como segunda esposa a su sierva Agar (Gn 16,3). El patriarca tendrá 86 años cuando nace Ismael, su hijo de Agar (Gn 16,16)13. Tendrá 99 cuando Dios le anuncie el nacimiento de un hijo con Sara y le pida circuncidarlo (Gn 17,1). Y tendrá 100 años cuando nazca Isaac (Gn 21,5). El nacimiento de su hijo tiene lugar 25 años después de su partida hacia la tierra de la promesa14. El patriarca muere de 175 años (Gn 25,7), es decir, 100 después de haber dejado su tierra para asentarse en Canaán. La unidad de base es el número 100, con sus submúltiplos 25 y 10. Quizá por esa razón, en el relato los datos más importantes tienen cifras redondas. Todo parece intencional para subrayar la importancia de los eventos más significativos de la vida del patriarca15.
El itinerario de Abraham está lejos de ser un movimiento sin incomodidades desde una estancia tranquila hacia otra confortable. Más bien, la “biografía” de Abraham, a partir de Gn 12,1-3, es bastante agitada tanto como aquellas de héroes más jóvenes como Jacob o David16. Abraham, ya en edad avanzada, vive una serie de experiencias o de pruebas más apropiadas para los jóvenes. Se verifica, por ejemplo, en dos sectores importantes: el anciano Abraham busca una tierra (una casa, diríamos hoy) y debe hallar un heredero, pues no tiene descendencia (Gn 11,30). Abraham es el varón del camino cotidiano.
Por el camino encontramos rostros, signos, hechos concretos capaces de suscitar no solo nuestra atención, también la preocupación y nuestra responsabilidad. Estar despiertos para asumir los desafíos del camino, de quienes comparten con nosotros la vida, hace de Abraham y de nosotros personas del amanecer. Nos despertamos pronto cada día para afrontar con responsabilidad las fatigas de cada jornada. Abraham comienza siempre de nuevo cada mañana. él está siempre dispuesto a volver a iniciar. ¿Tenemos la fuerza de levantarnos pronto, como Abraham, cada mañana?
Memo
¿Cuánto vive un hombre? Depende de lo que viva, de los hechos que afronte, de las cosas que haga y de la conciencia que tenga a cada paso que dé. No es, entonces, una suma de días y de noches, de soles y de lunas, sino de acontecimientos y revelaciones. Así, Abram (su nombre antes de la alianza con el Señor) que sale de una Ur (ciudad en caldeo) no es un hombre de años, sino de acciones, de encuentros consigo mismo y de relaciones con la creación, es decir, lo que existe debido a que es lo que es y no otra cosa. Y en esa creación con la que entra en contacto aparecen las palabras: vete a ti mismo, tú eres el lugar y tú serás en la tierra que habites, siendo la tierra misma17.
David Le Bretón, en El elogio del caminar, asume una posición abrámica: se camina para encontrarse consigo mismo y, en este andar, uno es en las respuestas que encuentra, en los asuntos que lo confrontan y, en consecuencia, en la creación que aparece18. Diría, entonces, que Abram, quien luego será Abraham (el padre de pueblos), camina para salir al encuentro. Y en este encuentro deja lo que lo disminuye (escapa de los dioses de barro que vendía su padre, Téraj) y se amplía en lo que recibe de la inmensidad, y no son elementos tangibles, sino entendimiento de la razón del mundo. Es una pregunta y por eso el Midrash se ocupa de decirnos quién es Abram mientras camina y existe19.
El Midrash, según Jaime Barylko, el pensador judeo-argentino, es un libro que enseña a preguntar20. Su contenido no es una verdad, sino la pregunta que hay que hacerse sobre lo que hay y no cambia (la Torá es inmutable, dice Maimónides), pero que responde a cada tiempo cuando la pregunta es acertada21. Desde este punto de vista, Abram es un yo, es lo mínimo para existir, pero que se amplía y con él el mundo por el que camina. Es un yo-preguntante (valga la expresión), lo que, en términos de Martín Buber, le permite encontrar un tú y, en él, una respuesta que a su vez produce una pregunta22. Ya en la pequeña filosofía de Azorín (José Martínez Ruiz), Abraham es un hombre que otea, mira a lo lejos y sale al encuentro de eso que ve, que es la magnitud de la creación23, su yo-mismo haciéndose en el caminar, que es un avanzar dejando atrás lo que ya se sabe, lo que empuja para saber más, cuestionarse sobre lo anterior y lograr un saber (un fundamento) necesario para entrar en el misterio.
