Memo Ánjel

Abraham hace camino al andar


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la culpa, que es el mayor estado de razón.

      El peregrinaje es el viaje de la fe. Es el oír para continuar, es el agradecer por lo que pasa, y no es cubrir una distancia en un lugar, sino un hacerse en ese caminar. En el judaísmo, que es una religión de vida, el hacerse es imprescindible, pues no se está en un sitio concreto (como pasa con los animales y las plantas), sino en el tiempo50. Y el tiempo es quien me sitúa en los días sagrados, en los que me dan identidad. Diría, entonces, que Abram peregrina hacia la sacralidad, hacia lo que lo hace humano y no dependiente, más que de D’s51. Y esa fe que comienza a darse en él, que va reconociendo en el camino, que se hace en él cuando agradece, es la que lo hace un ser digno del tiempo. Así que no añora lo pasado, sino que abraza lo que se le va proporcionando mientras sigue adelante. Y no abraza para poseer: abraza para creer, y en tanto cree, es él en la creación, que es el tiempo mismo proporcionando.

      Ir en el tiempo, encontrando más a D’s, ese es el camino de Abram, su estado de extranjero, su peregrinaje. Y así ya no hay exilio (que es un estado de memoria que añora el pasado, como sucede en muchas partes del Tanaj) ni es extranjero entre los pueblos. Es un hombre libre y por esto peregrina, porque cree y va a encontrarse consigo mismo mientras D’s se le aparece como guía. Un D’s único que primero se le manifiesta como voz y después como promesa, que le hace distinguir entre los dioses del camino y él, que es todos los dioses, y es más que ellos52.

      Abram no es como Ulises o Simbad, que no fueron capaces de ir más allá y retornaron a sus lugares. Abram no retorna y esa es su libertad, ir por la tierra siendo origen y fin, principio y consecuencia53.

      P. Hernán

      Dejar el seno materno, el hogar inicial, comenzar una peregrinación son ideas de su comentario reciente que resuenan con fuerza en este diálogo. El autor bíblico reconstruye con precisión el cuadro de la religiosidad primera de Abram, como usted, Memo, ya lo indicó antes. Se trata de una religiosidad genérica, inicial, antes de la impactante llamada divina. Como usted sabe, mejor que mi persona, muchos rabinos a lo largo de los siglos han preguntado “cómo y cuándo Abram conoció al Señor”. Y muchos textos rabínicos han formulado diversas hipótesis. Por ejemplo, el judío Filón de Alejandría, en su obra “El tratado sobre las virtudes”, muestra a Abraham como una persona embebida en el ambiente de la astrología y que allí descubrió al Señor como el principio y el fundamento de todo lo creado54.

      Por su parte, según “El libro de los jubileos”, Abram a los 14 años se apartó de su papá para no adorar falsas imágenes de la divinidad55. Pero a quien escribe en Bereshit no le interesa responder esta pregunta inicial. Para el autor es más importante otro hecho: es el Señor quien toma la iniciativa de llamar a Abram, es Dios quien conoce de manera profunda a Abram, fue el Señor quien buscó y le salió al paso a este peregrino de la fe56.

      ¿Por qué el Señor le salió al encuentro a Abram? El relato de Gn 12,1-5 nos regala unos datos llenos de rico significado. No responde de manera directa la pregunta recién planteada. Solo evidencia una acción libre y gratuita de Dios, quien interviene en la vida de Abram casi de forma sorpresiva, sin que el lector sepa si Abram tiene algún mérito para ello. Abram fue encontrado, Abram fue llamado, es el primer dato del texto, así, en la sencillez de una frase hebrea. Abram cree, se confía en una promesa, y tendrá una misión esencial: servirá a la humanidad (“en ti serán bendecidos los pueblos de la tierra”)57.

      Usted y yo acabamos de escribir un texto sobre el encuentro entre la encíclica de Francisco Laudato si’ y los primeros capítulos del Génesis, diálogo desde la mirada judía y católica58. Y allí, al hablar de los primeros relatos de Bereshit nos encontramos con una creación que comienza gracias a la Palabra, a davar, a la Palabra de Dios59. Y el relato de Abram en Gn 12,1 comienza del mismo modo, con la Palabra del Señor.

