Colectivo Historias desobedientes

Escritos desobedientes


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y con las Madres y Abuelas a la cabeza, no permitirá el retroceso de la historia ante un gobierno cipayo, represor y negacionista. Un pueblo empoderado que no está dispuesto a ver pisoteadas sus conquistas y entiende que la memoria es necesaria para que Nunca Más el horror camine por nuestras calles. Que la verdad es el camino y la construimos entre todxs. Y que la justicia es la única respuesta admisible. Me gustaría no saber de

      la falta de arrepentimiento de este represor progenitor que sigue convencido de haber hecho lo correcto y de no tener nada de qué arrepentirse. Me gustaría no saber que con su silencio cómplice reivindica su crimen imprescriptible para vergüenza y repudio de toda esta sociedad en general y de esta hija en particular.

      Hijas de represores, 30 000 motivos

      21 de mayo de 2017

      Sucedió, sucede… está sucediendo. Nos encontramos. No porque nos teníamos que encontrar, ni porque el destino así lo había marcado. Nos encontramos porque lo estábamos buscando. Es lo que queremos, lo que necesitamos: encontrarnos.

      Nos abrazamos. Reímos y lloramos. Y nunca más nos separamos.

      La semana pasada, leímos conmocionadas la nota que se publicó en la revista Anfibia, “Marché contra mi padre genocida”. Es muy posible que Mariana

      –hija de Miguel Etchecolatz– también esté necesitando encontrarse con otros hijos o hijas de represores que no estén de acuerdo con lo que hicieron sus padres. Es muy posible que esté necesitando encontrarse con nosotras. O tal vez solo esté necesitando –como también necesitamos hacerlo con Lili– manifestar que ser la hija de un represor no es gratis ni agradable. Que lo que nuestros padres hicieron nos da vergüenza, y algo de culpa también. Que lloramos en soledad por lo que fueron capaces de hacer, y que somos repudiadas en nuestras propias familias por tener estos sentimientos y por necesitar romper con el mandato de silencio que se impone en nuestras lógicas intrafamiliares.

      El 10 de mayo fue un día histórico. El país entero se puso el pañuelo blanco a la cabeza y salió a la Plaza a reclamar contundentemente el No a la impunidad. Impunidad que cada 2 x 3 reaparece, y que en un “2 x 1” nos quisieron imponer.

      Mariana, por primera vez, se acercó a una marcha por los derechos humanos. Seguramente el haberse podido cambiar el apellido la ayudó a superar ese miedo al rechazo que, injusta pero realmente, pesaba sobre su conciencia. Mariana fue a la Plaza, se encontró con sus amigas en Avenida de Mayo y Perú. En el mismo lugar y en ese mismo horario nos estábamos encontrando con Lili. Cuenta la crónica de Anfibia que Mariana se sintió mareada: “Se toma de los brazos de sus amigas, hasta que logra sacarse las zapatillas y treparse a la baranda de una parada de subte. Desde ahí, mira las banderas de CTERA por la defensa de la educación pública…”. Con Lili estábamos justo debajo de la bandera de CTERA. ¿Nos estaría buscando Mariana? ¿Se habrán cruzado sin saberlo nuestras sonrisas que, junto con las otras 500 000 sonrisas, celebraban la memoria, la verdad y la justicia?

      No nos encontramos aún con Mariana. Con Lili comentamos y celebramos la nota de Anfibia. Nos gustaría verla y abrazarla. Decirle que no está sola, que a nosotras nos pasa igual. Mariana se movilizó y al hacerlo nos movilizó a varixs.

      Después de la publicación de la nota, comenzaron a escribirse comentarios en las redes sociales. Así nos encontramos con Laura. Claramente, nos estamos buscando. Dejó un comentario debajo de la nota de Anfibia y le escribí:

      “Hola Laura. Vi tu comentario al pie de la nota de la revista Anfibia sobre la hija de Etchecolatz y por eso me animo a escribirte. Si tenés a tu papá o algún pariente cercano involucrado en delitos de lesa humanidad, quiero que sepas que somos varias en esa condición y nos estamos juntando. A lo mejor interpreté mal tu comentario y nada que ver. Pero ante la duda preferí escribirte. Abrazo”.

