Memo
La pregunta es lo que nos hace, la que abre caminos y crea bifurcaciones. El mismo D’s parece preguntarse al final de cada día, cuando dice “y vio que era bueno”34. Para llegar a esta afirmación, debe haber existido una pregunta previa sobre los órdenes y destinos. Por esto, como dijo Jaime Barylko, el escritor y ensayista judeo-argentino, el Midrash (la explicación) enseña cómo se hacen las preguntas y a la vez las sitúa como lo único posible sobre lo que ya es inamovible: la creación y la Torá35. Si se preguntara sobre lo que es móvil (las apariencias de Parménides), no se llegaría a nada concreto y se pasaría de una especulación a otra, sin saberse a ciencia cierta a quién se ha preguntado.
La pregunta, sheelá (en hebreo), contiene la shin, la álef, la lámed y la hei, lo que por gematría (sumando el valor de cada letra) da tres, que es la letra guímel, lo que se mueve y busca renovación. Además, la palabra en hebreo comienza por shin, letra con la que se escribe sheker (mentira) y también shaday (todo poderoso), lo que indica que en la pregunta sagrada o sobre lo sagrado, D’s protege de lo que puede ser mentira y así burla al preguntador mentiroso, quien, partiendo de una premisa falsa, quiere una respuesta válida.
Para el caso de Isaac, la pregunta primera es válida y parte de una verdad. Su padre lo conduce a alguna parte que él desconoce y por ello pregunta. “Padre, ¿a dónde vamos nosotros solos?”. En términos de Maimónides, la respuesta sería: van solos porque Abraham es el maestro de Isaac, y cuando ya el alumno sabe lo que sabe el maestro, entonces los dos van al misterio36. Y realmente los dos entran en el misterio: Abraham presume lo que debe hacer; D’s le ha dado la orden, pero como es un creyente (el Midrash lo llama así, el creyente), lo que le ha dicho D’s puede tener otro fin. De momento tiene claro que es un sacrificio: lleva el fuego con él (la transformación), el cuchillo (lo que habrá de cortar algo), la leña que va en la espalda de Isaac (lo que ya está seco) y las cuerdas, que atarán y harán una sinapsis: su vida con la vida que le precede; el padre viviendo en su hijo y, a la vez, de darse el sacrificio, muriendo en él.
Si miramos cada elemento (fuego, cuchillo, leña, cuerdas), si los llevamos a la metáfora, estos en su conjunto crean unos fundamentos que se ven en Abraham, quien a consecuencia de su fe ha sido transformado, cortado de su pasado idólatra, untado de lo que ya está seco en las suelas de las sandalias y dispuesto a atar su vida, como nunca lo ha hecho, con su hijo. Esta reflexión forma parte del método talmúdico llamado el pil-pul, en el que entre dos es posible argumentar incluso llegando al absurdo, con el fin de que la pregunta tenga sentido y se detenga, para obtener una verdad y no una mentira, que es cuando la respuesta ya no conduce a nada y se toma de ella lo que es su excreción37.
Pero omito la metáfora y regreso al sentido de la pregunta: ¿para dónde vamos solos? En la vida común y corriente nadie lo sabe. Estamos rodeados de elementos, pero no de certidumbre hacia el próximo paso.
Así que la pregunta de Isaac tiene sentido. Van ellos solos. Su medio hermano Ishmael y Eliezer el sirviente, con el burro, se han quedado atrás. Nadie está a la vista. Van solos e Isaac pregunta a su padre, convencido de que él sí sabe para dónde va y de que no le va a mentir. Pero el primer patriarca tampoco lo sabe, lo único que hace es seguir la fe, lo que D’s le ha dicho. Su tarea es entrar en el misterio y sostenerse en él. La pregunta de su hijo lo debió haber conmovido. Sin embargo, la respuesta se la da el mismo Isaac, que es la vida posterior de Abraham. Y sabiendo que lo van a sacrificar (los elementos lo dicen, igual que la nube que marcaba el sitio en el monte Moriah), solo pide a su padre que lo ate bien y le produzca la muerte sin dolor. Estas palabras tranquilizan a Abraham y al mismo Isaac. De alguna manera han encontrado el límite y no lo van a romper. Han escogido, ambos, a quien obedecer y toman su voluntad como lo imprescindible y cierto. Los dos se han puesto de acuerdo, son vida que sigue a otra y muerte detrás de otra. El monte Moriah está frente al monte Sion, y allí estará la explanada de Jerusalén. De momento no se sabe nada de Moshé Rabenu ni del arca de la alianza, tampoco de los jebuseos o de David. Desde el lugar de sacrificio, todo es un misterio38.
Durante los tres días previos al ascenso del monte Moriáh, Abraham, como dice el Midrash, estuvo en estado de tormento. O sea, estuvo dudando: la fe le tambaleó. Si Isaac era producto de un milagro, ¿había que destruir el milagro? ¿Pero y si somos en la voluntad de D’s se puede evitar lo inevitable? Somos sujetos de creación y estamos ligados a ella. Y D’s es en la creación y esta está sujeta a él. Y en este asunto no hay lugares, sino tiempo. Y en el tiempo cambia lo que existe en el espacio, aparece y desaparece39. Y para el caso que nos ocupa, la pregunta de Isaac, antes que referirse a un lugar, se refiere a un tiempo.
¿Qué tiempo nos espera? Y digo lo anterior para, remitiéndome a las tesis del rabino Abraham Yoshúa Heschel, observar que lo que sucede en un ambiente no es una cosa, sino un momento de tiempo40. Para lo de Abraham e Isaac, ellos están en el tiempo y allí se decide, se pregunta y se responde, se es en sí y lo que hagamos nos pertenece. ¿Para dónde vamos solos? Para un tiempo. Y lo que suceda en este son nuestras acciones y estas dependen de nuestra conducta y creencias. Así que en el sacrificio en el que está involucrado Isaac, Abraham decide levantar la mano y D’s decide detenerla. Dicho de manera irreverente, D’s cree en Abraham porque Abraham cree en él, y por ello le evita ir contra su propia sangre. Y en este creer, la voluntad superior es la de D’s, que ha hecho la prueba para que Abraham tome una decisión: ofrendar lo mejor de su vida, la bendición mayor, el futuro del clan. Abraham es capaz de hacerlo todo por D’s y D’s le enseña que la vida humana está por encima de todo41. Que hay algo que va más allá de la fe, y esto es la vida con fundamentos, que hará de la fe algo cada vez mejor.
Del sitio del sacrificio y del momento en que la prueba se cumple y se impide que haya muerte humana, Abraham regresa solo y deja a Isaac con la vida, esta vez renovada y con más sentido porque estuvo a punto de perderla; pero hay algo más que un volver a vivir: y es la fe del que sabe que en D’s no hay más que vida en orden, propicia para entender y tomar de ahí los fundamentos para vivir. En Bereshit, D’s permite la muerte de Abel, quizá porque ni Adán ni Eva tuvieron fe. En el caso de Abraham, la muerte de Isaac no es permitida porque el patriarca tuvo fe42.
El Midrash es una explicación porque enseña a hacer preguntas. Y la pregunta es buena cuando la respuesta contiene una enseñanza. ¿Para dónde vamos solos? Hacia D’s, como lo dijo Jacques Derridá en el funeral de Emmanuel Lévinas, Adieu. A-Dieu43. ¿Para dónde iban Isaac y Abraham (extensión el primero de la vida del segundo)? Hacia D’s, al encuentro con D’s. Con un D’s que hablaba y ahora estaba ahí.
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