      Una palabra elocuente en la simplicidad de la vida cotidiana, porque el texto no indica otros detalles. Tal vez el texto insinúa que ese encuentro entre Dios y Abram merece un profundo respeto: es una experiencia para contemplar y orar, la escena tiene sus dueños: el Señor y Abram. El encuentro se enmarca en un espacio privado, lleno de intimidad y de ternura. Es la esfera de la oración, de lo sagrado60.

      Acto seguido, Dios, apenas encuentra a Abram, le habla de Tú a tú, y la palabra divina se inserta en la vida de este y transforma todo de raíz. Abram debe emprender un viaje, caminar mirando hacia el horizonte. Su meta por ahora es solo el Señor61. Llama la atención cómo Abram no pregunta, no cuestiona, no ofrece comentarios (como sí ocurre con otros textos, por ejemplo, cuando Jacob lucha y se rebela); se presenta con la sencillez de una persona humilde, Abram comienza a caminar, es su respuesta a la llamada divina. Es un hombre de fe, camina en la confianza, quizá su obediencia es silenciosa y fiel. No prima el esfuerzo de su voluntad, sino la acción de la Palabra de Dios en su corazón, en su conciencia, allí donde cuece él sus decisiones62.

      Abram de camino, día a día, descubrirá el proyecto divino, para él, para su familia, para su pueblo y para las naciones de la tierra, incluso con la tentación de querer apresurar los tiempos de la realización de cuanto el Señor le ha indicado y, en ocasiones, apelando a las capacidades y astucias humanas. Vivirá la tentación de procurarse una descendencia, una tierra y una bendición por sus propios medios, apoyado solo en sus fuerzas personales.

      Pero al mismo tiempo, Abram asumirá en su corazón, poco a poco, la triple propuesta divina respecto a su historia o, mejor, a su pasado. Debe dejar su tierra en Mesopotamia, es decir, cuanto comporta un horizonte material: bienes, paisajes, pequeñas y grandes seguridades a las cuales estaba acostumbrado63.

      Deberá partir de su patria, es decir, del horizonte humano, cultural y religioso, usos y costumbres, la religión, los valores éticos y sociales de su grupo. Deberá, además, tomar distancia de la casa de su padre Téraj, es decir, las relaciones humanas tan preciadas, los nexos afectivos vividos con las personas de su clan familiar.

      La tercera petición del Señor a Abram es áspera, porque genera miedo y abre la puerta a la soledad en la peregrinación. Es casi una laceración porque exige abandonar el calor del seno hogareño (“el seno materno”, como bien lo dice usted) para adentrarse en la oscuridad y afrontar la incertidumbre del mundo externo y también domeñar a diario los pensamientos de su corazón. Como ya lo dijimos antes, la decisión de Abram no es fácil, no asegura ni un privilegio ni un honor, tampoco un reconocimiento popular. Más bien, se trata de una apuesta para llevar a cabo una misión y hacer entrar también a los otros pueblos en la fascinante bendición de Dios64.

      La esperanza de Abram ante la llamada divina abre un arco muy amplio, porque recoge la comprensión inicial del patriarca, pero se enriquecerá con cuanto aparezca en el devenir no solo de su familia, sino, luego, del pueblo de Israel, incluso hasta nuestros días, después de pasar por la curva de tantos siglos de historia.

      Sin duda, la experiencia de fe de Abram es como un espejo en el cual se confrontan también hoy los creyentes de Israel, las comunidades islámicas y las comunidades cristianas65. Aunque la consideración de la vida y la historia en cada una de estas tradiciones tiene puntos en común, también revela interesantes diferencias.

      Memo

      Abram es la pregunta y, al mismo tiempo, la respuesta. Y en la respuesta otra pregunta. O sea que Abram es un hacerse mientras se va cuestionando y en esto que cuestiona encuentra un camino y por él avanza. Y lo hace porque es un hombre que mira al cielo, a la infinitud y al espacio que contiene al tiempo. Y en ese tiempo, en el que todo se construye y se destruye, la creación perenne, un algo infinito que flota y al tiempo es contenedor de todo. La mirada al cielo, la lectura de lo inmenso que no para de ampliarse, hace de Abram un presunto astrólogo. Y lo sitúo en un supuesto porque el patriarca no busca leer el futuro (como lo harían los zoroástricos caldeos que leían en las estrellas lo por pasar)66, sino la condición de ser que mira el cielo y se asombra, que lo mira y se pregunta sobre sí mismo y su relación necesaria con la creación