para dejar de lado el tema–. Ahora, vístete. El desayuno no se va a preparar solo.
La señora Evergreen volteó sobre sus tacones y se marchó de la habitación. Algunas lágrimas brotaron de los ojos de Brystal mientras observaba a su madre marcharse con sus libros. Para Brystal, no eran solo una pila de hojas atadas por un trozo de cuero, sus libros eran amigos que le ofrecían la única salida de la opresión del Reino del Sur. Se secó los ojos con el borde de su camisón, pero las lágrimas no duraron mucho. Brystal sabía que solo sería cuestión de tiempo para que pudiera rearmar su colección; su proveedor estaba mucho más cerca de lo que su madre sabía.
Se paró frente al espejo mientras se colocaba todas las prendas y accesorios de su ridículo uniforme escolar: un vestido blanco, calzas blancas, guantes de encaje blancos, hombreras blancas mullidas y tacones blancos con hebillas, y para completar la transformación, se ató un listón blanco en su largo cabello castaño.
Brystal miró su reflejo y soltó un suspiro largo que nació desde lo más profundo de su alma. Al igual que todas las mujeres del reino, se esperaba que se pareciera a una muñeca viviente siempre que estuviera afuera de su casa, y Brystal odiaba las muñecas. De hecho, todo aquello que influenciara remotamente a las niñas para ser madres o esposas lo agregaba de inmediato a la lista de cosas que detestaba, y dada la visión obstinada del Reino del Sur con las mujeres, había armado una lista muy larga con los años.
Desde que tenía memoria, Brystal sabía que estaba destinada a tener una vida fuera del confinamiento de su reino. Sus logros la llevarían más lejos que solo conseguir esposo y tener hijos, ella estaba destinada a tener aventuras y experiencias que estuvieran más allá de solo cocinar y limpiar, y ella encontraría una innegable felicidad, al igual que los personajes de sus libros. No podía explicar por qué se sentía de esa forma o cómo ocurriría todo eso, pero lo sentía con todo su corazón. Sin embargo, hasta que ese día llegara, no tenía otra opción más que seguir el rol que la sociedad le había asignado.
Mientras tanto, encontraba formas sutiles y creativas de seguir adelante. Para hacer que su uniforme escolar fuera tolerable, llevaba sus lentes de lectura atados a una cadena de oro, como un relicario, y luego lo escondía debajo de su vestido. No era muy seguro que pudiera leer algo que valiera la pena en la escuela, las jóvenes solo aprendían a leer recetas básicas y señales de tránsito, pero saber que ella estaba preparada para leer la hacía sentir como si tuviera un arma secreta. Y saber que se estaba rebelando, aunque lentamente, le daba el empujón de energía necesario para atravesar cada día.
–¡Brystal! ¡Me refería al desayuno de HOY! ¡Baja de inmediato!
–¡Ya voy! –contestó.
La familia Evergreen vivía en una casa de campo espaciosa a solo unos pocos kilómetros de la plaza central de Colinas Carruaje. El padre de Brystal era un Juez Ordinario reconocido en la corte del Reino del Sur, lo que le garantizaba a la familia Evergreen más riquezas y respeto que la mayoría de las familias. Desafortunadamente, como su sustento provenía de quienes pagaban impuestos, era considerado de mal gusto que los Evergreen disfrutaran de “extravagancias”. Y como el Juez no valoraban nada más que su buena reputación, privaba a su familia de gustos “extravagantes” siempre que fuera posible.
Todas las pertenencias de los Evergreen, desde su ropa hasta sus muebles, eran objetos de segunda mano que sus amigos o vecinos les habían regalado. Ninguna de las cortinas tenía el mismo diseño, su vajilla y cubiertos provenían de juegos distintos y cada silla había sido hecha por un carpintero diferente. Incluso el papel tapiz había sido arrancado de las paredes de otras casas y formaba una mezcla caótica de patrones variados. Su propiedad era lo suficientemente grande como para emplear un personal de veinte personas, pero el Juez Evergreen creía que los sirvientes y los peones eran el gusto “más extravagante de todos los gustos extravagantes”, por lo que Brystal y su madre se veían obligadas a realizar todo el cuidado del jardín y las tareas del hogar solas.
