Colectivo Historias desobedientes

Escritos desobedientes


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hipótesis que me vuelven sumamente empática, aunque no permisiva, con mis alumnos en este aspecto. A veces pienso que puede ser algo sintomático y que debería trabajarlo en terapia. Por el momento, convivo con estas y muchas otras faltas.

      En el imaginario social, sigo descubriendo aún esta idea de que el maestro tiene que saberlo todo, que no se equivoca. En esta lógica subyace la idea de alguien que sabe y habla mientras otro no sabe, escucha y aprende. Alevosamente, y en un ejercicio constante, repito a mis alumnos –y a mis hijos también– que no sé o que no me acuerdo, proponiendo recorridos compartidos en búsqueda de respuestas. “Tenés que saber porque sos maestra”, me han llegado a responder, perplejos, mis alumnos. “No podés tener faltas de ortografía, sos maestra”, me recriminaba mi mamá o alguna de mis hermanas, ante mi recurrente estigma. Y yo seguía, a veces con vergüenza, a veces con disimulo. Hoy, asumiendo mi condición de “persona con faltas ortográficas”.

      El mismo imaginario me encuentra actualmente hablando sobre política o militancia en el interior de la escuela donde trabajo. “Los políticos son todos corruptos” o “no hay que meterse en política”, son algunas de las frases que se escuchaban ayer en el submundo que aflora cada tanto en “la sala de maestros”. Y una compañera se jacta: “Yo soy apolítica”. Y yo, que desde no hace mucho empecé a no callarme nada (¿callarme con “y” o con “ll”?), le respondo que ser “apolítica” –es decir elegir no participar, no opinar o no informarse– es también una decisión política. Y que, según mi opinión, ese posicionamiento (ingenuo, cómodo, egoísta) en el momento de votar perjudica a todos... Y que al fin y al cabo son decisiones políticas las que determinan cuántos impuestos vamos a pagar, cuánto vamos a cobrar y en qué condiciones vamos a trabajar, o si vamos o no a llegar a fin de mes.

      El infalible timbre que sigue imponiendo los ritmos escolares puso fin abruptamente a esta interesante discusión que –a buena hora– comenzó a generarse en

      el interior de la escuela. Seguramente, continuará

      en otros momentos. Bienvenido sea el debate y el intercambio de ideas.

      Crecí pensando que la política era un mundo aparte, lejano, corrupto, ajeno a mí y a mi vida. Nunca me metí, ni me interesó la política… hasta que un día, en la voz de mi mamá, la política me llamó por teléfono para decirme que mi papá estaba preso “por cuestiones políticas”. Con los años, entendí que no fue la política, sino la Justicia quien llamó; que tarde, pero seguro, comenzaba a actuar gracias a las decisiones políticas impulsadas por el presidente electo que tenía un claro posicionamiento político al respecto.

      Me preocupa enormemente la postura del actual presidente y sus declaraciones sobre el terrorismo de Estado, los desaparecidos y el accionar de las fuerzas armadas en la década de los setenta. Me preocupa la posibilidad de que cuando conmemoremos el próximo 24 de marzo –el Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia– algún alumno o alumna –que nunca falta– me pregunte por el destino de las personas que se han “llevado” a los hijos de las Madres y a los bebés que las Abuelas siguen buscando. Me preocupa no poder darles la tranquilidad de saber que existe la justicia y que están presos por haber hecho lo que hicieron.

      Entonces, pienso que tal vez no se trata de que sea buena o mala la política, sino, más bien, del uso bueno o malo que hagamos de ella. Yo, por lo pronto, no tendré faltas en el momento de participar, de opinar, de estar, de marchar, ¿de militar?, cuando de política se trate.

      Represores reprimidos reprimiendo

      27 de agosto de 2016

      No dejo de estar atenta, y de sentirme interpelada, ante tanta noticia acerca de lo que va sucediendo en nuestro país en relación con las políticas de memoria, verdad y justicia.

      El otorgamiento de la prisión domiciliaria a un personaje tan nefasto para nuestra historia, y para nuestro presente, como es Miguel Etchecolatz, resulta muy preocupante, por no decir aterrador. Me pregunto cómo serán los diálogos de este hombre con sus hijos –si es que los tiene–, con sus hermanos, con su mujer, con sus parientes. Me pregunto si tendrán inquietud por lo que hizo y la osadía de cuestionarlo.

