Sally Carleen

La novia prestada


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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1999 Sally B. Steward

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      La novia prestada, n.º 1150- agosto 2020

      Título original: A Gift For the Groom

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.:978-84-1348-734-2

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Capítulo 12

       Capítulo 13

       Epílogo

      Si te ha gustado este libro…å

      Capítulo 1

      LA MITAD inferior del ardiente sol había desaparecido detrás de las montañas cuando Nick Claiborne atravesó la pista del aeropuerto de Rattlesnake Corners, Wyoming. Allí lo esperaba su avioneta, a la que llamaba afectuosamente Ginny.

      Había volado desde Dakota del Sur esa mañana y pasado el caluroso día de junio buscando a una mujer que hacía veinte años que se había mudado. Ahora tenía que volar a Nebraska a seguir con la búsqueda.

      En cuanto hubiese despegado y tuviese a Ginny en el aire, solo con las estrellas, podría relajarse. Siempre le pasaba igual cuando lograba volar. Al ser detective privado, no tenía demasiado tiempo para hacer eso. Ese caso, aunque resultaba frustrante en otros aspectos, al menos le daba esa posibilidad.

      Caminando alrededor de Ginny, completó la revisión de rutina, soltó las sujeciones, y subió por el ala hasta la puerta… que estaba ligeramente abierta. Qué extraño. Siempre tenía tanto cuidado en cerrarla con llave…

      Abrió la puerta de golpe, preparándose para subir y sentarse en el asiento que, tras tantos años de uso, ya se le había amoldado al cuerpo. Pero pasaba algo raro… su avión no solía oler a madreselvas.

      —¡Hola! ¡Soy Analise Brewster! Usted debe ser Nick Claiborne.

      Nick se quedó cortado.

      —¿Analise Brewster? —repitió—. ¿Mi cliente Analise Brewster? —preguntó, como si pudiese haber más de una.

      —Así es. Me alegro de verlo. Se hacía tan tarde que temía haberme equivocado de avión, excepto que este es el único aparcado aquí.

      Ella sacó un par de delgados pies calzados con sandalias color turquesa y luego unas larguísimas piernas doradas que medían al menos una milla. Llevaba pantalones cortos que le daban un aspecto increíblemente sexy, y una blusa de seda color turquesa que se le amoldaba a los senos redondos.

      Tuvo que hacer un esfuerzo para mirarla a la cara.

      De pie frente a él, casi con su misma altura, a pesar de que él medía más de uno ochenta, ella sonrió indecisa. Sus labios generosos se abrieron para mostrar los blancos dientes.

      ¿Qué hacía mirándole los labios de esa forma a una mujer que lo había emboscado en su propio avión… una mujer comprometida?

      Ella tendió una mano delgada y él la aceptó automáticamente, demasiado aturdido para hacer otra cosa, los dedos cerrándose sobre la suave piel.

      —¿Qué hace aquí? ¿Cómo se subió a mi avión?

      —Recibí su fax anoche —explicó ella—. Llamé a su oficina esta mañana y le dije a su secretaria que pensaba encontrarme con usted aquí, pero parece que no ha recibido el mensaje.

      —No. No he recibido el mensaje. No he hablado con la oficina hoy —dijo Nick, mirando el desierto aeropuerto—. ¿Cómo llegó aquí?

      —Me fui en coche hasta Tyler esta mañana y alquilé un avión. Y cuando llegué aquí usted ya no estaba, pero el hombre de dentro me dijo que este era su avión y que usted volvería ya que había tomado prestada su camioneta porque no había coches de alquiler, así que yo… esperé. En su avión, para que no se me escapara.

      Ella hablaba más rápido aún que lo que recordaba por teléfono, pero los cables y circuitos telefónicos no le habían hecho justicia a su voz. Él carraspeó e intentó aclararse la mente también.

      —No comprendo qué hace aquí.

      Durante