–Revuelve la avena mientras preparo los huevos –le ordenó la señora Evergreen a Brystal cuando finalmente llegó a la cocina–. Pero no la mezcles mucho esta vez, ¡tu padre odia la avena demasiado blanda!
Brystal se colocó un delantal sobre su uniforme escolar y tomó la cuchara de madera de su madre. Se quedó junto a la hornalla por menos de un minuto cuando una voz en pánico las llamó desde la habitación de al lado.
–¡Mamáaaaa! ¡Rápido! ¡Es una emergencia!
–¿Qué ocurre, Barrie?
–¡Se salió uno de los botones de mi toga!
–Ah, cielos santos –musitó la señora Evergreen en voz baja–. Brystal, ve a ayudar a tu hermano con su botón. Y hazlo rápido.
Brystal tomó el costurero y se marchó a toda prisa hacia la sala de estar junto a la cocina. Para su sorpresa, encontró a su hermano de diecisiete años sentado en el suelo. Tenía los ojos cerrados y se mecía de atrás hacia adelante con un montón de tarjetas en sus manos. Barrie Evergreen era un joven delgado de cabello castaño y desprolijo que se sentía nervioso desde el día de su nacimiento, pero hoy, estaba excepcionalmente nervioso.
–¿Barrie? –le dijo Brystal con suavidad–. Mamá me dijo que viniera para arreglarte el botón. ¿Puedes dejar de estudiar por un momento o quieres que venga más tarde?
–No, ahora está bien –dijo Barrie–. Puedo repasar mientras lo coces.
Se puso de pie y le entregó a su hermana el botón suelto. Al igual que todos los estudiantes de la Universidad de Derecho de Colinas Carruaje, Barrie llevaba una toga larga y gris y un sombrero negro cuadrado. Mientras Brystal enhebraba la aguja y cocía el botón en el cuello de su prenda, Barrie miraba con atención la primera tarjeta. No dejaba de tocarse los otros botones de su uniforme mientras estaba concentrado, por lo que Brystal le dio una bofeteada en su mano antes de que rompiera algo más.
–La Ley de Purificación del 342… la Ley de Purificación del 342… –leyó Barrie para sí mismo–. Fue promulgada cuando el Rey Champion viii culpó a la comunidad de trolls de vulgaridad y desterró a los de su especie del Reino del Sur.
Satisfecho con la respuesta, Barrie dio vuelta la primera tarjeta y leyó la respuesta correcta al dorso. Desafortunadamente, había contestado mal y reaccionó con un quejido largo de derrota. Brystal no podía hacer otra cosa más que sonreír ante la frustración de su hermano; le recordaba a un cachorro intentando atrapar su propia cola.
–¡No es gracioso, Brystal! –dijo Barrie–. ¡Voy a desaprobar mi examen!
–Ah, Barrie, tranquilízate –le dijo ella, riendo–. No te irá mal. ¡Has estado estudiando las leyes toda tu vida!
–¡Es por eso que será tan humillante! ¡Si no apruebo mi examen hoy, no me graduaré de la universidad! ¡Si no me gradúo de la universidad, entonces no me convertiré en Juez Adjunto! ¡Si no me convierto en Juez Adjunto, entonces no me convertiré en Juez Ordinario como papá! ¡Y si no me convierto en Juez Ordinario, nunca me convertiré en Juez Supremo!
Como todos los hombres en la familia Evergreen que lo precedieron, Barrie estaba estudiando para convertirse en Juez en el sistema de cortes del Reino del Sur. Había asistido a la Universidad de Derecho de Colinas Carruaje desde que tenía seis años y, a las diez en punto de esa mañana, le tomarían un examen muy riguroso que determinaría si se convertiría en Juez Adjunto. Si era aceptado, Barrie pasaría la siguiente década procesando y defendiendo criminales en diversos juicios. Una vez que su tiempo como Juez Adjunto terminara, Barrie se convertiría en Juez Ordinario y presidiría juicios, al igual que su padre. Y, en caso de que su carrera como Juez Ordinario satisficiera al rey, Barrie podría convertirse en el primer Evergreen en convertirse en Juez Supremo en el Consejo Asesor del Rey, en donde ayudaría al soberano a crear las leyes.
Convertirse en Juez Supremo había sido el sueño de Barrie desde niño, pero su camino hacia el Consejo Asesor del Rey terminaría hoy si desaprobaba su examen. Por eso, Barrie se