Memo Ánjel

Abraham hace camino al andar


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locución de Gn 22,12 “temor de Dios”, porque ellas acompañan el sendero para atravesar y superar la crisis12. En el lenguaje actual equivale a decir que en la tentación está en juego la capacidad y la oportunidad de darle sentido a una experiencia que a primera vista no lo tiene. La tentación permite saber más de ella, del misterio de la existencia, y hallar el modo de suscitar una continuidad a través de las laceraciones inevitables de la experiencia humana.

      En verdad, el texto no se preocupa por explicar por qué Dios pide a un padre sacrificar a su hijo (Gn 22,12). Y este hecho nos pone delante de una imagen de Dios. Sin embargo, cuando el relato se mira desde el análisis narrativo, esta ausencia de explicación forma parte de las convenciones de la narración bíblica. Dios es aquí la representación de una imagen importante para una historia escrita según los criterios y los acuerdos literarios de la época, no es el Dios de las teologías de hoy, y esta constatación no se debería olvidar.

      Además, la gran mayoría de las luces, en el escenario, iluminan a Abram y no tanto al Señor. Como lectores somos invitados a compartir, incluso mejor, a “condividir” el drama de Abraham y a comprender con él sus sentimientos, ese universo interior próximo al colapso. Esta situación nos lleva también a valorar los silencios dentro del texto13. Así, la escena invita a la oración creyente. Estamos delante de un relato muy famoso, en el cual reluce con luz propia “la sobriedad bíblica”: la secuencia narrativa ni siquiera se detiene en los pensamientos o en los sentimientos de los personajes. Y ese aparente vacío es una manera de introducirnos en el relato: debemos, como lectores, formular la pregunta “¿por qué Dios tienta?” y, a la vez, hallar la repuesta.

      Además, el relato no se agota en los sentimientos ni en las reacciones de los personajes. También cabe mirar las actitudes de Isaac y sus preguntas, y cómo van apareciendo los elementos necesarios para el sacrificio de una manera gradual. Las conversaciones entre los personajes son interesantes (con los siervos y entre Abram e Isaac): siempre queda una puerta abierta en el suspenso de la situación para comprometer al lector y captar el sentido profundo de este anuncio. Se destacan, a la vez, las acciones de Abram (Gn 22,3): él en verdad decide emprender el camino para ir al monte donde debe sacrificar a su hijo. ¿Por qué Abram obedece la orden divina?

      Tal vez una forma de asumir la imagen de Dios en este relato implique valorar, al final, la intervención del Ángel del Señor (Gn 22,11-12). En muchos momentos de la Biblia, el Ángel del Señor es una manifestación del mismo Dios y no un ser distinto de él (Gn 16,7; Ex 3,2)14. Pero en Gn 22,1-2, Dios asoma como un personaje misterioso, mientras “el Ángel del Señor” en Gn 22,11 es una manifestación de un Dios cercano, que atiende a los suyos, que se hace cargo de sus temores. Vale la pena comparar los versículos 2 y 12 en Gn 22.

      Quizá el “temor de Dios” excluye “el amor del hijo”; y aquí podría quedar un interrogante abierto. Además, una frase de la primera carta de Juan entraría en juego: “No hay temor en el amor [en griego, agape], pues el amor que va hasta el final echa fuera el temor, porque el temor supone un castigo, y quien teme no ha sido completado en el amor” (1Jn 4,18). Este temor se puede desplazar hacia la prueba de la libertad (hay una tentación), pero en el relato cabe descubrir el respeto de Dios por la persona y la libertad de Abraham, especialmente en la forma como termina la tentación. La libertad del ser humano es un sacramento (algunos dirán misterio) delante de Dios15.

      La conclusión de esta prueba (Gn 22,13-14) y la promesa divina (Gn 22,15-18) afirman la importancia de seguir caminando. La vida continúa, ahora con una ratificación de una presencia cercana, y Dios custodia nuestro trasegar: nunca se debería dudar de esta compañía cierta. Un lector moderno puede preguntar “por qué en el relato no aparecen palabras o acciones de alivio de parte de Abram y de Isaac luego de la intervención del Ángel del Señor”. Este relato no se centra en las emociones y en los sentimientos, al menos no en primera instancia. El pasaje se centra más en las acciones. La promesa divina responde en parte a cuanto podría pensar Abram sobre su futuro.

