Sally Carleen

La novia prestada


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Esa era la parte que más miedo y excitación le causaba, el momento en que el avión se quedaba suspendido en el aire. Nunca comprendería cómo toneladas de metal con alas que no se movían podían mantenerse en el aire.

      Comió más chocolatina, intentando no prestarle atención a la sensación que tenía en el estómago y, a la vez, no parlotear, algo que le sucedía cuando estaba muy nerviosa. Nick le había indicado que necesitaba silencio mientras maniobraba, y no quería causar que se equivocase y que destruyese la magia que los mantenía suspendidos en el aire, haciéndolos caer en picado al suelo.

      Ya había parloteado bastante esa noche, de todos modos. Cuando él llegó, ella estaba bastante nerviosa, había comenzado a pensar que tendría que pasar la noche en el avión. Lo cierto era que desde que entrara al aeropuerto, con su avión alejándose de regreso a Tyler, para enterarse de que Nick no la esperaba, se había preocupado cada vez más.

      Ese último acto impulsivo de lanzarse a atravesar el país una semana antes de su boda, quizás no resultase una de sus mejores ideas. Probablemente preocuparía más a sus padres. Parecía que cuanto más trataba de ser la hija perfecta, peor se ponían las cosas.

      Sus padres no estaban demasiado contentos de que se tomase tanto tiempo para decidir su boda con Lucas Daniels. La ceremonia sería el próximo sábado y el ensayo estaba planeado para ese día, una semana antes, el único momento en que podían ir a la iglesia.

      Y cuanto más se acercaba el ensayo, más nervios y claustrofobia tenía. A eso de las cuatro de la mañana había decidido que lo que realmente necesitaba era ir a Wyoming para asegurarse de que Nick lograba acumular suficientes evidencias para limpiar el nombre del padre de Lucas antes de la boda para que sus padres pudiesen asistir. Seguro que su preocupación sobre el tema era lo que le estaba causando inquietud.

      Le había parecido una idea genial en su momento, pero las preguntas que Nick la habían hecho preguntarse sobre sus motivaciones. No era precisamente lógico. Un lío tras otro. La historia de su vida, llena de buenas intenciones pero con mala suerte.

      Mientras se comía la chocolatina desesperadamente, le lanzó una mirada de reojo a Nick. Las luces del tablero acentuaban los planos de su cara, dándole una apariencia más interesante y peligrosa que cuando lo conoció. Su pelo largo le cubría el cuello de la camisa vaquera desteñida. Llevaba los primeros botones de esta desabrochados y le asomaba por ahí rizos del vello del cuerpo.

      Analise se dio vuelta el anillo de diamantes en el dedo y pensó en la suerte que tenía de estar comprometida con un hombre bueno como Lucas Daniels. Se imaginó su rostro guapo con su amable sonrisa, el cabello negro inmaculadamente recortado, que indicaba sus antepasados indios. Lucas era su mejor amigo, el mejor amigo de sus padres. Cuando ella y Lucas estuviesen casados, sus padres tendrían que reconocer que ella por fin había hecho algo bien. Podían dejar de preocuparse por ella cada minuto del día.

      Se alegraba de haber tomado finalmente la decisión de casarse con él. La sensación de sentirse atrapada seguro que era normal en todas las novias.

      Dentro de seis días y medio se casaría con Lucas y eso al menos le evitaría un tipo de problemas. Nunca más correría ella el riesgo de liarse con un hombre porque este tuviese un aura de peligro y coraje. El aura que Nick exudaba por cada poro de su cuerpo.

      Nick puso el piloto automático y se echó hacia atrás en el respaldo. Analise hizo una bola con el papel de la chocolatina y sacó una bolsa de galletas de chocolate rellenas.

      —No me extraña que estés tan acelerada, si comes tanta azúcar —masculló Nick.

      —Ya te lo he dicho, volar me pone nerviosa.

      —¿Y por qué vuelas si te pone nerviosa?

      —Porque es la forma más rápida de llegar a todos lados, por supuesto. De todos modos, tengo una teoría. Si le tienes miedo a algo, tienes que hacerlo y luego no tendrás más miedo. Ya que mis padres se han dedicado en cuerpo y alma a preocuparse por mí, yo podría ser una miedica si no hiciera un esfuerzo por hacer todas las cosas que ellos consideran que no debería hacer.