      Laura me contestó enseguida, confirmando mis sospechas: ella también tiene a su papá involucrado en delitos de lesa humanidad. Ella también se siente sola. Hablamos por teléfono y tenemos muchas ganas de encontrarnos y abrazarnos. Seguramente, cuando nos encontremos, nos vamos a abrazar, a reír, a llorar y nunca más nos vamos a separar.

      Laura nos contó que “Laura Va” es su seudónimo en alusión a una canción de Spinetta. Laura, Analía y Lili van. Cada una con su valija gris a cuestas. También va Mariana, con su valija a cuestas por algún otro lugar, todavía sin encontrarnos. Pero ya no solo vamos, también nos estamos viendo. Porque Laura ve. Y nos vemos hermanadas respecto a un padre genocida que nos lastima y nos obliga a reconstruirnos. No elegimos la negación, ni el silencio, ni la complicidad. Elegimos levantar la cabeza y poder mirar a los ojos a nuestros hijos, a nuestras Madres y a nuestras Abuelas. Elegimos enfrentar la verdad por más dolorosa que sea. Elegimos la memoria, la verdad y la justicia.

      Y elegimos encontrarnos para que el camino sea más fácil.

      Laura va,

      lentamente guarda en su valija gris

      el final de toda una vida de penas.

      Laura va,

      unos pasos la alejan del pueblo aquel,

      donde ayer jugaba al salir de la escuela.

      […]

      Laura ve,

      los años le han dado la resignación

      y el dolor

      se fue con sus pocas tibiezas.

      Luis Alberto Spinetta, Laura va

      Con ellos pasa siempre

      29 de septiembre de 2017

      Con ellos me pasa siempre. De repente lo dicen, dicen eso que yo no podía. Y lo dicen naturalmente, como si nada. Cuando Gino tenía cuatro años, les contó a sus compañeros del jardín que su abuelo estaba preso porque había matado a muchas personas… y lo dijo… a todos. Y, entonces, yo también pude empezar a decirlo. También me dijo un verano que lo extrañaba, y pude darme cuenta entonces de que yo también lo extrañaba… lo extraño… y es mi papá… y no entiendo…

      y lo extraño… y lloro… y me enojo… y no puedo.

      No hace mucho me preguntó (ahora ya tiene trece y no solo dice, también pregunta): “¿Qué fue lo que hizo mi abuelo?”. Él sabe que su abuelo está preso, sabe lo que pasó durante la dictadura… sabe, pero no le alcanza. ¿Cómo explicarle? ¿Cómo contarle? Siempre la verdad, aunque duela... ya lo sé. De todas maneras, no fue su pregunta lo que me impactó: fue el “mi”, el posesivo.

      No me dijo “tu papá”… o “el abuelo”… dijo “mi abuelo”. Y ahí me di cuenta de que se estaba haciendo cargo de su historia y que entonces es obvio que necesite saber. Y supo.

      Bruno, la otra noche, me dijo que no lo conoce, que le gustaría, pero que piensa que nunca lo va a poder hacer. En ese momento se puso a llorar. Me dijo que la única vez que lo vio tenía siete años (ahora tiene nueve) y fue en el velorio de su abuela, a quien quería mucho. Volvió a llorar cuando recordó a su abuela… o que la quería… o que se murió.

      Me contó que aquella vez su abuelo le dijo algo que no podía recordar… o sí: le dijo que lo quería y que le gustaría conocerlo más.

      Le pregunté qué le diría si pudiera hablar con él… “le preguntaría por qué fue policía con los militares y por qué torturó personas”.

      Ahí, lloramos los dos. Y así, de repente, de manera espontánea y sencilla, lo dicen.

      Tal vez tendría que escribirle otra carta a mi papá para contarle que “su nieto” necesita saber… preguntar. Él también tiene que hacerse cargo. Cuando yo quise saber, y pregunté,