Angy Skay

Lo que la mafia ha unido, que no lo rompa el Gonorrea


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una noticia del putas. —Miró directamente a Angelines. Los demás lo hicimos al momento y ella sonrió, sabedora de lo que iba a decir.

      —Eso, en castellano, quiere decir «buena» —lo tradujo Kenrick.

      —¿Estás diciendo que las putas son buenas? —le preguntó inquisitiva Ma, con una ceja levantada.

      —Yo también quiero hacer ruta —dijo el Linterna, visiblemente emocionado.

      —Nos desviamos del tema —intervine.

      —¿Qué pasa? ¿Habéis matado a alguien? ¿Traes droga de Colombia y empezamos a traficar? —les preguntó Ma, dejando de aniquilar con los ojos a su prometido, que simplemente la ignoraba.

      —Eso no sería una noticia buena —le contestó Angelines entre risas.

      Ma volvió al ataque:

      —¿Entonces? Madre mía, Alejandro, estás pareciéndote a Angelines, que siempre le gusta dejarnos con la intriga y desaparecer.

      La aludida la fulminó con una simple mirada.

      —Eso no es verdad —aseguró con mucha dignidad.

      —Anda que no —apoyé a Ma, porque no estaba diciendo ninguna mentira.

      Abrió la boca y volvió a cerrarla cuando Alejandro prosiguió:

      —Nos han elegido para participar en un campeonato de lucha. El más grande de Andalucía. Y el premio son diez mil euros. —Se acercó el kebab a la boca y le dio un bocado. Yo lo miré pasmada. Lo había dicho con un tono tan neutro, tan casual, que me costó asimilarlo.

      Al darnos cuenta de lo que suponía aquello, la sorpresa fue corriendo por la mesa como la pólvora, como lo hacían nuestros vasos de plástico brindando por la excelente noticia mientras fantaseábamos con lo que podríamos o no arreglar con ese dinero. Las felicitaciones, las sonrisas y los comentarios iban y venían de una punta a otra, pero todo se fastidió y el silencio volvió a reinar en el ambiente cuando escuchamos una silla arrastrarse con mal genio.

      Patrick se levantó sin mirarnos a ninguno, cogió sus pertenencias y murmuró con tono hosco:

      —Buenas noches.

      Cogiendo medidas

      —Los modales alemanes —bromeó Ma, intentando romper la tensión que se había creado de repente—. Si fuera español, le habría hecho un gesto despectivo con la cabeza o mandado a tomar por culo.

      —Ma —la advertí. El horno no estaba para bollos.

      Los vítores de alegría se convirtieron con rapidez en un silencio sepulcral. Las copas alzadas se apoyaron sobre la mesa y las sonrisas menguaron. Un solo minuto después, alguien carraspeó dispuesto a romper el silencio. Era Ma. Qué sorpresa.

      —A ver… Ahora en serio, quizá deberías planteártelo, Angelines. Patrick solo está preocupado por ti, y lo hace con motivos. Rara es la vez que sales de un combate sin un rasguño.

      —Es lo que tiene darse de hostias —le dijo ella, muy en su postura de hacer lo que le diera la gana, como siempre.

      —Yo también lo estaría si fuera mi pareja —la apoyó Kenrick mientras miraba a la que en pocos días sería su mujer. Ella le correspondió con una sonrisa y le apretó la mano en un gesto cariñoso. Antes lo había matado con la mirada, ahora lo hacía de amor.

      Volví a mi comida.

      —Yo apoyo amigou alemán. —No me hizo falta levantar la vista para saber que, de los dos escoceses, se trataba del Linterna. Él apoyaba al amigo alemán a tirarse juntos por un barranco si era necesario.

      —Y yo —lo secundó el Pulga.

      —No tienes necesidad de todo esto, la verdad. Él te ofrece ayuda y tú eres una cabezota que no la aceptas. Sois pareja, Angelines, siempre habrá uno que tire un poco del otro cuando la cosa se tambalee —opinó nuestro militar.