      No puedo hacer generalizaciones, pero puedo hablar desde mi propia experiencia y desde la de algunas otras hijas que también lograron posicionarse fuera de los mandatos familiares y de las lógicas de obediencia debida, y con quienes la vida me fue reuniendo. Es muy probable que tengan la inquietud, pero es más probable aún que no tengan la osadía –o los recursos– para interpelarlo. De hacerlo, seguramente sufrirán el “exilio familiar” (como en mi caso) o serán relegadas a la categoría de “locas” o de “traidoras” dentro de la familia.

      Me pregunto si este hombre podrá repensarse a sí mismo y reflexionar sobre lo que hizo cuarenta años después. Llego a la triste conclusión de que no, no puede. Y, entonces, me viene a la mente Tótem y tabú de Freud, el pacto al que esa horda primitiva se somete ante el horror y el trauma. Me pregunto si dicha horda acata ese pacto por obediencia y respeto entre hermanos, o si lo hace a partir de un mecanismo de defensa que el aparato psíquico impone frente a la imposibilidad de asumir la responsabilidad del crimen.

      Mucho estudié en la facultad sobre los mecanismos de defensa del aparato psíquico. Algo de lo estudiado tantos años atrás me vuelve recurrentemente a la memoria: “La represión hace síntoma”. Pienso, creo, interpreto y pongo en discusión la posibilidad de que sea la represión como mecanismo de defensa la responsable de tanto silencio en relación con los crímenes cometidos. También pienso, creo, interpreto y pongo en discusión la idea de que los síntomas de este mecanismo de defensa se siguen manifestando, incluso, una o dos generaciones después, porque la represión hace síntoma, y porque los traumas también se heredan.

      Creo que esta necesidad casi compulsiva que, de tanto en tanto, me viene de escribir no es más que un síntoma ante un muro de silencio que impide a la palabra aflorar y curar heridas. Un síntoma de un trauma heredado que me pide ser puesto en palabras para empezar a sanar.

      No me cabe duda de que quienes conocen la horrible verdad de lo que acontecía en los Centros Clandestinos –que son los mismos que conocen el destino de los desaparecidos y de los niños y niñas privados de su identidad– tienen buenas razones para callar: acatar la orden de no hablar, respetar el “pacto de silencio”, preservar el propio aparato psíquico y la propia salud mental ante el reconocimiento de lo indecible.

      El silencio de los represores reprimidos se expande socialmente como una gran herida en una sociedad que sigue, entre otras cosas, sin poder velar a sus muertos. Más que de una herida, propongo pensar que se trata de una “culpa colectiva” –parafraseando a Primo Levi–, y de una clara demostración del grado de vileza al que nos sigue reduciendo el terrorismo de Estado, que continúa operando de modo tal que impide a los maridos hablar con sus mujeres y a los padres hablar con sus hijos.

      Es consecuencia, como sucedió en Alemania, que la fuente esencial para la reconstrucción de la verdad esté constituida por los relatos de los sobrevivientes. Es consecuencia, también, que la memoria silenciada de los represores reprimidos siga reprimiendo a esta sociedad que incesantemente reclama memoria, verdad y justicia. Es consecuencia, en tanto y en cuanto no comience a circular la palabra –palabra silenciada, reprimida– para recomponer la historia, las situaciones traumáticas… sanar heridas… propias, heredadas y colectivas.

      Y otra vez esta historia, esta angustia

      11 de mayo de 2017

      Me gusta pensar que pronunciarme en contra del “2 x 1” tiene que ver con el sentido común. Con la memoria, con la verdad, con la justicia. Me gustaría pensar que nada tiene que ver con mi papá y con su nefasta historia como parte de los grupos de tareas que operaban secuestrando, torturando, asesinando… desapareciendo.

      Me gusta sentir que formo parte de un colectivo social que no está dispuesto a tolerar la impunidad de los represores genocidas implicados en el golpe cívico-militar que azotó a nuestro país en el marco del terrorismo de Estado que se llevó a cabo en el período más oscuro de nuestra historia. Me gustaría no sentir esta angustia y esta tristeza infinita que nace de lo más