porque ambas mujeres se han levantado como rivales y enemigas (Gn 16; Gn 21).
Por lo tanto, en la vida y en la historia de Abraham hallamos aspectos y escenas marcadas por el contraste y la oposición. Así son las aventuras de los seres humanos, contradictorias, con sus lances ideales, con sus vacilaciones y sus andanzas dubitativas.
Conocemos intentos para presentar a Abraham como un “modelo” de nuevas generaciones, las cuales harán de la Torá de Israel una “patria portátil”, según la expresión del poeta Heinrich Heine, nacido en el seno de una familia judía ortodoxa, en Alemania (siglo XVIII)2. Abraham, como un creyente paradigmático, incluso es alabado por el mismo Señor: “Porque él [Abraham] obedeció a mi voz y observó cuanto le ordené: mis mandatos, mis estatutos, y mis leyes” (Gn 26,5).
En el mundo hebreo, Abraham, como uno de los protagonistas de la historia de este pueblo, ha tenido un inmenso éxito. Con mucha frecuencia ha sido idealizado porque, como padre, él debe abrir todos los senderos que han de seguir después sus descendientes. Una frase del rabino español Nahmánides (1194-1270) resume bastante bien el espíritu de la tradición hebrea: “Todo cuanto le sucede al padre les sucede también a los hijos”3. En el proceso de relectura, la figura paradigmática de Abraham pierde quizá en espesor humano aquello que gana en altura moral, y el resultado, incluso, es fascinante.
El Nuevo Testamento, primero, y el mundo cristiano, después, buscarán profundizar por su cuenta algunos rasgos de Abraham. El patriarca será, en la vida de los primeros cristianos, un ejemplo para seguir. Será también, como en la tradición hebrea posterior, el “padre” que acoge a los creyentes en el Reino de los cielos. Pero quizá uno de los aspectos más originales esté en las epístolas de Pablo de Tarso, quien ve en Abraham al primer creyente, aquel que, antes de ser circuncidado, tuvo fe en Dios, llegando a ser así, según Pablo, padre de todos los creyentes, circuncisos e incircuncisos.
Para el pensamiento del mundo antiguo, cuanto va primero en el tiempo es siempre más importante, si se compara con lo que sigue. La fe de Abraham (Gn 15,6) precede, en el relato bíblico, a su circuncisión (Gn 17) y, por lo tanto, esta fe del patriarca en Dios es anterior y superior a la circuncisión. Abraham, todavía en el relato bíblico, es anterior a la figura de Moisés y al don de la Torá en el monte Sinaí. Por este mismo motivo de “antigüedad”, la fe es, siempre siguiendo a Pablo, superior a la observancia de la Torá.
En el contexto global del islam es posible encontrar un fenómeno similar, sobre todo en dos aspectos principales. Por un lado, Abraham como persona le permite al mundo musulmán escapar de las controversias que confrontan a los judíos y a los cristianos sobre el valor respectivo o de Moisés o de Jesús de Nazaret: “Abraham es más antiguo y anterior a ambos”. De hecho, la religión musulmana se define a sí misma como “la religión de Abraham” (millat Ibrahim)4.
En segundo lugar, para el islam, la experiencia fundamental de Abraham se apoya en su “descubrimiento” de un Dios único. Esta conversión, de la cual también encontramos algunas huellas en las tradiciones hebreas más allá de la misma Biblia, está en la tradición musulmana, en el momento original de la migración de Abraham desde Mesopotamia hacia la tierra de la promesa. Después, Abraham construirá con su hijo Ismael la Ka’ba de La Mecca.
En síntesis, Abraham tiene muchos rostros, los cuales se revelan en las diversas tradiciones que lo asumen como “padre”. Pero hay otra dimensión, quizá más importante, aquella del esfuerzo constante de relectura y de actualización que cada tradición nos ofrece en el curso de la historia. De esta manera, Abraham es al mismo tiempo una riqueza para explorar, un texto para la exégesis y un reto para reflexionar y para orar. En este contexto, Abraham, Sara y todas sus historias siguen vigentes, están vivos y hacen vibrar nuestros propios entornos. Este dinamismo se recoge bastante bien en el título: Abraham hace camino al andar.