Abram no sabe para dónde va, eso es claro. ¿Sabe la vida para dónde va? En los tiempos que vivimos, de soberbia y tecnociencia, hablamos de prospectiva y megatendencias, previendo lo que será el futuro y empecinados en que así sea. Y vamos hacia él aferrados de los datos que tenemos, como si no hubiera más certeza y habitáramos ya el final de la historia, esclavos del conocimiento positivo logrado24. Abram miraría con curiosidad esta situación. él es un hombre libre y por eso camina sin una dirección. La realidad le dará las direcciones, la tierra lo que pisa y las preguntas lo que necesita tener claro. Abraham es el Midrash mismo, la pregunta sobre lo inmutable (la creación está completa), un errante que va con su gente y su ganado cambiando de posición cada vez que se detiene25. Si algo cambia de posición, las condiciones cambian, dicen los rabinos, y el mundo es otro desde ahí.
Cuando Abram camina, deja tras de sí su primera historia, la que llevó al lado de su padre y sus hermanos. Y según los datos que proporciona Bereshit26, Abram se aleja de la idolatría, de los fabricantes de dioses, del horno que no transforma, sino que repite formas que representan miedos, fantasías, amuletos. Y como relata Lion Feuchtwanger en su novela La hija de Jefté, en ese mundo de la idolatría hombres y mujeres se protegen de lo que no entienden dotando de valor a lo que no tiene valor27. Y en eso sin valor la creación desaparece como dadora. Lo mismo dirá Thomas Mann en el primer libro de su tetralogía José y sus hermanos, donde hace un análisis del mito y de cómo, esclavizados a la imaginación, no hay elección, sino servidumbre, frente a figuras que no viven y que, en cambio, representan sueños vanos, luchas humanas que dañan28.
Claro que Abram, que ha partido de la Ur con su familia, siervos y ganados, no huye, no corre, solo camina. Y en este caminar se va despojando de todo aquello que le impide ser hombre: es como comenzar a tallar una piedra hasta no encontrar en ella más que su espíritu, lo invisible que le da un lugar en condición de relación y no de fin. En ese caminar, la piedra es un indicativo, no un dios, solo una señal de lo bueno que se ha encontrado en el camino, que son los límites: hasta dónde se ha llegado y en qué condiciones de entendimiento29. Caminar es avanzar, pero también es detenerse para hacer un balance. Se camina para reflexionar, mirando adelante y encontrando nuevas palabras. Se nombra el horizonte construyéndolo. “Hay más, hay más”, podría decir Abram. Sus ojos se lo dicen, sus pasos se lo acercan. Y lo pronuncia (no lo piensa) para que la palabra nueva tome cuerpo y exista. Así, es un descubridor de la Creación y un buscador del sentido de todo esto que descubre, que tiene que ver con la vida y la fundación de un mundo nuevo, no propicio para los ídolos y sí para la inteligencia: intus-legere, leer al interior. Davar, donde la palabra es cosa y a la vez existencia con sentido, lo que la hace parte de la cadena del entender30.
Abram camina, su territorio es la tierra de la que come y bebe (igual que su ganado), de la que aprende y se maravilla, de la que tiene nombres y, al hilarlos, va asimilando lo creado en la medida en que entiende a D’s, que es la razón del caminar, del moverse, del tiempo, de las estrellas tantas que hay en el cielo. Camina para encontrarse con la fuerza de las fuerzas y el tiempo de los tiempos. El verbo hebreo letayeyl, que significa moverse, por gematría (la acción de vida) da Torá, así que Abram camina hacia la Torá, las instrucciones para vivir31. Por eso no toma una dirección dada, sino que la dirección la da el moverse y, al hacerlo, admitir la creación de los cielos y la tierra. Al caminar, va hacia los fundamentos. No en vano Abram (Abraham, después) es el mito fundacional del judaísmo: la cultura que camina y cree en la vida como oportunidad32. En su libro Breve historia del judaísmo, el historiador Michael Brenner plantea lo judío en el ir, el desplazarse, en la errancia necesaria para ser en la tierra y frente a los cielos.
P. Hernán
Hola, Memo, el punto de partida para nuestro diálogo ha sido el viaje inicial de Abram, descrito en Bereshit (Gn 12,1-5), sin duda un texto conocido en varias tradiciones religiosas. Abram, caminante y peregrino, también aparece allí como una persona dócil y obediente a la voluntad del Señor, deja sus ídolos, como usted