Chris Colfer

Un cuento de magia


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Brystal –dijo–. Estaría perdido en mi propia cabeza si no fuera por ti. Realmente es una lástima que seas… bueno, ya sabes… una niña. Habrías sido una increíble Jueza.

      Brystal bajó la cabeza y fingió seguir cociendo el último botón para que no viera la tristeza en sus ojos.

      –¿Ah? –dijo ella–. En verdad, nunca antes lo había pensado.

      Por el contrario, era algo que Brystal quería más de lo que su hermano podía imaginar. Ser Jueza le permitiría redimir y hacer ascender a las personas, le permitiría tener una base para propagar esperanza y comprensión, y contar con los recursos para hacer un mundo mejor para otras niñas como ella. Lamentablemente, era demasiado improbable que una mujer tuviera otro rol que no fuera el de esposa o madre en el Reino del Sur, por lo que Brystal apagó esas ideas antes de que se convirtieran en falsas esperanzas.

      –Tal vez, cuando seas un Juez Supremo puedas convencer al rey para permitirle a las mujeres leer –le dijo a su hermano–. Ese sería un buen comienzo.

      –Tal vez… –dijo Barrie con una sonrisa débil–. Mientras tanto, al menos tienes mis libros viejos para mantenerte entretenida. Lo que me recuerda, ¿ya terminaste Las aventuras de Tidbit Twitch? Muero de ganas de hablar contigo sobre el final, pero no quiero arruinarte nada.

      –¡Solo me quedaban siete páginas! Pero mamá me atrapó esta mañana y me quitó todos los libros. ¿Puedes pasar por la biblioteca y ver si tienen algunos de los que se estén deshaciendo? Ya estuve pensando en otros escondites para ocultarlos.

      –Claro. El examen termina tarde hoy, pero pasaré mañana y… –la voz de Barrie se apagó antes de terminar la idea–. De hecho, supongo que será más difícil de lo que solía ser. La biblioteca está junto a mi universidad y, si me aceptan en el programa de Jueces Adjuntos, estaré trabajando en la corte. Puede pasar una semana o dos antes de que tenga tiempo de escabullirme.

      Hasta ese momento, Brystal nunca antes había pensado en lo mucho que la graduación pendiente de su hermano la afectaría a ella. Barrie sin duda alguna aprobaría el examen con excelentes calificaciones y comenzaría a trabajar como Juez Adjunto rápidamente. Durante los siguientes años, pasaría todo su tiempo y energía en procesar y defender criminales en la corte. Darle libros a su hermana menor sería la última de sus prioridades.

      –Está bien –dijo Brystal con una sonrisa forzosa–. Encontraré algo para hacer mientras tanto. Bueno, todos tus botones están listos. Será mejor que prepare la mesa antes de que mamá se enfade.

      Brystal se marchó hacia el comedor a toda prisa antes de que su hermano notara la angustia en su voz. Cuando su hermano dijo semanas, ella sabía que podrían ser meses o, incluso, años antes de poder tener otro libro en sus manos. Tanto tiempo sin una distracción de su vida mundana sería una tortura. Si quería mantener la cordura, tendría que encontrar algo para leer fuera de su casa, pero debido a los castigos severos del reino para las lectoras femeninas, tendría que ser astuta, muy astuta, si no quería que la atraparan.

      –¡El desayuno está listo! –anunció la señora Evergreen–. ¡Vengan a comer! ¡El carruaje de su padre llegará en quince minutos!

      Brystal rápidamente preparó la mesa del comedor antes de que los miembros de su familia llegaran. Barry llevó las tarjetas a la mesa y las revisó, una por una, mientras esperaban a que comenzara el desayuno. Brystal no sabía si eran sus botones recién remendados o su nueva confianza, pero Barrie parecía mucho más alto de lo que era cuando lo encontró en el suelo. Se sintió muy orgullosa de las alteraciones físicas y mentales que le había entregado.

      Su hermano mayor, Brooks, fue el primero en unirse a Brystal y Barrie en el comedor. Era alto, musculoso, con cabello perfectamente lacio y siempre parecía como si tuviera un mejor lugar para estar; en especial cuando estaba con su familia. Brooks se había graduado de la universidad y asistía al programa de Jueces Adjuntos desde hacía dos años, y, al igual que todos los Adjuntos, llevaba una toga gris y negra a cuadros y un sombrero un poco más alto que el de Barrie.