P. Hernán
Las narraciones sobre Abraham en el libro bíblico del Génesis comienzan con un llamado: “Ve hacia ti mismo”1 (Gn 12,1) y se acercan al final con la misma frase: “Ve hacia ti mismo” (Gn 22,2)2. En el primer caso, se une a la orden de dejar su tierra, su patria, la casa de su padre, arrancarse de sus raíces, de sus orígenes, romper con el pasado. En el segundo caso, se le pide a Abraham sacrificar a su hijo Isaac, renunciar a la promesa divina, a su futuro3.
En ambas ocasiones, tanto al inicio de su peregrinación desde Mesopotamia a la tierra de Canaán como al final de su vida, en este último territorio, Abraham “partió sin saber para dónde iba” (Hb 11,8); en Gn 12,1 partió hacia una tierra, en Gn 22,2 hacia un monte; y en las dos ocasiones los lugares precisos y las circunstancias concomitantes le serán reveladas mucho más tarde. “De un extremo al otro en la historia de los relatos de Abraham, él va sin un norte fijo, desorientado” (Midrash Rabbà)4.
Abraham debe comenzar cada vez de nuevo, ponerse en camino hacia lo desconocido, renunciar a las garantías y seguridades del pasado, a las promesas del futuro, desde el comienzo de su faena con el Señor hasta el final de la vida5. Esta es la desorientación de la cual habla el Midrash: embarcados hacia una realidad de la cual poco o nada se conoce6. Hacia la tierra, pero ¿cuál tierra? Hacia un lugar que no es ningún lugar, una tierra que no es tierra. El viaje es una aventura de nunca acabar y tal vez por ese motivo no es tan diáfano “el lugar”.
La tierra en realidad no es tierra propia, deberá comprar un campo, es y será siempre “una tierra de paso”, va a residir en esa tierra como forastero. ¿Cómo traducir esa expresión hebrea lek leka de Gn 12,1? Si tomamos palabra por palabra sería “ve a ti”, a ti mismo, vete, váyase. Te conviene caminar, es mejor partir.
Quizá la expresión hebrea permite también traducir “ponte en movimiento hacia ti mismo”7. De ordinario, la búsqueda del Señor, en la Biblia, es a la vez una búsqueda de sí mismo, es decir, de la identidad personal en la comunidad. Ambas son unas búsquedas inagotables. Abraham nos regala un dato: él no se instala para siempre en un único lugar, parece no soportar la monotonía; está siempre en movimiento porque se orienta hacia el Señor y hacia “sí”, hacia el más allá dentro de la historia.
Esta decisión forja en Abraham el itinerario de una búsqueda constante, como si fuera más importante degustar el camino, la aventura, la marcha diaria que el destino hacia el cual se dirige (hacer camino al andar). Abraham es consciente de cada paso8, no le importa mucho el lugar final porque disfruta cuanto hace a lo largo del camino. Estamos de camino y el destino es desconocido: por esa razón la atención se centra en el cómo ponerse en camino9.
¿Cómo comienza Abraham? Según el libro del Génesis, estamos delante de un hecho, si no escandaloso, sí muy sorprendente. El patriarca comenzó tarde, quizá muy tarde, “Abraham tenía setenta y cinco años” (Gn 12,4). No se termina antes de comenzar. Nuestro héroe es capaz de ponerse en camino incluso cuando parece terminar su vida. Por esto sorprende mucho más que él no sepa a dónde lo conduce aquel camino, aunque sí sabe cómo obrar durante la caminata.
Dios lanza a Abraham hacia una aventura de la cual él no conoce su meta, mientras las sombras del crepúsculo se alargan sobre su existencia (Gn 12,1-3). A esa edad (75 años), la mayoría de los protagonistas bíblicos han terminado sus labores10. A esa edad, Jacob hacía rato había regresado de su estancia al lado de su tío Labán, era padre de una numerosa familia y rico, dueño de muchos esclavos, esclavas y animales (Gn 40,43)11. A esa edad, José era gobernador de Egipto y había salvado a su familia de la carestía. David ya había muerto después de ser rey a los 30 años y de reinar por 40 (2S 5,4-5; 1R 2,11). Salomón ya había construido el Templo de Jerusalén y varios palacios. Solo Moisés contemporiza con Abraham, pues según Ex 7,7, el hombre de Dios tenía 80 años cuando Dios lo llamó a liberar a su pueblo de la esclavitud en Egipto12.
Abraham