      En síntesis, Memo, esta tentación o la prueba presente en Gn 22, para este caso particular, es un momento privilegiado de crecimiento, en el cual se evalúan las certezas, los logros y las dificultades para renovar el camino. Es una ocasión para revisar las motivaciones del corazón. Pero la reflexión más impactante, para mí, es esta: la tentación es la ocasión de dar un salto de calidad16. El Señor nos quiere con la estatura necesaria para estar en la historia, y la prueba nos ayuda a crecer.

      Memo

      Nasáh es poner algo o a alguien a prueba. Si analizamos lo que es una tentación, resulta teniendo el mismo sentido: es lo que nos pone a prueba, lo que trata de sacarnos de nuestros fundamentos. El que cede cambia de camino; quien no, se mantiene firme y ya sabe que hay un elemento falso que puso en peligro su fundamentación. Pero lo que nos tienta no nos define, solamente nos confronta, nos detiene en el camino y nos ofrece otra ruta. Así, las tentaciones son experiencias que nos ponen a prueba y nos hacen ver y saber cuál es nuestra fortaleza, o cuál nuestra debilidad. Y como dice el baal Shem Tov, el gran rabino jasídico, es propio de D’s el estar probandonos17. Si no lo hiciera, el hombre perdería la noción de D’s, que en última instancia es la voluntad buena, la que no permitió el error. Si D’s no nos probara, ¿cómo saber que vamos por el camino correcto?

      Bien sabemos que con el casi sacrificio de Isaac, el ser humano deja de sacrificar seres humanos (al menos el ser humano que construye la Biblia), y pasa a sacrificar animales18. Y si bien Abraham fue puesto a prueba, una prueba (podría llamarse así) no llevada a cabo lo mejoró como hombre. Se dejó tentar de D’s, diría, para no dejarse engañar a sí mismo. Abraham, en todo su recorrido, se está encontrando con D’s; algunas veces se le ha perdido (por ejemplo, Abraham obliga a Sara a presentarse como su hermana ante el faraón), pero ha retomado el camino. Hay que tener en cuenta que es un hombre que viene de Caldea, que allí pasó su niñez y que algunos de los valores con los que se mueve provienen de la casa paterna. Abraham no es una persona que haya borrado su pasado, sino que lo está cuestionando. Y así, mucho de lo vivido se le aparece de nuevo, como pensamiento o como acto. Y, en este punto, se confronta: si está avanzando, no puede retroceder. Y más cuando avanza para no seguir cometiendo errores, para ser más él en un D’s que carece de figura y de nombre, que lo ha creado todo, lo que se ve y lo que no, y a la par ayuda a descubrir lo necesario para vivir sin temor.

      La gran prueba de ese Ser que se le insinúa es poner en manos y conciencia de Abraham lo que sería su pasado sin D’s: matar al primogénito sería el final de los dioses de barro (un último sacrificio bárbaro), pero, a la vez, es también un presente que indica un principio en el que aparece la conciencia de la vida en calidad de reemplazo sobre la tierra, de inicio de la muerte del padre mientras el hijo toma su lugar19. De aquí que Freud en sus teorías psicoanalíticas, quizá con base en la imagen de Abraham sacrificando a Isaac, establezca aquello del temor al padre, que representaría alguien en posición permanente de sacrificar a quien es su carne y su sangre20. Claro que esto que especulo también es susceptible de ser tomado del paters familias romano: esta figura podía vender o disponer de la vida de su hijo cuando quisiera.

      Pero no enredemos el asunto y planteemos el hecho no como algo histórico, sino como metáfora21. En Abraham (al que le agrego ya su calidad de padre de pueblos) todavía hay memoria de su crianza en Harán. Según la tradición de esa ciudad (y de muchas de los alrededores), los primogénitos eran sacrificados a los dioses22. Esa idea la tuvo el patriarca desde niño, y no como imaginación, sino en calidad de hecho, sabiéndolo quizá por su familia o por los que compraban dioses de barro a Téraj. Además, los segundos hijos lo contaban: habían escapado al sacrificio. Y si bien la Biblia no cuenta lo que digo, hay rastros arqueológicos que lo certifican, como bien lo presume el arqueólogo Leonard Woolley, que entre 1922 y 1934 excavó esa zona. Woolley fue financiado en esta tarea por el Museo Británico y la Universidad de Pensilvania23. Pero esto viene poco al caso, pues Bereshit (Génesis) no es un libro de historia, sino uno doctrinal, que pone ejemplos para que haya una reflexión válida que mejore al hombre24. Como metáfora (o glosa, si se quiere, o parábola), entonces,