      En lugar de saludar a su hermano y hermana, Brooks gruñó y puso los ojos en blanco cuando vio a Barrie pasando sus tarjetas.

      –¿Todavía estás estudiando? –preguntó con desdén.

      –¿Qué tiene de malo estudiar? –le respondió Barrie.

      –Solo la forma en que lo haces –le dijo Brook para ridiculizarlo–. En verdad, hermano, si te toma todo este tiempo retener la información, tal vez deberías buscar otra profesión. Oí que los Fortworth están buscando un nuevo niño de establo.

      Brook se sentó frente a su hermano y colocó los pies sobre la mesa, a pocos centímetros de las tarjetas de Barrie.

      –Qué interesante, yo también escuché que los Fortworth están buscando un yerno, porque su hija rechazó tu propuesta –contestó Barrie–. Dos veces, según dicen.

      Brystal no pudo evitar reírse. Brooks se burló de la risa de su hermana imitándola y luego miró a Barrie con los ojos entrecerrados mientras planeaba una nueva forma de ofenderlo.

      –Hablando en serio, en verdad espero que apruebes tu examen hoy –dijo.

      –¿En serio? –preguntó Brystal con sospechas–. Bueno, eso sí que no es típico de ti.

      –Sí, hablo en serio –contestó Brooks–. Espero enfrentarme cara a cara con Barrie en una corte. Estoy aburrido de solo humillarlo en casa.

      Brooks y Barrie se miraron con el odio complicado que solo los hermanos podían tener. Afortunadamente, su intercambio fue interrumpido antes de que se tornara más acalorado.

      El Juez Evergreen entró al comedor con una pila de papeles bajo su brazo y una pluma entre sus dedos. Era un hombre imponente con una barba blanca tupida. Luego de una larga carrera de juzgar a otros, varias líneas profundas se habían formado en su frente. Al igual que todos los Jueces Ordinarios en el Reino del Sur, el Juez Evergreen llevaba una toga negra que lo cubría desde los hombros hasta los pies y un sombrero negro alto que lo obligaba a agacharse cada vez que pasaba por una puerta. Sus ojos eran del color azul exacto que los de su hija e, incluso, compartían el mismo astigmatismo; el cual era un beneficio grandioso para Brystal, ya que lo que su padre no sabía era que, siempre que el Juez descartaba un par de gafas viejas de lectura, su hija conseguía unas nuevas.

      Al verlo llegar, los jóvenes Evergreen se levantaron y se pararon junto a las sillas. Era costumbre levantarse ante la llegada de un Juez en la corte, pero el Juez Evergreen esperaba que toda su familia hiciera lo mismo todo el tiempo.

      –Buenos días, papá –dijeron todos juntos.

      –Ya pueden tomar asiento –les permitió el Juez Evergreen, sin mirar a ninguno de sus hijos a los ojos. Tomó asiento en la cabecera de la mesa y, de inmediato, enterró su nariz en sus hojas, como si no existiera nada más en el mundo.

      La señora Evergreen apareció con una olla de avena, un tazón inmenso de huevos revueltos y una bandeja caliente de panecillos. Brystal la ayudó a servir el desayuno y, una vez que los platos de los hombres estuvieron llenos, las mujeres se sirvieron uno propio y se sentaron.

      –¿Qué es esta basura? –preguntó Brooks y picó su comida con un tenedor.

      –Huevos y avena –le contestó la señorita Evergreen–. Es el desayuno favorito de Barrie.

      Brooks se quejó como si la comida lo hubiera ofendido.

      –Debería haberlo sabido –se quejó–. Barrie tiene el mismo gusto que un cerdo.

      –Lamento que no sea tu desayuno favorito, Brooks –dijo Barrie–. Tal vez, mamá pueda preparar crema de gatitos y lágrimas de bebé para ti mañana.

      –¡Por Dios, estos niños me van a matar! –dijo la señora Evergreen y miró hacia el techo, desesperada–.