobre él y su empresa.

      Lo último lo dijo por encima del hombro mientras se dirigía a su despacho.

      –Se lo diré inmediatamente al equipo de investigación.

      –No –Antonio se paró a mitad de camino–. Nadie puede saberlo. Quiero que te ocupes tú personalmente.

      Dicho lo cual, Antonio llegó a su despacho, entró y cerró la puerta dando un portazo. Emma volvió a suspirar y cerró la carpeta que tenía abierta encima de la mesa. Era sobre la gala benéfica de la Fundación Arcuri, un asunto al que ya había dedicado mucho de su tiempo libre, pero supo que tendría que llevársela a casa. Mientras marcaba los números de Dimitri y Danyl, que ya se sabía de memoria, se preguntó quién sería Benjamin Bartlett y por qué sería tan importante.

      Antonio Arcuri quería que se le apaciguara la adrenalina que