solo oía un «no» rotundo y estruendoso por dentro. Todas las mujeres con las que había estado sabían cuál era el trato, hasta la modelo sueca, aunque se hubiese olvidado.
El placer físico, a corto plazo, era importante para él, era un hombre que no quería renunciar a la satisfacción sexual, pero nada más. No quería ni necesitaba que algo más permanente le trastocara la vida.
Dio un sorbo de café para quitarse el regusto amargo por haber pensado en el matrimonio. Rebuscó en la cabeza para encontrar algún ejemplo de parejas duraderas y no encontró ninguna. Dimitri y Danyl tampoco eran muy partidarios del matrimonio, aunque Danyl, como heredero del trono de Ter’harn, ya sentía una presión considerable.
La prensa, cuando se ocupaba del éxito de El Círculo de los Ganadores en el mundo de las carreras de caballos, se había aferrado más de una vez a su vocación de solteros, lo que hacía que un montón de mujeres hermosas llamaran a sus puertas. ¿Estaba él dispuesto a cerrar esa puerta a lo único que se tomaba muy en serio, aparte de su empresa?
–¿Qué hizo de malo? –preguntó él a sus amigos.
–¿El consejero del que he hablado? Ni siquiera tuvo una… aventura. A Bartlett le bastó un rumor.
–A lo mejor no hace falta que… ¿Cómo se dice? ¿Qué te tomes todo el marrón?
–Que te comas, Dimitri, Que te comas todo el marrón –le explicó Danyl.
–Por favor, estamos hablando de una esposa. ¿No podríamos olvidarnos de los marrones y de comer?
–A eso me refería. A lo mejor no hace falta que sea una esposa.
Emma había terminado de archivar los informes trimestrales, había tranquilizado a infinidad de empleados y les había dicho que no creía que la repentina aparición de Antonio significara que iba a recortar la plantilla, y también había sonreído para consolar a toda una serie de empleadas que no habían podido ver a Antonio antes de que se encerrara en su despacho. Además, había recopilado toda la información que había podido sobre Benjamin Bartlett… y por fin se había sentado para comerse el almuerzo que no se había comido hacía tres horas.
Naturalmente, tenía la boca llena con el sándwich de aguacate y beicon cuando Antonio Arcuri decidió presentarse delante de su mesa y pedirle algo tan disparatado que tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no atragantarse.
–Emma, necesito que me busques una novia… formal.
La cabeza de Emma, que solía estar muy despierta y concentrada, se paró en seco. Su jefe era complicado y le había pedido de todo, pero nada como eso.
–¿Ha pensado en alguna persona concreta o puede ser cualquiera?
Había conseguido tragar el sándwich a pesar de que el pasmo le había atenazado la garganta y esperó que no se le hubiese notado todo el sarcasmo que sentía, que solo hubiese transmitido esa eficiencia inalterable que tanto apreciaba Antonio.
Le encantaba ser una secretaria personal. Sabía que había personas que lo consideraban un puesto de poca categoría, pero para ella era muy importante que el día a día de su jefe, su vida, transcurriera sin sobresaltos. Le gustaba sentirse indispensable, le gustaba formar parte de algo que estaba muy por encima de lo que habría podido conseguir ella sola y le gustaba solucionar cosas.
Si era sincera, le gustaba porque sabía lo espantoso que era no poder solucionar algo para sí misma, lo aterrador y desesperante que podía llegar a ser. Le había devastado la impotencia absoluta que había sentido por su cáncer de pecho y por la posterior ruptura del matrimonio de sus padres. Si bien no había podido solucionar el matrimonio de sus padres, si podía encontrarle una novia formal a Antonio.
Él le clavó una mirada que habría apagado la testosterona de muchos de sus empleados y despertado las feromonas de sus empleadas.
–¿He captado cierto sarcasmo?
–No –aseguró Emma con la esperanza de que el ligero rubor no la delatara–. Solo me preguntaba si habría… echado el ojo a alguien concreto.
–No –contestó él con el ceño fruncido.
–Entonces… –ella intentaba asimilar esa situación tan disparatada–. ¿Tiene algunos requisitos? Situación económica, situación matrimonial previa, grado de atractivo…
Estaba intentando encontrar la manera más discreta de preguntarle por la talla del sujetador cuando se dio cuenta, con cierta sorpresa, de que Antonio estaba desorientado. Evidentemente, no había pensado en nada de todo eso.
–La reputación. Que no le haya salpicado ningún escándalo.
Emma tuvo que contener un resoplido muy poco femenino. Era como si quisiera comprar una ternera de primera clase con todas las garantías sanitarias, lo que hizo que se preguntara, con horror, si obligaría a esa pobre mujer a que le entregara su historial médico.
–Además, la necesito antes de dos días.
–Antonio, no soy Amazon Prime. No puedo sacarme una novia de la manga –Emma lo susurró por miedo a que pudieran oírla y que la acusaran de… conseguidora para su jefe–. Si pudieras explicarme el… contexto, a lo mejor podría entender un poco mejor lo que… necesitas.
Ella sabía que estaba balbuciendo, pero, dado el humor de él, tenía que elegir muy bien las palabras.
–Voy a concertar una cita con Benjamin Bartlett, quien está buscando inversores para su empresa y yo tengo que ser el único inversor. Sin embargo, Bartlett, que es muy tradicional, podría tener reparos a asociarse con Arcuri Enterprises por…
–¿Por tu asunto con Inga la sueca…?
–Sé muy bien lo que era –le interrumpió él.
–De acuerdo. Entonces, necesitas una pantalla.
–¿Una pantalla? –preguntó él sin disimular la perplejidad.
–Sí –ella tuvo que contener la sonrisa–. Una novia falsa que enmascare tus indiscreciones previas y que haga que le parezcas más aceptable a Bartlett, que te acepte como inversor.
–En resumen, sí.
–Y supongo que todo esto tiene que mantenerse en secreto, que nadie puede saberlo, como la investigación sobre Bartlett.
–Así es. Hay otro inversor interesado en Bartlett y esa persona no puede saber lo que estoy haciendo.
El tono sombrío de su advertencia era desconocido para ella y le indicó claramente que no podía tomarse todo aquello a la ligera. Enseguida captó lo esencial de su petición.
–De acuerdo. Voy a tener que vaciarte la agenda para mañana por la noche.
Eso era lo que le gustaba de Emma. Aparte del sarcasmo de antes, que atribuiría a la sorpresa, era eficiente y directa cuando acometía una tarea y no tenía las dudas en sí misma que había visto en otras empleadas que le doblaban la edad.
Él sabía que ese cambio de planes para el día siguiente encajaría, al cien por cien, en la tarea que le había asignado. Una tarea que había aceptado sin rechistar y sobre la que solo había hecho preguntas pertinentes, casi todas.
–Muy bien.
–Mandaré tu esmoquin azul a la tintorería para que esté preparado para la gala.
–¿Qué gala? –preguntó Antonio.
–La gala benéfica anual de la Fundación Arcuri. Sueles estar en Italia durante estas dos semanas y por eso no te mandan nunca una invitación.
–¿Celebramos una gala benéfica?
Antonio se sorprendió al ver, por primera vez en dieciocho meses, algo parecido a un brillo de rabia en los ojos de Emma.
–Sí –contestó ella en un tono tajante aunque intentó disimular lo que sentía con su habitual frialdad–.