      Le ofreció la bolsa de galletas.

      —Toma. A ti también te vendría bien relajarte un poco. Seguramente no tienes nervios de volar. Aunque si sigues mi teoría, ser piloto sería lo lógico para superar un miedo.

      —Me encanta volar —aceptó él un par de galletas—, pero no he comido.

      Eso estaba bien. Compartir una bolsa de galletas era una experiencia que unía.

      —Entonces, pues —dijo ella, intentando levantarle un poco el espíritu a ese piloto tan raro—, dime lo que has descubierto hoy sobre Abbie Prather —pero él no respondió inmediatamente y un músculo le latió en la mandíbula. Quizás seguía masticando la galleta—. Me lo puedes dar verbalmente en vez de mandarme un fax, ya que no estaré en casa para recibirlo —lo alentó, dándole tiempo más que suficiente para que tragara.

      —Busqué los registros de Casper —dijo él finalmente— y hablé con la gente que vive en el área donde vivía Abbie Prather, y descubrí dos cosas: que se mudó a Nebraska en 1976 más o menos y que llevaba una niñita.

      —¿Una niñita? ¿De dónde sacó una niñita?

      —Supongo que la consiguió de la manera habitual.

      —¡Pero no tenía un bebé cuando se marchó de Briar Creek! ¡Y tú no mencionaste un bebé en Dakota del Sur, ni tampoco un marido!

      —No hay evidencia de un marido. Supongo que tuvo el bebé justo antes o justo después de marcharse de Texas. La gente con la que hablé hoy creían que el bebé tendría unos dos años al llegar y unos cuatro al marcharse.

      —¿Pero dónde estaba ese bebé cuando ella se hallaba en Dakota del Sur?

      —En Dakota ella vivía alejada de la gente, igual que en Wyoming. De haber tenido el bebé en Dakota del Sur, habría sido fácil esconderla. Una niña de dos años es más difícil, y la gente que la vio dice que era muy llamativa, pelirroja y siempre metiéndose en líos. Cada vez que la veían, Abbie la estaba persiguiendo y gritándole, aunque dicen que cuando se marcharon la niña se estaba acobardando un poco con tanto grito.

      —Una niña pelirroja de cuatro años de edad —dijo Analise, triste al pensar en que la hija de Abbie se acobardase—. Tendrá más o menos mi edad. Si Abbie no hubiese robado ese dinero y se hubiese marchado del pueblo, quizás su hija y yo habríamos sido amigas. Es terrible que Abbie le quebrase el espíritu con sus gritos, pero al menos ahora sabemos por qué robó el dinero.

      —¿Crees que robar el dinero para ocuparse de su hija justifica haberlo hecho?

      —Por supuesto que no, pero explica por qué lo hizo. Debía estar embarazada en Briar Creek y el padre no quiso casarse con ella, así que tuvo que marcharse avergonzada…

      —¿Marcharse avergonzada? Si fue en 1972, no en 1872.

      —Biar Creek puede ser muy provinciano. Total, que logró esconder su embarazo, pero sabía que no podría esconder el bebé… hacen demasiado ruido, así que robó el dinero y se marchó de la ciudad. Si se hubiese quedado en Briar Creek y dado a la niña en adopción, mis padres podrían haberla adoptado y yo tendría una hermana. Querían otro niño.

      Analise tuvo una extraña sensación. Qué pena que se hubiese perdido esa oportunidad, cuando siempre había soñado con tener una hermana. Incluso se inventó una, una pelirroja como ella a la que había llamado Sara. Abbie no parecía ser una buena madre, mientras que sus padres eran prácticamente perfectos… contrariamente a su cambiante hija.

      —Así es más o menos como me lo imaginé. Sin embargo, hay que tener en cuenta de que ello podría significar que el padre de tu novio fuese el padre del bebé.

      —¡De ninguna manera!

      —Entonces, ¿por qué lo eligió a él para que resultase culpable?

      —Porque él era el candidato más probable. Ya se