      —Las parejas también se apoyan —le contestó la Apisonadora con recelo a Kenrick, visiblemente dolida por el desplante de Patrick al retirarse de la mesa.

      —Yo apoyo a Angelines —dijo Alejandro, aunque nadie le había preguntado.

      Mira el colombiano, qué listo era. Sin poder guardarme el comentario, le solté:

      —Claro, con la pasta que puedes ganar con ese combate ¿qué vas a decir tú?

      —¿Has dicho algo? Desde aquí arriba no te escucho.

      —Vete a la mierda —le espeté—. Por tu morro torcido, deduzco que eso lo has escuchado perfectamente.

      —Y tú, Anaelia, ¿qué opinas? —me preguntó Ma, interrumpiendo la pequeña disputa entre Hulk y yo.

      Respiré hondo, me tragué una patata y enfoqué con la mirada varios rostros cargados de expectación. Angelines me miró de reojo, pero continuó comiendo como si mi opinión le importara tan poco como las demás.

      —Yo estoy de acuerdo con ella —expuse—. También pienso que Patrick está preocupado y que le ofrece todo lo que tiene, como lo haríamos cualquiera de nosotros.

      —En caso de tener —apuntilló Ma.

      —Pero si ella no quiere aceptar su dinero y valerse por sí misma, sea peleando o cascándosela a un mono, está en su derecho de elegir, y él debería apoyarla.

      Todos bufaron, pusieron los ojos en blanco y comenzaron a hacer comentarios por lo bajo —que escuché a la perfección— sobre mi tontería con el feminismo. Yo me comí otra patata.

      —Yo estoy contigou. —El Pulga alzó la lata de refresco en mi dirección y sonrió.

      Kenrick giró la cabeza, lo miró con las cejas alzadas y le preguntó:

      —¿Tú no estabas con todos nosotros?

      —Estaba. Pero dos tetas tiran más que dos carretas —opinó Angelines.

      —A ver. —Ma se levantó, mostrando su enorme barriga, que crecía por días. Y todavía quedaban los meses de esponje—. Mañana nos vamos a Escocia y pasado me caso; gorda, con un kebab mixto de salsa de yogur completo entre pecho y espalda —especificó— y con las hormonas regular.

      —Regular tirando para una puta mierda —añadí.

      —Por eso. No creo que me beneficie mucho saber que encima Patrick y tú estáis enfadados. —Miró a Angelines—. ¿Podéis intentar arreglarlo al menos?

      —Eso es chantaje emocional —le dijo Angelines.

      —Lo sé. —Ma sonrió.

      —Lo intentaré, pero no te prometo nada. Aunque sobre el combate no hay negociación alguna. —Miró a Alejandro de manera cómplice—. Pelearé.

      —Eso también lo sé —reconoció la ya no pelirrosa.

      Escuché un ruido que me desveló. No estaba dormida completamente, pero sí me rendía ya al silencio cuando escuché los susurros de lo que parecía una discusión. Supuse que el alemán y la Apisonadora habrían comenzado con su intercambio de pareceres, así que cerré los ojos, me di media vuelta e intenté dormir. Un rato después, y sin haber podido conciliar el sueño del todo, oí con claridad una voz que formaba frases sin utilizar ningún verbo y me levanté extrañada. Tenía que ser uno de los escoceses.

      Salí al pasillo y asomé la cabeza. Por algún motivo, no me asombró ver a Patrick desnudo, con una simple toalla alrededor de la cintura y con los ojos desorbitados, y al Linterna tocándole las piernas. No me asombró porque en aquella casa pasaban cosas más inverosímiles cada día, y uno normal, sin altercados, era lo verdaderamente raro. El rubio intentaba apartarlo con patadas cortas y secas. Si lo hacía con las manos, se le caería la toalla que con tanta vehemencia