le recuerdo que hice que todo el personal de un castillo desapareciera de la nada, Tangerina controla un enjambre de abejas y Cielene tiene suficiente agua fluyendo a través de su cuerpo como para llenar todo un cañón. Creo que sabemos protegernos.
A pesar de su testimonio, el rey parecía más asustado que convencido. Madame Weatherberry estaba tan cerca de obtener lo que quería, que tenía que apaciguar las dudas de Champion antes de que se apoderaran de él. Por suerte, aún tenía un arma más en su arsenal para ganar su aprobación.
–¿Tangerina? ¿Cielene? ¿Serían tan amables de dejarnos al rey y a mí a solas por un momento? –les pidió.
Era evidente que Tangerina y Cielene no querían perderse ni una parte de la conversación de Madame Weatherberry con el rey, pero respetaron los deseos de su maestra y esperaron en el corredor. Una vez que la puerta se cerró detrás de ellas, Madame Weatherberry se inclinó sobre Champion y miró profundamente sus ojos con una expresión severa.
–Señor, ¿está enterado del Conflicto del Norte? –preguntó.
Si los ojos saltones del rey le dejaron algo en claro fue que estaba más que enterado del conflicto. La mera mención del Conflicto del Norte tuvo un efecto paralizante en el monarca que lo hizo titubear al responder.
–Cómo… cómo… ¿Cómo rayos sabe eso? –le preguntó–. ¡Es un asunto clasificado!
–La comunidad mágica puede ser pequeña y estar dividida, pero las palabras viajan más rápido cuando uno de los nuestros está… bueno, causando una escena.
–¿Causando una escena? ¡¿Así es como lo ven?!
–Su Majestad, por favor, mantenga la voz baja –dijo y luego señaló con la cabeza hacia la puerta–. Las malas noticias pueden llegar con mucha facilidad a oídos jóvenes. Mis niñas se empezarían a sentir mal si supieran lo que estamos discutiendo.
Champion sabía a lo que se refería porque él mismo estaba comenzando a sentir malestar. Recordar el tema era como ver a un fantasma; un fantasma dormido.
–¿Por qué menciona semejante cosa horrible? –preguntó.
–Porque ahora mismo no hay nada que le garantice que el Conflicto del Norte no cruce la frontera y llame a la puerta de su casa –le advirtió Madame Weatherberry.
El rey negó con la cabeza.
–Eso no ocurrirá. El Rey Nobleton me aseguró que se encargaría de la situación. Nos dio su palabra.
–¡El Rey Nobleton le mintió! ¡Le dijo al resto de los soberanos que tiene el conflicto bajo control porque se sintió humillado por lo severa que se tornó la situación! ¡Casi la mitad del Reino del Norte ha muerto! ¡Perdió a tres cuartos de su ejército y lo que queda disminuye con cada día que pasa! ¡El rey culpa a la hambruna porque está aterrorizado con perder el trono si su pueblo se entera de la verdad!
Todo el color del rostro de Champion se desvaneció y no dejaba de temblar en su asiento.
–¿Y bien? ¿Se puede hacer algo? ¿O simplemente se supone que me quede sentado y espere morir yo mismo?
–En estos últimos tiempos, ha habido esperanza –dijo Madame Weatherberry–. Nobleton nombró a un nuevo comandante, el General White, para guiar a las defensas restantes. Hasta ahora, el general ha manejado la situación con mucho más éxito que sus predecesores.
–Bueno, eso es algo –dijo el rey.
–Rezo porque el General White resuelva el asunto, pero usted debe estar preparado ante una eventual falla –dijo–. Y, en caso de que el conflicto cruce hacia el Reino del Sur, tener una academia de hadas entrenadas a la vuelta de la esquina podría ser muy beneficioso para usted.
–¿Cree que sus estudiantes podrán detener el conflicto? –preguntó con ojos desesperados.
–Sí, Su Majestad –contestó con completa confianza–. Me temo que mis futuros estudiantes lograrán cosas que el mundo de hoy considera imposible. Pero, primero, necesitarán un lugar para educarse y una maestra para guiarlos.
Champion se quedó muy quieto mientras consideraba la propuesta con mucho detenimiento.
–Sí… sí, podría ser extremadamente beneficioso –se dijo a sí mismo–. Desde luego, tendré que consultarlo con mi Consejo Asesor de Jueces Supremos antes de darle una respuesta.
–De hecho, señor –dijo Madame Weatherberry–. Me temo que es un asunto que podemos dejar por sentado sin consultárselo a los Jueces Supremos. Ellos suelen ser un grupo bastante conservador y odiaría que su terquedad se interpusiera en nuestro camino. Además, ha habido discusiones a lo largo de todo el país que debería conocer. Mucha de su gente está convencida de que los Jueces Supremos son los verdaderos gobernantes del Reino del Sur y que usted no es nada más que una marioneta.
–¿Por qué? ¡Eso es inaceptable! –exclamó el rey–. Yo soy el soberano, ¡mi voluntad es ley!
–Así es –dijo–. Cualquiera con algo de cerebro sabe eso. Sin embargo, los rumores persisten. Si yo fuera usted, empezaría por desmentir esas teorías desagradables desafiando a los Jueces Supremos de vez en cuando. Y no puedo pensar en una mejor manera de hacerlo que firmando el documento que tiene frente a usted.
Champion asintió mientras consideraba la advertencia. Eventualmente, la persuasión de Madame Weatherberry lo ayudó a tomar una decisión.
–Muy bien –dijo el rey–. Puede reclutar a dos estudiantes del Reino del Sur para su escuela de magia; un niño y una niña, eso es todo. Y deberá recibir el permiso escrito de sus tutores o no se les permitirá asistir a su escuela.
–Confieso que esperaba llegar a un mejor acuerdo, pero aceptaré lo que me ofrece –dijo Madame Weatherberry–. Es un trato.
El rey tomó la pluma y la tinta de un lado de su escritorio y realizó las correcciones al documento dorado. Una vez que terminó con ellas, Champion firmó el acuerdo y lo autentificó con un sello de cera del emblema real de su familia. Madame Weatherberry se puso de pie y dio un aplauso en celebración.
–¡Ah, qué momento maravilloso! ¿Tangerina? ¿Cielene? ¡Vengan! ¡El rey nos ha concedido nuestro pedido!
Las aprendices entraron a toda prisa al estudio y se sintieron muy entusiasmadas al ver la firma del rey. Tangerina enrolló el documento y Cielene lo ató con un listón plateado.
–Muchas gracias, Su Majestad –dijo Madame Weatherberry, dejando caer el velo de su tocado sobre su rostro–. ¡Le prometo que no se arrepentirá de esto!
El rey resopló con escepticismo y se frotó sus ojos cansados.
–Espero que sepa lo que está haciendo, porque si no le diré a todo el reino que fui embrujado y engañado por una…
Champion suspiró cuando levantó la vista. Madame Weatherberry y sus aprendices se habían desvanecido en medio del aire. El rey avanzó hacia la puerta para ver si se habían ido corriendo por el pasillo, pero estaba igual de vacío que antes. Unos minutos más tarde, todas las velas y antorchas del castillo se encendieron por arte de magia. Muchas pisadas resonaron por los corredores a medida que los sirvientes y los soldados regresaban a su rutina. El rey se acercó a la ventana y notó que incluso la tormenta había desaparecido, pero se tranquilizó mucho al ver el clima despejado.
Por el contrario, era imposible que el rey sintiera otra cosa más que temor al mirar los cielos del norte, ya que sabía que, en algún lugar del horizonte, la verdadera tormenta acechaba…
Capítulo uno